El auge del populismo en América Latina en los últimos años ha sido evidente y significativo, surgiendo como una respuesta crítica a la llamada “política tradicional”. Pero, ¿qué entendemos realmente cuando hablamos de populismo?
Jan-Werner Müller define el populismo como una forma de política que sostiene que sólo el pueblo “auténtico” tiene derecho a gobernar, deslegitimando cualquier oposición política. Aunque no existe una definición única y consensuada, en esencia el término expresa la primacía de la voluntad popular por encima de la institucionalidad democrática.
Históricamente, las primeras manifestaciones de populismo se atribuyen a Estados Unidos, pero su auge más significativo se produjo en América Latina tras la Segunda Guerra Mundial. En un contexto marcado por la reivindicación de la identidad nacional, surgieron líderes como Juan Domingo Perón en Argentina y Getúlio Vargas en Brasil, figuras carismáticas que, si bien se presentaron como cercanas al pueblo, implementaron regímenes autoritarios que erosionaron las instituciones democráticas.
Diversos factores alimentan el surgimiento del populismo: la desigualdad social y económica, los cambios demográficos y migratorios, la desilusión hacia las instituciones tradicionales y el liderazgo carismático que canaliza estas demandas. Esta combinación permitió el ascenso al poder de presidentes como Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia.
No obstante, es importante no caer en simplificaciones: el populismo no es exclusivo de la izquierda política. A lo largo de la historia reciente, también ha tenido expresiones significativas en la derecha, con líderes que emplean discursos similares para movilizar a sus bases y desafiar el orden institucional, por ejemplo, Nayib Bukele en El Salvador y Javier Milei en Argentina.
En el caso de Costa Rica, si bien la democracia ha mostrado resiliencia, en los años recientes han surgido liderazgos que encajan arquetípicamente dentro del fenómeno populista. Estos reflejan, en parte, el vacío dejado por una clase política que ha sido incapaz de responder a las expectativas ciudadanas. A medida que se acercan nuevos procesos electorales, no sería extraño que este tipo de discursos se fortalezcan y encuentren eco entre sectores desencantados.
Los movimientos políticos que emergen en tiempos de crisis no son un fenómeno nuevo, pero sí más intensos cuando el descontento social se acumula. En este contexto, el verdadero reto para la sociedad contemporánea es decidir desde el razonamiento y el análisis crítico, no desde la reacción emocional o la promesa fácil. La democracia necesita más que nunca una ciudadanía informada, activa y consciente de las consecuencias de su voto.
El populismo, más que una ideología, es una forma de hacer política que responde a vacíos reales, pero que puede traer consigo riesgos significativos para el pluralismo, la institucionalidad y el equilibrio democrático. Comprenderlo, identificarlo y debatirlo abiertamente es clave para que las sociedades latinoamericanas no solo voten, sino que elijan con responsabilidad democrática.
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