El 17 de julio de 1971, Costa Rica decidió crear una institución para custodiar lo que no se mide en cifras, pero nos define como seres humanos: nuestra identidad. Así nació el Ministerio de Cultura y Juventud, como una apuesta por lo que fuimos, por lo que somos y por lo que podemos llegar a ser cuando abonamos nuestras raíces, extendemos nuestras alas y perseguimos nuestros sueños.
Hoy, 54 años después, seguimos siendo una sola casa con muchas puertas abiertas. Cada programa, cada teatro, cada escuela de arte, cada biblioteca, cada museo, cada archivo, cada taller, cada festival, cada agrupación artística, cada comunidad atendida, es parte de una misma misión: aumentar la riqueza del alma colectiva de Costa Rica.
Desde un Teatro Nacional que está aún más vivo, abierto y accesible que nunca, hasta un Melico Salazar que recorre comunidades llevando cultura y artes escénicas a nuevos públicos, además de ser una casa para artistas del más alto nivel nacional e internacional con producción ejemplar. Desde una Compañía Nacional de Danza que expresa el movimiento profundo de nuestra colectividad, hasta una Compañía Nacional de Teatro que resurge desde sus raíces para poner la creación al servicio de las comunidades.
En nuestros talleres nacionales de teatro y danza se sigue forjando talento con ímpetu, destreza y excelencia, proyectándose a las comunidades y generando talento en teatro y danza que certifica que el talento tico seguirá creciendo. Nuestro Sistema Nacional de Bibliotecas garantiza presencia en cada rincón del país, mientras dibuja la transformación de su modelo de gestión y fomenta la lectura. El Centro de Cine no solo custodia el patrimonio audiovisual: lo proyecta, literalmente, hacia cada comunidad que aún espera ver cine donde nunca antes llegó y donde pueden surgir inspiraciones elocuentes para crear.
El Centro Nacional de la Música es un corazón palpitante, que refleja el espíritu que penetra las fibras más sensibles de quienes encuentran en la música una ventana al mundo. La Orquesta Sinfónica Nacional nos llena de orgullo dentro y fuera del país. El Instituto Nacional de la Música ha formado ejecutantes que brillan en orquestas del más alto nivel y que se atreve a seguir dejando un legado vivo. El Coro Sinfónico Nacional ha inspirado a personas ajenas a la música a enamorarse de ella. Y la Compañía Lírica entrena hoy a las voces jóvenes que marcarán el futuro de la ópera costarricense, dejando de solo producir para también formar.
El Consejo de la Persona Joven ha roto hitos al articular 89 comités cantonales que ya impactan la salud mental, el liderazgo y las oportunidades de quienes más necesitan un camino hacia el futuro. Nuestra Dirección de Patrimonio enfrenta hoy el desafío de modernizar su rol, con una mirada renovada hacia lo inmaterial y una acción más efectiva en la salvaguardia del patrimonio tangible.
Nuestros museos nacionales y especializados —de arte costarricense, arte y diseño contemporáneo, o el Museo Nacional— nos ayudan a entender lo mejor de Costa Rica: su pasado, su presente y su porvenir. Nuestros museos regionales, como el Juan Santamaría en Alajuela o el Centro Histórico José Figueres Ferrer en San Ramón, son espacios vivos de encuentro y creación. Estos espacios se unen a los colegas del MCJ que están en los Centros Cívicos por la paz siendo el eslabón de primera respuesta ante la violencia y en la promoción de la paz.
La Dirección de Gestión Sociocultural trabaja en territorio, cerca de la gente, y debe fortalecerse como el gran articulador de las acciones del Ministerio en campo. Nuestras bandas —presentes en las siete provincias— celebran 180 años siendo embajadoras de alegría y tejido social. Son historia viva que se toca y se escucha.
Nuestro Sinem sigue sembrando música en la infancia y juventud con una visión integral. Nuestros festivales artísticos son vitrinas de lo mejor que somos y lo mejor que soñamos. Y el Archivo Nacional, con su rigor y memoria, nos recuerda que todo futuro se escribe sobre la base de lo que fuimos.
Cada instancia del MCJ tiene su vocación. Pero todas, juntas, cuentan una sola historia: la de un país que ha decidido abrazar su identidad, no con nostalgia, sino con esperanza activa, con la convicción de que las artes nos unen y nos brindan las alegrías más grandes, nos acompañan en los momentos de dolor y nos permiten reflexionar sobre nosotros mismos.
Gracias a todas las personas que han hecho posible estos 54 años. A quienes enseñan, a quienes crean, a quienes administran, compran y asesoran, a quienes dirigen, a quienes mantienen encendida la llama del arte, de la historia y de la juventud. Un especial gracias a nuestros técnicos en cada espacio porque son héroes de una historia que seguiremos contando.
El Ministerio de Cultura y Juventud no es un edificio ni una estructura administrativa. Es una red viva, que con armónico movimiento permite la transferencia de saberes, y la conservación de las prácticas más honestas de la cultura costarricense que sabe reconocer, comprender y convivir. Es un reflejo colectivo. Es una casa de muchas puertas, todas abiertas, que conducen inequívocamente al alma de Costa Rica.
Porque si la cultura es el alma de Costa Rica, entonces el Ministerio que la impulsa debe ser su corazón en movimiento. Y ese movimiento necesita del latido de su gente. Rostros con historias que cuentan la convicción de su trabajo, que se asombra con la transformación que produce su trabajo.
Hoy, como administración, reconocemos con humildad que somos herederos de un pasado que fue forjado sobre las bases de enormes ideales. Pero también sabemos, con esperanza encendida, que somos forjadores de un futuro luminoso.
Hoy caminamos hacia el encuentro.
Volvemos a hacer comunidad. A imaginar juntos lo que creímos imposible.
Hoy, el Ministerio de Cultura y Juventud deja atrás los escritorios y sale al corazón de los territorios, abre sus puertas como quien abre el alma, para que cada persona encuentre su lugar, su ritmo, su voz, su forma de celebrar la belleza que lleva dentro.
Hoy estamos saldando deudas antiguas y sembrando futuro. Pensamos en quienes sostienen con su trabajo —muchas veces en silencio— el arte, la memoria y la identidad de este país. Es hora de dejar de levantar muros entre nosotros y empezar a alzar puentes donde antes hubo fragmentos.
Ya no basta con defender espacios propios: hoy nos toca defender causas comunes.
Y una de ellas es clara, urgente y justa: un Estatuto de la Persona Trabajadora de la Cultura y las Artes, para que el talento no viva en precariedad, y para que la creación tenga un suelo digno donde florecer.
Porque cuando la cultura se defiende en colectivo, el arte no solo sobrevive: renace.
Y así renace también la esperanza.
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