Llega a su 54 aniversario el IMAS. La institución que se creó -en palabras de la Segunda Proclama de Santa María de Dota- para declararle la guerra a la pobreza extrema.

Durante demasiado tiempo la institución se enredó en el burocratismo, naufragó en el Mar Muerto del asistencialismo y olvidó que la meta, el gran indicador de éxito, debe ser que el IMAS deje de ser necesario, que cada vez haya menos gente en pobreza en este país.

En esta administración nos hemos dedicado a desempolvar el propósito institucional, que no es otro que el que la gente deje ser pobre. Si no sacamos a la gente de la pobreza, fracasamos.

También sacamos de los cajones del olvido el mandato legal de 1971 que establecía que quienes reciben subsidios del IMAS tienen que estudiar, emprender o trabajar; o como digo yo, moverse, no quedarse parqueados. La sociedad, que financia al IMAS con sus impuestos, debe estar vigilante para que nada de lo avanzado retroceda. No podemos permitir que regrese el viejo IMAS
asistencialista, el de los subsidios eternos y de generación en generación.

Ya lo decía don Pepe Figueres: “La institución ha de ser realista (…) no debe inventar problemas, sino enfrentarse a los que existen. Corresponde al IMAS demostrar que las modernas técnicas sociológicas, las normas de la eficiencia administrativa y los derechos proclamados del ser desvalido, no están reñidos con el espíritu fundamental de la caridad cristiana”.

Este Gobierno no solo ha logrado bajar la pobreza como nunca antes se había hecho en este país, sino que lo logramos al mismo tiempo que rescatábamos la institución de los males del asistencialismo y la burocratitis aguda, con dosis intravenosas y periódicas de eficiencia. Sencillo no ha sido, pues además, cada cierto tiempo hemos debido pasar por el quirófano jurídico manuales, reglamentos y procedimientos de todo tipo en el IMAS, que tantas veces reñían con el sentido común.

El legado será IMAS Impulsa. Una institución que pone a la gente a caminar. A prepararse para trabajar. Una institución que da un empujón a quien lo ocupa en un mal momento, pero no genera adicción a los subsidios. Ese es el IMAS que Costa Rica siempre mereció y que ya no puede esperar más.

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