La lectura puede considerarse un gran avance intelectual de nuestra especie o puede verse como una versión rudimentaria de un futuro muy influenciado por la digitalización en cuando a formas efectivas de aprendizaje según las capacidades del cerebro humano. El cerebro aprende haciendo. Quiere decir que, por medio de la lectura, habrá algunas cosas que se puedan aprender, y habrá muchas otras que deben experimentarse para aprenderlas de verdad.
¿Aprendemos algo cuando leemos noticias? ¿O tan solo captamos información superficial de relevancia efímera? ¿Aprendemos algo cuando hacemos ejercicios de matemáticas en el libro de texto con lápiz y borrador?
Hemos avanzado muchísimo desde los sistemas de comunicación sobre cómo cazar un mamut. La única forma de aprender a cazarlo era haciéndolo. En la actualidad, los avances en neurotecnología para conectar sensores a los tejidos del cerebro se asemejan más a la forma como el personaje Neo de la épica trilogía de fines y principio de siglo, The Matrix, aprendía. Para quienes no han visto la película, le enchufaban un dispositivo atrás de la cabeza para descargarle, en segundos, el aprendizaje de artes marciales o la capacidad de volar un helicóptero.
Los textos son herramientas de construcción. Con ellos, la civilización ha construido instituciones tan determinantes como el Estado de derecho, que está basado en textos. La economía de la comunicación ha degenerado en la economía de la atención. Hoy en día le prestamos atención a una altísima cantidad de información que no nos interesa y no es relevante para nuestro desarrollo, pero es lo que más cautiva el tiempo de nuestras pupilas, aunque desconozcamos la Constitución Política.
Hoy la inteligencia artificial (IA) nos permite ser programadores de algoritmos sofisticados, incluso con la simplicidad de utilizar nuestra voz. No han pasado todavía tres años desde que tenemos IA en nuestros bolsillos. ¿Qué seremos capaces de hacer dentro de otros tres años?
La Ley de Moore, que midió los avances de la computación desde sus inicios y por 60 años, sugería que cada 18 meses se duplicaba la capacidad de cómputo y el precio se recortaba por la mitad. Para la inteligencia artificial, esa regla quizás no aplique, pues todas las semanas surgen nuevas capacidades informáticas que hacen a las del mes pasado lucir básicas y rudimentarias. En cuanto al precio, las versiones “gratuitas” cuestan cero, siempre y cuando paguemos con nuestra atención, tiempo y palabras de búsqueda que alimentan y entrenan a la IA.
Los nuevos sistemas de comunicación nos permiten crear estímulos e incentivos para motivar a las personas en su desarrollo personal, ya sea su intelecto, su bienestar o su sentido de propósito. También, nos permite crear incentivos para que más personas busquen soluciones sostenibles a las grandes crisis que estamos viviendo hoy en día. Quizás, algunas de ellas se agravarán, aceleradas y propagadas por la misma inteligencia artificial, como el desempleo que comentábamos en la entrega anterior.
Ahí tenemos un dilema ético que debemos atender: ¿IA para bien o para corregir los daños que ella misma provoca?
Escuche el episodio 278 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Nuevos sistemas de comunicación”.
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