Cardenal Robert Francis Prevost. Estadounidense y peruano. Gringo y con cultura inca. De América Sajona y de América Latina. El Espíritu Santo escogió un Papa para unirnos.
El papa León XIV une desde su nacimiento naciones y razas pues proviene de inmigrantes de diversos orígenes. Sus abuelos paternos fueron italiano y francesa y sus abuelos maternos dominicano y criolla de Luisiana de ascendencia francesa, africana y española.
Por su vida une a América. Ciudadano de Estados Unidos criado en los barrios del sur de Chicago donde residían latinos, polacos, italianos y afroamericanos ejerce la mayor parte de su vida al servicio de la Iglesia en Perú, domina su idioma nativo el inglés, y también el español y el quechua, y adopta en 2015 la ciudadanía peruana. Une a Estados Unidos y a América Latina. Une a estadounidenses y latinos. Une la riqueza de razas, colores y lenguas de nuestro continente.
Vivimos un mundo de confrontaciones. Confrontaciones ideológicas frecuentemente de aparente insalvable antagonismo, donde el adversario es enemigo. Confrontaciones por nacionalismos. Confrontaciones que afectan la dignidad de los migrantes, de minorías y de personas desposeídas. Confrontaciones por diferencias de color, de preferencias sexuales, de religión, de cultura. Confrontaciones que desdichadamente también se dan con la sangre, los muertos, los heridos, la destrucción y el sufrimiento de las guerras en Europa, Cercano Oriente, África y Asia.
Nuestra América no es ajena a estas divisiones y confrontaciones. Sufren nuestros pueblos dolor, pobreza e incomprensión, y con el crimen internacional también sufrimos en nuestro continente las muertes especialmente de jóvenes, el desarraigo y la violencia.
Sufre nuestro continente la angustia de los migrantes que por persecución política o por necesidad económica radical deben abandonar familia, comunidad, costumbres y lengua para buscar la subsistencia de su familia en tierra lejanas que defendiendo su geografía y costumbres les cierran sus puertas. Sufren los inmigrantes que son expulsados de EEUU adonde movidos por la necesidad han llegado ilegalmente.
Sufren las personas que son discriminadas en las comunidades donde viven. Sufren nuestros pueblos nativos.
Cuando nuestra América indígena se unió al mundo exterior las armas y enfermedades de los europeos causaron estragos en su población indígenas, ya la par de los conocimientos y adelantos de los conquistadores se dieron las tribulaciones y atropellos que ellos impusieron a los conquistados.
Esta América dividida que desde donde hoy se promueven los nacionalismos que dividen es también la América con vocación a ser cristiana en religión y en valores. Es una América heredera de la cultura judeocristiana y grecorromana que acá con el encuentro de civilizaciones se enriqueció con la convivencia de razas y creencias.
Una América que en Estados Unidos es constructora de la democracia y el estado de derecho contemporáneos, con sus propósitos muy imperfectamente cumplidos de “que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados…”
Una América que es muy imperfecta en aplicar a las relaciones sociales en sus naciones la civilización del amor que predica Jesús y en vivir las aspiraciones democráticas de libertad, dignidad y justicia para todos.
Pero también una América que desde Alaska hasta Patagonia es heredera de una cultura que —con el Milagro de Guadalupe, con San Juan Diego, con Fray Bartolomé de las Casas, con la resolución teológica que provocó el Emperador Carlos I, con las Leyes de Indias— fortaleció la aspiración cristiana a vivir con la dignidad de hijos de Dios llamados a amarnos unos a otros.
Las apariciones de la Madre de Dios a San Juan Diego transforman el descubrimiento de América. Lo convierten en el encuentro de culturas, en la civilización del mestizaje que con pasajes cruentos y dolorosos causados por hombres y microbios contribuyó al cambio de época que originó la Edad Moderna, y que -posteriormente- con la Independencia de EEUU favoreció al surgimiento de la Edad Contemporánea.
El papa León XIV en su primer mensaje invocó a la Madre de Dios para que ayude a la Iglesia a construir puentes que nos permitan vivir en paz, con justicia y amor en especial por las personas con mayores necesidades. Nos dijo:
Estamos todos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios y por su amor. Ayúdennos también ustedes, luego ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz.”
Este mensaje brilla de manera especial para nuestras Américas, herederas del milagro de Guadalupe y por él llamadas a ser pregoneras de la unidad y el amor entre todos los americanos.
Pidamos a la Virgen de Guadalupe “Emperatriz de las Américas” que interceda ante su Hijo para que ilumine y fortalezca al Papa León XIV como constructor de puentes que nos unan en el amor en este continente. La Virgen María es la madre que nos une a todos en la celebración del mestizaje y de la diversidad, todos diferentes en nuestra personal y única historia, y todos hermanos iguales como hijos amados de Dios.
El cardenal Robert Francis Prevost, el papa León XIV es otro papa latinoamericano como nuestro querido papa Francisco, y a la vez el primer Papa de Estados Unidos. Es el americano bueno llamado a construir un puente de amor en las Américas.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.