En un mundo cada vez más consciente de la urgencia climática, resulta difícil no recibir con entusiasmo cualquier encuentro internacional dedicado a la protección del océano. Sin embargo, detrás de la reciente Cumbre para el Océano y su grandilocuente Declaratoria de Paz para el Océano, se esconde una realidad incómoda: estamos apostando por la diplomacia simbólica cuando la casa —el planeta— ya está en llamas y el mar, al borde del colapso.
La declaratoria fue recibida con aplausos por los representantes de gobiernos, instituciones científicas y actores del sector marítimo en la pre-cumbre para el océano de Costa Rica celebrada en junio del 2024. Todos coincidieron en la importancia de alcanzar una "paz azul": detener la sobrepesca, restaurar los ecosistemas marinos y proteger al menos el 30% del océano para 2030 y acabar con la agresión humana al océano. Pero la pregunta inevitable sería:
¿Una declaración de paz podrá tener algún impacto cuando la guerra ya está perdida en muchos frentes
Esto solo será posible revisando los antecedentes de cada una de las cumbres celebradas por los océanos incluida la celebrada este junio 2025 en Niza – Francia.
Entre las buenas intenciones y la inercia institucional
Esta no es la primera vez que se hace una promesa global para los océanos. Desde el Objetivo de Desarrollo Sostenible 14(ODS 14) de la ONU, hasta el Tratado de Alta Mar aprobado en 2023, los compromisos se multiplican, mientras la salud de los mares se deteriora con la misma velocidad con la que se redactan comunicados.
La Declaratoria de Paz para el Océano suena bien en papel. Pero, como ha sucedido tantas veces, se queda corta frente a los intereses económicos que continúan promoviendo actividades extractivas, subsidios pesqueros dañinos y una impunidad casi total para las flotas industriales que devastan ecosistemas enteros.
Es necesario recordar que las ONG, la comunidad científica y algunos Estados insulares han hecho llamados desesperados. Pero al parecer, la dinámica de las cumbres —reuniones pulidas, frases motivadoras y promesas voluntarias— no logran traducirse en mecanismos vinculantes, fiscalizables y, sobre todo, efectivos. La respuesta es sencilla -las voluntades políticas son lavadas por los grandes intereses de la industria y el narcotráfico.
¿Será que el 2030 habremos alcanzado la década perdida para los océanos? De pronto el 2030 aparece como un horizonte de esperanza. Un deadline político y climático que marca el plazo para revertir tendencias destructivas. Pero al ritmo actual, no solo no cumpliremos las metas; es posible que enfrentemos un punto de no retorno en algunos sistemas oceánicos clave.
Los arrecifes de coral están muriendo más rápido de lo que podemos salvarlos. La acidificación y el calentamiento del océano están alterando cadenas tróficas enteras. Y la biodiversidad marina —ese mundo invisible y vasto— se ve arrinconada por la contaminación, la minería en aguas profundas y la expansión de las zonas muertas.
La "Paz para el Océano”, en realidad no se puede declarar; debe ganarse. Y para ello hace falta valentía política, justicia ambiental y una ruptura real con los modelos económicos actuales. Lo contrario es hacer poesía diplomática mientras el mar se ahoga en silencio.
¿Qué es una verdadera paz con el océano? Entre otras cosas, debería significar detener de inmediato las prácticas más destructivas, como la pesca de arrastre en aguas profundas, acabar con la agresión humana al océano y su vida marina. Poner fin a los subsidios que incentivan la sobreexplotación. Crear Áreas Marinas Protegidas efectivas, controladas, resguardadas y respetadas y sobre todo escuchar a las comunidades costeras y los pueblos indígenas, que han vivido en armonía con el mar mucho antes de que los Estados firmaran tratados.
También debe significar que de forma valiente hay que enfrentar a las grandes corporaciones contaminantes, regular estrictamente el transporte marítimo y prohibir la minería submarina antes de que empiece. Esas son las condiciones mínimas para hablar, con legitimidad, de paz para el océano.
En junio de 2024, Costa Rica acogió el foro "Inmersos en el cambio", donde más de 28 países firmaron la Declaratoria de Paz para el Océano impulsada por Costa Rica, y que pretende un compromiso que, en teoría, busca restaurar la salud de los océanos y garantizar su uso sostenible. Sin embargo, al analizar los compromisos concretos y las acciones previas, surge una pregunta inevitable: ¿estamos ante una verdadera transformación o ante una nueva capa de pintura sobre un sistema que sigue deteriorándose?
La Declaratoria de Paz para el Océano, aunque respaldada por países como Chile, Alemania, España, Francia, Colombia, Costa Rica y otros, carece de carácter vinculante. En lugar de establecer obligaciones claras, se limita a expresar intenciones y buenos deseos, en un contexto donde los océanos enfrentan alarmantes amenazas, donde las palabras vacías no son suficientes.
En cada una de estas Cumbres firmamos compromisos sin cumplimiento, y uno de los compromisos destacados en la Declaratoria es la ratificación del Tratado de Protección de Alta Mar, firmado en 2023 por más de 70 países. Este acuerdo busca proteger áreas del océano fuera de las jurisdicciones nacionales, que representan aproximadamente el 64% de los mares del mundo. Sin embargo, hasta la fecha, solo 16 países han ratificado el tratado, y se requiere un mínimo de 60 ratificaciones para que entre en vigor.
Además, cabe destacar que la implementación efectiva del tratado enfrenta desafíos significativos. La creación de zonas marinas protegidas en alta mar es una herramienta clave, pero actualmente solo alrededor del 1% de estas áreas están bajo medidas de conservación.
Pero aún más preocupante y frustrante es cuando sabemos que se hacen Inversiones millonarias sin resultados tangibles.
En la conferencia "Our Ocean 2023" en Panamá, se anunciaron más de 300 compromisos por un valor superior a 22 mil millones de dólares para la protección del océano. Sin embargo, la falta de transparencia y seguimiento efectivo plantea dudas sobre la utilización real de estos fondos. ¿Se están destinando adecuadamente a proyectos que generen un impacto tangible en la conservación marina? Definitivamente NO, la desconexión entre discurso y acción es evidente, el discurso oficial enfatiza la urgencia de proteger los océanos, pero las acciones concretas siguen siendo insuficientes. La pesca ilegal y no regulada continúa siendo una amenaza latente.
Desde la perspectiva de una gran mayoría de personas en el planeta vinculadas estrechamente a los océanos, exigimos menos cumbres con más acción y menos gala.
Celebrar cumbres sin compromisos vinculantes es como lanzar bengalas al cielo esperando que cambien la marea. Mientras los líderes se felicitan por su compromiso simbólico, los océanos siguen calentándose, perdiendo oxígeno y vida. La esperanza no puede sustentarse en palabras. Necesitamos acción, y la necesitamos ahora.
Si la Declaratoria de Paz para el Océano es solo otro documento bien intencionado, sin consecuencias reales, entonces estamos firmando no un tratado de paz, sino un epitafio anticipado para nuestro Océano.
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