En los últimos años, ha ganado terreno la narrativa de que los medios de comunicación tradicionales han perdido influencia, credibilidad e incluso legitimidad. Se les acusa de responder a intereses políticos o económicos, de haber sido superados por las redes sociales, y de no adaptarse con la agilidad que exige el mundo digital. Pero estas afirmaciones, aunque no exentas de crítica válida, requieren ser matizadas. Los medios de comunicación —como cualquier otro actor social— pueden tener una línea editorial y ejercer su libertad de opinión. Como bien apunta Umberto Eco, “la objetividad no es la ausencia de opinión, sino la honestidad en la exposición de los hechos”.

La línea editorial de un medio no es necesariamente sinónimo de manipulación. Es, más bien, el prisma desde el cual organiza interpreta y presenta la realidad, siempre que mantenga los principios éticos del periodismo: veracidad, contraste de fuentes, responsabilidad social y transparencia. c

El idilio con las redes sociales

En un primer momento, las redes sociales y los medios parecían estar hechos el uno para el otro. Muchos periodistas vieron en ellas una herramienta útil para conocer lo que opinaba “la calle”, para dar voz a actores tradicionalmente silenciados, y para acelerar la circulación de noticias. Fue una etapa de entusiasmo, incluso de romanticismo tecnológico. Sin embargo, ese entusiasmo pronto se enfrentó con los riesgos de la inmediatez: casos en que periodistas —en Costa Rica y en el mundo— difundieron información no verificada extraída de redes sociales, omitiendo los principios básicos del periodismo como la contrastación, el contexto y la fuente confiable.

Por fortuna, esa etapa dejó lecciones y permitió separar la práctica profesional del sensacionalismo digital. Hoy, el panorama es distinto: hay una confrontación abierta. Las redes sociales, diseñadas para la inmediatez y el consumo emocional, han creado un público que muchas veces no quiere leer más allá de 140 caracteres, que desconfía de los medios formales, y que tiende a dar más crédito a un “influencer” que a un periodista con trayectoria.

El peligro de este comportamiento es claro: cuando tomamos decisiones como ciudadanos —decisiones políticas, económicas, sociales— basadas en información sin tratamiento periodístico profesional, estamos erosionando las bases mismas de la democracia.

Una prensa debilitada

Este escenario es especialmente delicado para los medios de comunicación tradicionales, que enfrentan una doble crisis: la económica y la de confianza. La transición del modelo impreso al digital no ha sido sencilla. En Costa Rica, por ejemplo, se han registrado recortes de personal, cierre de suplementos y reducción de publicaciones periódicas.

En abril de 2024, la diputada Pilar Cisneros —exdirectora de un medio de comunicación— propuso que la Asamblea Legislativa eliminara todas sus suscripciones a periódicos, argumentando que el gasto de ₡32 millones era excesivo. Adujo que la única suscripción que debería mantenerse es la del periódico oficial La Gaceta. Esta posición refleja una visión simplista sobre el papel de la prensa en una democracia. Pero más aún: que desde el primer poder de la República se sugiera limitar el acceso a la prensa -mediante la supresión de suscripciones institucionales- es debilitar a la prensa, debilitar a los medios de comunicación que actúan como garantes fundamentales del sistema democrático.

A esto se suma la disminución drástica en los ingresos por publicidad, que ahora se concentran en plataformas globales como Google o Facebook, debilitando aún más la sostenibilidad de los medios locales. Algunos medios han migrado a modelos de suscripción digital, pero la cultura de pago por contenido informativo en línea sigue siendo baja.

La pregunta que nos corresponde como ciudadanía es incómoda pero urgente: ¿nos estamos suscribiendo a algún medio responsable? ¿Estamos dispuestos a pagar una mensualidad —aunque sea simbólica— por apoyar el periodismo profesional? Porque si no lo hacemos, la información quedará en manos de quienes no saben tratarla ni verificarla. Y eso, lejos de fortalecer nuestra democracia, la debilita.

La libertad de prensa bajo presión

Costa Rica ha sido históricamente un país ejemplar en materia de libertad de expresión. Sin embargo, el más reciente Índice Mundial de Libertad de Prensa (2025), elaborado por Reporteros Sin Fronteras, muestra una tendencia preocupante. El país cayó del puesto 26 al 36 en el ranking global, acumulando su cuarta caída consecutiva y registrando su segunda peor ubicación desde que se realiza esta medición.

El informe señala que, si bien los medios aún pueden ejercer su labor sin restricciones legales severas, hay un clima de hostilidad creciente hacia la prensa crítica. La actitud confrontativa del gobierno, sumada a ataques verbales frecuentes y al uso de canales oficiales para desacreditar a medios independientes, ha generado un ambiente donde la autocensura comienza a ganar terreno.

Pese a todo, Costa Rica sigue siendo el país con mayor libertad de expresión en Centroamérica y uno de los más destacados en América Latina. Pero esa posición, tan valiosa y escasa en la región, no es eterna ni está garantizada. Se construye y se defiende cada día.

Casos de éxito: el periodismo que resiste y construye

Afortunadamente, el panorama no es homogéneo ni enteramente desalentador. En Costa Rica hemos visto emerger y consolidarse propuestas de periodismo digital que han logrado posicionarse por su calidad, ética y compromiso con la ciudadanía. Tal es el caso de Delfino.cr, un medio que nació digital, se mantiene como tal y se ha ganado el respeto de amplios sectores de la sociedad costarricense por su cobertura rigurosa, su enfoque constructivo y su capacidad de análisis. Su existencia demuestra que es posible hacer buen periodismo en la era digital y que la credibilidad sigue siendo una moneda de valor, incluso en medio del ruido.

Más que noticias: espacios de reflexión

Una democracia saludable necesita más que titulares: necesita espacios para la deliberación. Programas de análisis en televisión abierta, espacios de opinión informada, entrevistas de fondo y debates públicos bien moderados. Lamentablemente, en el panorama mediático actual, esos espacios son cada vez más escasos. La radio ha resistido con dignidad, ofreciendo análisis más reposados y responsables, pero su alcance ha disminuido entre las generaciones más jóvenes. La televisión, salvo contadas excepciones, parece haber cedido al entretenimiento fácil o a las entrevistas que buscan likes más que profundidad.

Urge que pensemos en propuestas verdaderamente omnicanal: medios que integren lo mejor de la televisión, el periodismo digital, la radio y las redes sociales, ofreciendo información de calidad en formatos accesibles para todos. Porque no se trata solo de qué medio usamos, sino de cómo y con qué ética comunicamos.

Una tarea urgente

Con el proceso electoral del 2026 en el horizonte, y en un contexto de desinformación creciente, la sociedad costarricense necesita más que nunca una prensa libre, crítica, investigativa y profesional. Necesitamos también una ciudadanía dispuesta a defender esa prensa, no con aplausos ciegos, sino con exigencia, respeto y compromiso.

La información y la comunicación son poder. Si ese poder se desprofesionaliza o se banaliza, no solo perdemos el rumbo como sociedad: dejamos vacíos que otros —menos comprometidos con la verdad y la democracia— estarán más que dispuestos a llenar.

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