Para quien quiera leer algo diferente, frente a tanta columna de opinión del presente en que vivimos, quizá estas palabras sirvan de distracción, entretenimiento y por qué no de un poquito de sensaciones nuevas.

Volver a sentarme en frente de la computadora para escribir, es un alivio. No sabía cuanta necesidad tenía, aunque escribo frecuentemente en las páginas de la mañana, mi hábito de escritura que heredé de Aurelia en sus cursos como un momento de soltar y de contención, sobre todo cuando tenemos una incomodidad entre pecho y espada, la escritura sin duda es una medicina. Entonces hoy, sin pensarlo más, otra vez volví.

Hace más de un año, que no envío escritos a las páginas abiertas de Delfino, que es uno de los medios que más me gusta seguir, por su forma de manejar la noticia y su posición ante la realidad nacional, por eso pedí campito para hablar el tema de la comunicación, que es en lo que he trabajado durante mi vida.

En las columnas o artículos anteriores, compartí ideas sobre los estilos de la comunicación y el impacto en la vida, en todo sentido, especialmente en la vida laboral, estaba muy capturada por expresar cómo las personas en sus trabajos se esfuerzan por comunicarse con sus iguales, con los subalternos, los clientes y proveedores, como si fuera una danza, un baile infinito donde siempre hay pasos nuevos que aprender, pero se me atravesó otro espacio en la vida y sin darme cuenta.

De un día para otro en lugar de estar dando clases de comunicación y manejo de emociones en las empresas, estaba caminando por una feria, una finca, el campo. Fue un salto cuántico del cemento a la tierra.

Dejé de ver por la ventana atardeceres y pude sentarme en una finca a verlos y sentirlos como si fuera parte de los mismos sembradíos, con sus productores al lado, aprendiendo y conociendo sobre su trabajo. Para mí fue toda una terapia y un cambio.

La razón se debió principalmente a que tuve la oportunidad de ser la comunicadora de un espacio donde convergen productores orgánicos y convencionales; y para poder potenciar la feria, hicimos giras a las fincas para conocerlas, a mi se me ocurrió tomar el micrófono y preguntarles sobre su trabajo. Y ahí nació, otro amor. El amor a la tierra, a la agricultura y al ambiente.

Nunca lo tuve realmente claro, creo que como muchos participé de iniciativas de responsabilidad social en empresas que quieren de alguna manera aportar un espacio “verde” a sus colaboradores, pero me di cuenta de que eso es incipiente, frente a lo que es vivir la experiencia de verdad, conectar con la naturaleza, con la tierra, con el aire, con los alimentos, etc. Hacerlo.

Vamos a ver cómo me sale el experimento de seguir hablando de comunicación, de esta necesidad del ser humano de relacionarse de la mejor forma para ser funcional y exitoso, (si se quiere), pero tomando en cuenta elementos más sencillos, como los que la naturaleza nos enseña.

Relacionarnos, es un asunto que no tiene discusión, porque inclusive con nuestro silencio o ausencia le decimos algo al mundo que nos rodea. He aprendido de tiempos y de procesos y me cuestan. Yo igual que muchos he sucumbido ante la necesidad de tener las cosas de inmediato, pero la naturaleza me ha ensañado que hay que esperar, para entender cuándo es el mejor momento de sembrar, cuando hay que cuidar y cuando hay que cosechar antes de que los frutos se pierdan.

Lo mismo pasa, cuando queremos hablar, llamar, escribir, enviar un mensaje, observar estas estaciones será de gran ayuda para mejorar las relaciones.

Espero que me estas palabras de vuelta sean un espacio para reencontrarnos y así formar un ecosistema funcional que le de oxígeno a nuestras vidas, de manera mutua.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.