En el corazón de Costa Rica late una promesa inquebrantable: la de un país que no se rinde, que honra su historia y que apuesta por el futuro. Hoy, esa promesa enfrenta desafíos profundos, pero también oportunidades únicas para reimaginar el rumbo de nuestro país.

En este momento decisivo debemos preguntarnos: ¿queremos un país que continúe caminando sobre la inercia de lo mismo o uno que se atreva a corregir el rumbo, con visión, con valentía y con humanidad? Yo creo firmemente en lo segundo.

Impulsar el agro, sembrar futuro. El sector productivo y agropecuario no es solo una actividad económica: es identidad, cultura, soberanía y vida. Sin embargo, por décadas ha sido relegado, sometido a la burocracia y al abandono institucional. Hoy importamos buena parte de lo que podríamos producir en nuestras tierras fértiles, mientras pequeños agricultores se ven asfixiados por la falta de crédito, la intermediación abusiva y la ausencia de apoyo técnico.

Costa Rica necesita una nueva revolución agrícola, no basada en el agotamiento de los suelos ni en la dependencia de insumos costosos, sino en la innovación, la investigación aplicada y la modernización de procesos. Debemos generar mercados locales que eliminen al intermediario que especula con el hambre, abrir líneas de crédito accesibles y diseñar seguros que protejan al productor frente al cambio climático.

La ruralidad debe ser reconocida no como un rezago, sino como un motor de desarrollo. Si apoyamos al agricultor como verdadero empresario del agro, si acercamos la tecnología al campo y dignificamos la labor de quienes nos alimentan, podremos garantizar la seguridad alimentaria y reducir la vulnerabilidad de nuestra población ante crisis globales. Sembrar futuro en el campo es cosechar esperanza para todo el país.

Una sociedad que no deje a nadie atrás. La verdadera fortaleza de un país se mide en cómo trata a sus ciudadanos más vulnerables. Costa Rica cuenta con leyes que reconocen los derechos de las personas con discapacidad, pero no basta con el papel; necesitamos acciones reales que hagan de la inclusión una experiencia cotidiana y no una promesa incumplida.

La inclusión debe empezar en la escuela y extenderse al empleo, al transporte, a la cultura y al deporte. No se trata de favores, sino de justicia y dignidad. Desde un modelo de intermediación laboral inclusivo, hasta un plan nacional de accesibilidad que elimine las barreras en nuestras calles y edificios públicos, debemos garantizar que nadie quede aislado por una condición que la sociedad tiene el deber de abrazar y no de marginar.

Además, debemos fortalecer la autonomía económica a través del emprendimiento inclusivo, aprovechando la Banca para el Desarrollo y el INA, para que cada persona pueda construir un proyecto de vida independiente y sostenible. La inclusión es un camino de todos: significa vernos como comunidad, como un país que entiende que la riqueza no se mide solo en PIB, sino en la posibilidad de que cada persona viva con dignidad.

Defender la democracia con hechos, no discursos. Ningún esfuerzo productivo ni social será sostenible si debilitamos el pilar que sostiene todo: nuestra democracia. Costa Rica ha sido ejemplo en el mundo, pero no podemos dar por sentado lo que tanto ha costado construir. Defender la democracia no se limita a votar cada cuatro años; significa garantizar la división de poderes, fortalecer el Estado de derecho y respetar las instituciones que han permitido que este país sea faro en medio de la tormenta.

La democracia también se defiende luchando contra la corrupción, cerrando las brechas de desigualdad y promoviendo una ciudadanía activa que vigile, cuestione y participe. Necesitamos rescatar la confianza en lo público, devolverle legitimidad a la política y recuperar la idea de que la democracia no es solo un sistema de gobierno, sino una forma de vida compartida.

Costa Rica está llamada a ser mucho más que un país que sobrevive a las crisis. Debemos ser un país que se reinventa, que honra su tradición democrática, que impulsa con fuerza su capacidad productiva y que abraza con humanidad a todas las personas.

No hay destino común si los agricultores abandonan sus tierras. No hay justicia si las personas con discapacidad siguen chocando contra muros de indiferencia. No hay futuro si la democracia se erosiona.

Por eso, el reto no es menor, pero la esperanza es mayor. Si sembramos con responsabilidad en el agro, si abrimos con decisión el camino de la inclusión y si defendemos con convicción nuestra democracia, Costa Rica no solo saldrá adelante, sino que brillará como nunca antes.

El país que soñamos está a nuestro alcance. Depende de que lo hagamos juntos, con valentía, con compromiso y con la certeza de que lo mejor de Costa Rica aún está por escribirse.

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