Papá, ¿estas son casas donde se queda gente o son casas de verdad?”

Pregunta de mi hijo de seis años mientras caminamos por nuestro barrio.

Hay una frase que me repito como un mantra:

El éxito se mide por la cantidad de conversaciones incómodas que uno esté dispuesto a tener.”

Es un parafraseo de algo que escuché alguna vez en un podcast que iba sobre neurociencia y comportamiento humano. Entiendo que la frase original es de Tim Ferris, un empresario estadounidense.

A mí me gusta aplicarla en el ámbito de las relaciones humanas y sociales.

Las semanas pasadas han sido de mucha incomodidad en la comunidad de Monteverde.

Aunque desde hace tiempo un fantasma recorre nuestro pueblo, no había consenso sobre su abordaje, con consecuencias a nivel de organización comunitaria.

Para muchos algo sobre lo que resulta necesario sentarse a dialogar, para otros un tema molesto que conviene omitir.

El punto de inflexión fue la intención del alcalde de Monteverde de participar en un encuentro de gobiernos locales en Israel, un país que sostiene una situación de conflicto armado y crisis humanitaria desde hace casi dos años en el territorio palestino.

Hace apenas un año este tema no podía ser tratado.

Supongo que se ha visto como una situación lejana, cuya sola discusión supone posiciones enfrentadas en nuestra comunidad.

Somos un pueblo pluricultural. Como otros enclaves turísticos hemos recibido  migración  de estadounidenses a disgusto con las políticas de su país, ciudadanos de Israel buscando donde asentarse,  así como de otros países, con alguna  conexión con los grupos humanos que protagonizan este drama en oriente.

El viaje del alcalde ha conseguido que se discuta cuál debería ser nuestra posición, desde una comunidad con vocación pacifista, y que cree en la humanidad más allá de las banderas.

Al escritor estadounidense Isaac Asimov debo otra frase que me sirve de guía:

La violencia es el último recurso del incompetente”.

Si crees en la paz, ninguna guerra es justa, y no participas de ninguna manera de una actividad que pueda legitimarla.

Visitar un país en guerra en calidad de visita oficial, es tomar partido por la violencia como una respuesta aceptable, es tomar partido por el horror.

Traicionar los principios de amor al prójimo que paradójicamente fueron expresados hace dos mil años en la misma tierra que hoy es devastada por las bombas.

Y aunque  el señor alcalde ha decidido tomar sus maletas y salir a hacer turismo de guerra, no puedo dejar de ver el movimiento de las últimas semanas como un gran paso para una comunidad como Monteverde.

Las comunidades sanas trabajan sobre sus diferencias, no las ocultan.

Y de eso dan cuenta las cartas, plantones frente a la alcaldía y la movilización de base que se ha dado gracias a la intransigencia de la que se ha hecho alarde.

De cara al futuro del cantón también plantea cuestiones importantes.

¿Cuál queremos que sea la dinámica del poder político? ¿Cómo debe ser la comunicación desde el gobierno local?

El señor alcalde ha optado por la descalificación verbal y el gesto pasivo agresivo.

Resta importancia a las peticiones firmadas de los ciudadanos porque son unas “pocas” cientos de firmas, olvidando que su posesión también fue ratificada por unos cientos votos, pues somos una comunidad pequeña.

En Monteverde se vienen muchos problemas que requieren un diálogo abierto y constructivo.

Recién hemos visto un movimiento de rechazo al turismo masivo y la gentrificación en Barcelona y Ciudad de México. Pienso que no estamos lejos de ese panorama.

La población local se ve desplazada por la avaricia de unos pocos.

No se trata tanto de quién visita, como de quién promueve modelos de turismo que llevan a las comunidades y su entorno al límite.

¿Están los gobiernos locales a la altura de esa conversación?

Cuando el alcalde de un cantón asiste a las sesiones de consejo e ignora las cartas de su comunidad abstrayéndose en su teléfono, con la excusa de estar trabajando, parece que no.

Los gobiernos locales deben velar por el bienestar de sus habitantes, y esto no se mide únicamente por ingresos y desarrollo económico. Este último debiera ser un instrumento para un desarrollo humano integral, donde las personas puedan disponer de transporte público accesible y eficiente, donde haya espacios de encuentro cultural, y donde haya representación para todas las personas.

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