Días atrás, nuestro país tuvo el honor de presidir la Reunión del Consejo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) 2025. Costa Rica lideró un diálogo internacional de alto nivel sobre cómo el comercio, la inversión y la innovación pueden contribuir a enfrentar la triple crisis planetaria del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación. Este honor no es menor, y al ministro Tovar, a don Elías Soley y a sus equipos hay que darles el crédito que merecen. Es una señal clara del lugar que hemos logrado ocupar en la conversación global sobre desarrollo sostenible, comercio responsable y cooperación internacional. Es algo que merece ser activamente comunicado y por lo que todos los costarricenses, sin importar si apoyamos o no al actual gobierno, deberíamos sentirnos orgullosos.

Por eso me llamó profundamente la atención que uno de los medios de comunicación más influyentes del país –y que, por razones evidentes, mantiene una línea editorial crítica hacia el Poder Ejecutivo– decidiera hacer una cobertura muy laxa del evento. No hubo análisis de fondo. Tampoco entrevistas o piezas editoriales que situaran este hito en el contexto internacional que amerita. Y no me refiero a la ausencia de elogios –los medios no están para aplaudir gobiernos– sino a la omisión del acontecimiento mismo. A partir de esto me surgió una inquietud legítima: ¿puede, debe, o no debe un medio tener una línea a favor o en contra del gobierno?

La pregunta es más compleja de lo que parece. Y en un país como el nuestro, que ha construido buena parte de su institucionalidad sobre la base del respeto a la libertad de expresión y el rol fiscalizador de la prensa, conviene abordarla sin maniqueísmos.

Libertad editorial, sí. Pero con responsabilidad

En primer lugar, desde un punto de vista jurídico, ningún país democrático –y Costa Rica no es la excepción– prohíbe que un medio tenga una línea editorial definida. La libertad de prensa no es solo la libertad de informar, sino también la de interpretar, opinar y seleccionar qué se cubre y cómo. Y eso incluye la posibilidad de que un medio adopte una postura más crítica o más benévola respecto a un gobierno de turno.

En otras palabras, sí: los medios pueden tener línea editorial. Y sí: esa línea puede inclinarse hacia la izquierda o hacia la derecha, ser más progresista o más conservadora, estar más cerca o más lejos del poder. Lo que no deberían hacer –y aquí empieza el matiz crucial– es distorsionar los hechos o sacrificar el deber de informar por sostener una postura ideológica.

Una cosa es editorializar, otra es ocultar. Una cosa es interpretar la realidad desde un marco ideológico –y ser transparente al respecto– y otra es invisibilizar lo que no encaja en la narrativa que se quiere imponer. En este caso, no darle la cobertura a la presidencia costarricense de la OCDE no es simplemente una decisión editorial legítima: es una falta de visión estratégica y, más grave aún, una falta al deber informativo básico de poner a disposición del público los hechos relevantes, aunque no coincidan con las simpatías políticas del medio.

Pluralismo no es neutralidad absoluta, pero sí es apertura

Desde una perspectiva ética, el periodismo no puede ser reducido a una “voz sin opinión”. La objetividad absoluta no existe. Todo medio elige qué cubrir, qué priorizar, qué titular. Pero una cosa es aceptar que todo periodismo es en parte interpretación, y otra es cruzar la línea hacia la manipulación informativa.

El pluralismo informativo no significa que cada medio deba ser neutral. Significa que en el conjunto del ecosistema mediático existan voces diversas, que expresen perspectivas múltiples y permitan al ciudadano construir su propio criterio. Pero para que eso funcione, cada medio tiene una obligación mínima: la honestidad intelectual. No se le puede exigir imparcialidad total, pero sí rigor. Y sobre todo: coherencia.

Un medio crítico del gobierno puede y debe seguir siéndolo. Esa es una de sus funciones democráticas más importantes. Pero no puede dejar de ser un medio informativo en su afán de ser un opositor político. Cuando el activismo reemplaza al periodismo, la credibilidad se resiente. Y en tiempos de desinformación, esa credibilidad vale oro.

Medios con línea clara sí, pero sin perder la brújula

A nivel internacional, la mayoría de democracias consolidadas reconoce que los medios tienen y deben tener líneas editoriales. El País en España es liberal progresista. ABC es monárquico y conservador. The Wall Street Journal tiene una orientación claramente promercado. Fox News representa el ala más conservadora de Estados Unidos, mientras MSNBC se alinea con posiciones más progresistas. Y así sucesivamente. Eso no es un problema. Lo que sí lo sería es que todos los medios dijeran lo mismo, o que se sometieran a una sola visión impuesta desde el poder político o económico.

Costa Rica no ha sido inmune a los vicios que han afectado a otras democracias: concentración de medios, uso discrecional de la pauta oficial, falta de transparencia en los financiamientos, y en algunos casos, una peligrosa mezcla entre activismo político y ejercicio periodístico.

En ese contexto, la existencia de una línea editorial crítica no solo es legítima, sino necesaria. Pero esa crítica debe tener estándares. Un medio puede perfectamente no comulgar con la visión del gobierno, denunciar sus errores, evidenciar sus contradicciones, y aún así reconocer los logros del país. Porque no es al gobierno a quien se le hace el favor de reconocer una presidencia internacional, sino a Costa Rica misma.

Negarse a cubrir un hecho relevante porque no coincide con la narrativa editorial del medio no solo debilita la credibilidad del periodista, sino que empobrece el debate público. Y eso es precisamente lo que más necesita una democracia vibrante: debate, información, pluralismo, datos y contexto.

El verdadero desafío: audiencias educadas y medios responsables

Finalmente, esta discusión también interpela al ciudadano. Porque una democracia madura no solo necesita buenos medios, sino ciudadanos con criterio. Personas capaces de distinguir entre opinión e información. De leer más de una fuente. De formarse una visión con base en hechos, no solo en emociones. De exigir transparencia y honestidad, tanto al poder político como a los medios que lo fiscalizan.

Y aquí está el desafío más grande: la credibilidad se construye con consistencia. Si un medio es sistemáticamente omiso en los logros nacionales por miedo a que eso se interprete como “hacerle juego al gobierno”, entonces ha perdido el norte, igual lo habrá perdido en el caso contrario. Porque los medios están para servir al público, no para sostener una cruzada política.

Presidir la OCDE no es un triunfo de un partido. Es un reconocimiento al país. Y si los medios no son capaces de entender esa diferencia, están condenados a perder su función como mediadores entre los hechos y la ciudadanía.

En conclusión

Un medio puede –y quizá debe– tener línea editorial. Pero esa línea debe estar al servicio de la verdad, no de la omisión selectiva. Al servicio del debate, no del monólogo ideológico. Al servicio de la ciudadanía, no de una agenda que se convierte en lente de distorsión. La prensa libre e independiente no es la que repite slogans, sino la que informa con coraje, contextualiza con rigor y opina con integridad.

Y en tiempos donde la información abunda pero la verdad escasea, necesitamos más que nunca medios que no renuncien a su deber. Aunque eso implique, de vez en cuando, reconocer que incluso los gobiernos que uno no apoya también pueden lograr cosas que valen la pena contar.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.