El 7 de octubre de 2023 marcó un punto de inflexión no solo para Israel, sino para el mundo entero. Los horrorosos ataques perpetrados por Hamas dejaron una estela de muerte, dolor y un antisemitismo -léase judeofobia- incendiario; que busca culpar a la víctima y justificar la barbarie. Sin embargo, de entre las cenizas emergen voces distintas: las de maestros y maestras que, contra todo pronóstico, apuestan por la educación como un camino de unión y dignidad.

En Gaza, la profesora Samira Mousa se ha convertido en un símbolo de esta resistencia ética. Su proyecto educativo, inspirado en valores compartidos por judíos, cristianos y musulmanes, pretende sembrar convivencia en medio del caos. En sus palabras, cada lección es “un antídoto contra el odio”. En la misma línea, Israa Abu Mustafa, educadora en Rafah, improvisó un salón de clases entre los escombros de su casa destruida, ofreciendo a decenas de niños un espacio de aprendizaje y esperanza donde antes había ruinas.

Estas maestras representan la dimensión más profunda de la resistencia: no la armada, sino la que apuesta por el futuro de los niños. Sus actos evocan la esencia del artículo 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), que reconoce la educación como un derecho fundamental e irrenunciable, incluso en tiempos de guerra.

El eco de la educación en escenarios de guerra

Lo que ocurre en Gaza tiene paralelos en otras geografías atravesadas por la violencia. Estas comparaciones permiten dimensionar la universalidad de la lucha por enseñar en medio de la destrucción:

  • Siria: Durante la guerra civil, maestras como Abeer al-Halabi organizaron clases en sótanos y túneles para que los niños pudieran aprender mientras afuera caían bombas. Igual que Israa, mantuvieron viva la normalidad pedagógica como barrera contra el trauma (Save the Children, 2019).
  • Afganistán: Bajo el régimen talibán, mujeres como Shamsia Husseini, profesora de Bellas Artes, arriesgaron sus vidas organizando escuelas clandestinas para niñas, enfrentando una prohibición sistemática contra su educación. Su valentía refleja la misma fuerza de quienes en Gaza desafían los intentos de instrumentalizar la enseñanza para el adoctrinamiento judeofóbico (Human Rights Watch, 2022).
  • Ucrania: Desde 2022, maestros han continuado impartiendo clases en refugios antiaéreos y sótanos improvisados, usando pizarras móviles y teléfonos para asegurar la conexión con el mundo. Como Israa, redefinieron la educación como un acto de resistencia a la violencia inmediata (UNICEF, 2023).
  • Ruanda: Tras el genocidio de 1994, docentes y psicólogos comunitarios transformaron las aulas en espacios de reconciliación, enseñando a los niños a hablar del trauma, del perdón y de la memoria. Así como Samira integra valores interreligiosos, en Ruanda la educación fue vehículo de reconstrucción social (Prunier, 1997).
  • Israel: En Sderot y otras comunidades fronterizas con Gaza, docentes han enseñado durante años en refugios antibombas. Entre sirenas y cohetes, los maestros israelíes encarnan la misma tenacidad: convertir la educación en una fortaleza contra el terror (Times of Israel, 2021).

Estos ejemplos revelan un hilo común: la enseñanza en zonas de guerra es, ante todo, un acto político y humano, en defensa de la vida.

Testimonios de unión tras el 7 de octubre

Aunque el 7 de octubre desató división y dolor, también emergieron gestos de unión. En Israel, comunidades judías y árabes organizaron espacios de diálogo para rechazar el terrorismo y defender la convivencia. Organizaciones internacionales como la UNESCO y la ONU han reiterado que proteger la educación es clave para la paz y la seguridad internacional.

Asimismo, diversas voces palestinas se han levantado contra la narrativa de Hamas, este cuento peligroso y lleno de mentiras, que muchos por nuestras tierras insisten en reproducir y propalar, vaya usted a saber ¿por qué o pagado por quién? Líderes comunitarios en Cisjordania señalaron que “usar a los niños como escudos humanos, es un crimen contra el futuro”. Estas declaraciones muestran que existe una base de resistencia civil compartida, más allá de las fronteras.

Samira Mousa en Gaza e Israa Abu Mustafa en Rafah, entre escombros, son espejos de maestras israelíes que, en refugios antibombas, siguen enseñando a pesar del terror de Hamas. Si hay un terreno común para la reconciliación, y el progreso ese es la educación. Lo he creído desde que fui maestro de primaria a principio de los 90’s en La escuela Andrés Corrales Mora de Aserrí, en la sección 4-1 y y en todos mis años de carrera, en que he tenido el privilegio de servir como maestro de artes e inglés, interactuando con hombres y mujeres de todas las edades.

Por ello, resulta imperativo promover encuentros pedagógicos entre educadores israelíes y palestinos, y eventualmente en todas las zonas en conflicto, con apoyo internacional cuando sea necesario, con el propósito de compartir metodologías de enseñanza en tiempos donde se enfrenten todo tipo de crisis. Iniciativas conjuntas podrían inspirarse en experiencias exitosas como las “escuelas de paz” en Ruanda o los programas de resiliencia en Ucrania.

La educación no detiene los misiles ni borra el dolor de la pérdida, pero sí puede crear las condiciones para que, en el futuro, esas armas dejen de ser necesarias y sean solo recuerdos borrosos de un pasado sombrío. Cada día lo creo con mayor convicción: en un mundo marcado por la violencia, los educadores responsables y honestos, se convierten en los verdaderos guardianes de la esperanza.

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