El trabajo doméstico y las tareas de cuidados generan cargas adicionales para las mujeres y para la sociedad en su conjunto. Esto limita aspectos fundamentales de nuestro involucramiento en sociedad, como es la formación, el acceso a puestos de trabajo, la recreación y el deporte, o atender cualquiera de nuestras vocaciones.

Debemos reconocer que esta es una situación injusta y también un pésimo negocio para la colectividad. Esta carga limita el crecimiento económico al desaprovechar el bono de género en una sociedad en acelerado envejecimiento, y por el contrario aumenta la pobreza en hogares liderados por mujeres y vulnera el potencial de quienes asumen, por mandato social y sin remuneración, estas tareas dentro de sus familias.

Reconociendo las distancias, puedo ser consciente del peso de estos roles de género en mi propio entorno. Sin el apoyo de mi mamá (otra mujer apoyando a su hija) y sin una distribución justa de las tareas domésticas en mi hogar, yo no podría investigar ni terminar mis estudios.

Sin embargo, la mayoría de mujeres no cuenta con este tipo de respaldos. Para trabajar o estudiar, las mujeres asumimos dobles y hasta triples jornadas.

Las mujeres que asumen responsabilidades de cuidado familiar enfrentan barreras importantes para completar su educación o mantenerse activas en la fuerza laboral. Aunque esto afecta a mujeres de todos los niveles de ingreso, el impacto es mucho más fuerte en los hogares de bajos recursos.

De hecho, en 2023, el 90% de las mujeres que vivían en hogares en condición de pobreza estaban fuera de la fuerza laboral. El principal obstáculo: la dedicación a las tareas de cuidado, según lo señaló el informe país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).

Además, según proyecciones de la OCDE, si lográramos cerrar las brechas de género en la participación laboral y en las horas de trabajo, el crecimiento económico del país se vería beneficiado. Se estima que esto podría aumentar el PIB per cápita en un 9,2% para el año 2060.

Como sociedad, debemos de ver el cuidado como una responsabilidad social compartida, lo cual significa entender que cuidar no es solo tarea de las mujeres, sino algo que todas y todos debemos compartir. Es adoptar una forma de vivir en la que aprendemos a colaborar y repartir de manera justa las tareas de cuidado, asumiendo también las responsabilidades, compromisos y consecuencias de lo que hacemos o dejamos de hacer al respecto.

Por otro lado, a pesar de tener mayor preparación académica, nuestra participación laboral sigue siendo más de 30 puntos porcentuales menor que la de los hombres. Además, una de cada cuatro está desempleada por razones personales, el doble que los hombres, y siete de cada 10 personas no remuneradas son mujeres.

El trabajo doméstico no remunerado representa cerca del 21% del PIB. Este es un subsidio no facturado al resto de la economía, pero pagado mayoritariamente por nosotras.

Los cuidados deben ser un pilar de seguridad social y de igualdad de género. No obstante, reducir estas desigualdades requiere distribuir equitativamente las responsabilidades del hogar, fortaleciendo la infraestructura social del cuidado en Costa Rica, la cual incluye centros de cuido, la Red Nacional de Cuido y Desarrollo Infantil y la Política Nacional de Cuidados para personas adultas en situación de dependencia.

Será determinante aplicar un enfoque interseccional, ya que nuestras experiencias varían, aunque compartimos el desafío de nuestro género común. Para ello, las políticas deben recuperar su fundamentación en datos como base para el diálogo, la negociación y la participación de todos los sectores.

Acabemos con estas desigualdades estructurales, Costa Rica merece ser un país que cuida de las oportunidades para todas.

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