La democracia costarricense necesita recuperar su voz serena, su verdad sin maquillaje, y su ética sin espectáculo.
A escasos meses de las elecciones nacionales de 2026, Costa Rica atraviesa una tormenta emocional y política que amenaza con desgarrar los tejidos más finos de su democracia. La política, lejos de ser un espacio de deliberación razonada, se ha convertido en terreno fértil para la ansiedad colectiva, el enfrentamiento y la manipulación.
Los ánimos están caldeados. La polarización —antes sutil, ahora virulenta— se respira en las redes, se reproduce en los medios y se amplifica en los pasillos institucionales. Lo preocupante no es solo el desacuerdo, que es sano en toda democracia, sino la forma en que ese desacuerdo se ha transformado en odio irracional.
Hoy, la política pública no se lee con el capital intelectual de una ciudadanía informada. Se lee con las vísceras. Desde la rabia. Desde el hartazgo. Esta emocionalidad cruda no solo empobrece el debate: debilita la institucionalidad, erosiona la confianza y pone a tambalear el principio mismo de lo democrático.
El actual gobierno ha optado por una estrategia comunicacional basada en la confrontación, el ataque sistemático y la campaña electoral perpetua. Más que gobernar, ha vivido en modo campaña. Y aunque esto le ha generado réditos con una base desilusionada de la política tradicional, el costo para la cultura democrática ha sido altísimo.
Pero el problema no termina ahí. ¿Dónde están los partidos políticos? ¿Dónde están sus vocerías serenas, sus relatos estructurados, su memoria histórica? ¿Por qué no están comunicando los logros que permitieron construir la Costa Rica que aún hoy, con todo y crisis, se sostiene como una de las democracias más estables del continente?
Es desconcertante ver cómo generaciones enteras — 40 años o menos— no conoce con claridad los avances sociales, económicos e institucionales que forjaron nuestro modelo de desarrollo. No porque no quieran saber, sino porque nadie se los ha contado con honestidad, pedagogía y pasión. En ese vacío narrativo han ganado terreno el resentimiento, la desinformación y el cinismo.
En ese escenario, personajes como la jefa de bancada oficialista, Pilar Cisneros, no son una excepción, sino una consecuencia. Resulta triste ver cómo una figura que fue referente del periodismo costarricense hoy recurre al grito, la exageración y la posverdad como armas políticas. Su retórica es síntoma de una política convertida en espectáculo. Y no se trata de darle protagonismo a ella, porque no lo merece. Se trata de entender que su estilo ha contaminado el espacio público, convirtiendo la razón en ruido.
Lo más alarmante, sin embargo, es el silencio. ¿Dónde están los expertos en comunicación política? ¿Dónde está la academia, la sociedad civil organizada, los profesionales que han estudiado, trabajado y defendido el valor de la palabra pública? ¿Dónde está la bandera ciudadana que, más allá de ideologías, diga: “esto no puede seguir así”?
Urge levantar una voz clara, sin partidismos, sin calculadoras electorales, con la sola intención de recuperar la sensatez. Urge utilizar los medios disponibles —las aulas, las redes, los foros, los cafés— para generar conciencia, devolverle contenido al debate, y ayudar a la ciudadanía a distinguir entre manipulación y crítica, entre espectáculo y sustancia.
Las elecciones de 2026 no son solo un termómetro. Son una oportunidad histórica para que los partidos democráticos, viejos y nuevos, demuestren que Costa Rica puede salvarse. Que todavía hay quienes creen en la política como herramienta de servicio, no como trinchera de odio. Pero para eso necesitamos propuestas claras, líderes honestos, campañas que informen, no que insulten.
Y antes de concluir, es vital decirlo con todas sus letras: basta ya de atacar al Poder Judicial. Basta de erosionar la credibilidad de la Contraloría General de la República. Basta de tratar como enemigos a los órganos que sostienen el equilibrio republicano. Cada vez que se lanza un ataque injustificado a una institución, se debilita a la República entera. Y si algo necesitamos hoy, es precisamente fortalecerla.
Este no es un lamento nostálgico. Es un llamado urgente. Porque Costa Rica aún está a tiempo. Pero no tiene tiempo que perder.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.