En Costa Rica se ha vuelto habitual escuchar que “para todo se necesita la Asamblea”, como si el Poder Ejecutivo fuera apenas un espectador más de los problemas nacionales. En tiempos de frustración, muchos han optado por justificar la inacción como una imposibilidad; cada debate sobre un problema se quiere resolver juntando votos legislativos. Pero no es así.

Este país cuenta con 332 instituciones públicas que existen para servir a los ciudadanos. Instituciones que deben tener agenda, coordinación y rumbo. ¿De verdad creemos que nada se puede hacer sin una nueva ley? ¿O hemos normalizado una forma de gobernar donde todo se delega, se diluye o se posterga? El problema no es solo legal. Es cultural. Y tiene que ver con una ausencia prolongada de liderazgo ejecutivo, de dirección, de articulación real entre instituciones y de trabajo conjunto con los gobiernos locales.

Como país, no debemos convencernos de que la banda presidencial es simbólica. Desde la silla presidencial sí se puede ordenar el Estado, activar lo que ya existe y gestionar con eficacia. No se trata de esperar cuatro años a ver si se logra una mayoría legislativa. Se trata de actuar con voluntad, claridad, propósito y sentido de urgencia.

Ejemplos sobran:

  • El INA puede convertirse en un verdadero motor de empleabilidad, con aulas móviles, carreras técnicas pertinentes, conexión directa con el sector productivo.
  • El MAG puede acercarse al pequeño productor y acompañarlo en procesos de tecnificación, comercialización y crecimiento. Pero para eso, debe salir del edificio y empezar a trabajar en el terreno, finca por finca.
  • Fuerza Pública necesita el apoyo del Ejecutivo para que pueda ejercer soberanía y control del territorio con los recursos, la capacitación y las condiciones adecuadas.
  • El AyA debe recuperar su papel en el desarrollo nacional, no limitarse a cobrar recibos y emitir permisos. Los diagnósticos ya están, lo que falta es acción.

La institucionalidad ya existe. Lo que necesita es conducción.

Y no podemos olvidar el papel fundamental de las municipalidades. Muchas veces tratadas como actores secundarios, en realidad tienen competencias clave para resolver problemas urgentes, como calles, agua, residuos, alumbrado, ordenamiento territorial. Y son autónomas. ¿Por qué no aprovechar esa autonomía para actuar desde ya, en lugar de esperar que todo se decida en la tormentosa corriente legislativa?

Insistir en que todo depende de la Asamblea es no solo inexacto, sino peligroso. Esa narrativa condena al país a una parálisis constante y a los ciudadanos a esperar indefinidamente por soluciones que podrían implementarse hoy mismo. Si lo único que se ofrece como plan de gobierno es hacer nuevas leyes, entonces más de uno podría pensar que lo mejor es aspirar a una diputación.. Pero gobernar bien no depende únicamente de crear normas nuevas. También implica saber aplicar las que ya existen, en lugar de crear más que estorben o se contradigan.

Gobernar es articular, es un compromiso de hacer la tarea con las herramientas y el presupuesto que se tiene. Es construir alianzas con los gobiernos locales. Es respetar sin resignarse a la inercia. Desde la silla presidencial sí se puede actuar. Sin excusas. Se puede ordenar, ejecutar, avanzar. No todo pasa por Cuesta de Moras. También pasa por tener carácter para liderar desde donde verdaderamente se puede hacer la diferencia. Con inteligencia, con valentía y con muchas ganas de trabajar. Mejor es posible.

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