Me duele mucho la muerte de Mario Vargas Llosa. Agradezco a Dios y a Mario lo mucho que en ideas y valores representó, lo mucho que con sus escritos y acciones nos enseñó, el increíble mundo de imaginación y realidad que creó para deleitarnos.
Lo conocí durante su campaña presidencial. Quería mucho más que ser presidente de Perú, quería transformar la cultura y la institucionalidad de su país, y quería influir en el mundo en favor de la dignidad y la libertad de todas las personas.
Quería hacerlo no solo como ya lo hacía con gran influencia por medio de su exquisita y prolífica creación de personajes literarios, sino también dando directamente la cara en favor de sus ideales.
Por eso se lanzó a su campaña presidencial, lo que no es tarea ni fácil, ni tranquila, ni pausada, y que absorbe tiempo y energía todo el día todos los días.
La tarea que con valentía y enorme idealismo y compromiso con la autenticidad se impuso Mario Vargas Llosa al asumir la candidatura presidencial de su país era mayor a una simple candidatura presidencial. Mario trató de convencer a sus conciudadanos de los méritos de cortar las cadenas de sometimiento a caudillos salvadores y a gobiernos que se anunciaban como mágicos. A convencerlos de desconfiar de las intervenciones estatales en la economía disque en favor del pueblo y en realidad en favor de los intereses de grupos dominantes. A convencer a sus compatriotas sobre las ventajas de la libertad, el estado de derecho y su gobierno de leyes, la iniciativa individual y de grupos voluntarios, el orden fiscal, y de producir con mercados abiertos local e internacionalmente, y competitivos y eficientes.
Era cambiar creencias y tradiciones dominantes en nuestra América Latina desde las tradiciones tribales y de imperios nativos, y desde la colonia mercantilista. Tradiciones y creencias asentadas en la consciencia de ciudadanos encantados por la posibilidad de que caudillos pudiesen —por arte de birlibirloque— cambiar radicalmente por intervencionismo estatal sus pobres condiciones de vida. Tradiciones y creencias que los liberales de nuestra región no habían logrado vencer a pesar de años de lucha por construir democracias liberales. Habían valientemente -pero con muy limitado éxito- enfrentado desde los últimos años de la colonia a conservadores, monopolios y poderes económicos que impedían la entrada a competir y que favorecían la protección del estatus social, y regulaciones mercantilistas
Además, la ocasión en que Vargas Llosa inició su lucha lucía como la menos propicia. “En 1990 el país se encontraba en una situación caótica, producto de una dilatada crisis económica que había adquirido proporciones gigantescas hacia fines del gobierno de Alan García (1985-1990) y una escalada de violencia política sin precedentes. El ingreso per cápita de los peruanos había caído un 30% de 1987 a 1990 y se encontraba al mismo nivel que en 1960. Las finanzas públicas se mantenían gracias a una emisión descontrolada de dinero que desató una hiperinflación que acumuló la exorbitante cifra de 2,2 millones por ciento durante el período de García. Más de la mitad de los peruanos vivía en condiciones de pobreza y la gran mayoría de ellos habitaba en zonas rurales o en inmensas barriadas (pueblos jóvenes) que existían al margen de las instituciones y leyes del país. Este era el caso de cerca de la mitad de los 6 millones de habitantes que por entonces vivían en la región metropolitana de Lima-Callao. Al mismo tiempo, gran parte de las zonas rurales del altiplano estaban bajo el control de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso que junto al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) sembraban el terror por doquier, en una guerra sin cuartel que terminaría costando cerca de 70 mil muertos y desaparecidos. Para muchos, Perú estaba a las puertas de una revolución comunista.” (Mauricio Rojas, “La revolución peruana: Mario Vargas Llosa y el capitalismo de los pobres”)
Y a pesar de estar inmerso en tan demandadora y titánica tarea que se agiganta en Perú por ser un país multicultural, extenso y con una geografía variada en extremo, el candidato presidencial Mario Vargas Llosa lanzó su Revolución de la Libertad.
Para extender al mundo su lucha por la libertad política, social, económica, y para hacer ver a sus compatriotas los frutos de vivir y progresar en libertad, Mario convocó una reunión con amantes de la libertad de las más variadas naciones, solo posible por el extraordinario poder de convocatoria de Vargas Llosa ya universalmente reconocido por su gran obra literaria. Ahora ejercía su influencia como el candidato presidencial de un país que había caído en la Revolución Peruana, que por la vía del socialismo lo había empobrecido cruelmente. Participaron, entre otros, Israel Kirzner, Jean Francois Revel, Plinio Apuleyo Mendoza, Og Francisco Leme, Pedro Schwartz, Manuel Ayau, José Piñera, Alberto Benegas Lynch (h).
Probablemente por influencia de Alberto Di Mare mi maestro y de amigos de la Sociedad Mont Pelerin como Enrique Ghersi, quien era candidato a diputado por la agrupación política que apoyaba a Vargas Llosa, me llegó la invitación para asistir a Lima a ese evento.
Lorena y yo lo disfrutamos muchísimo.
Pocos días antes, el primer domingo de febrero de 1990, había sido electo diputado en mi primera contienda electoral por una posición electiva, después de haber perdido la campaña interna de mi partido por la candidatura presidencial que ampliamente me ganó Rafael Angel Calderón Fournier, quien en esa elección de febrero había sido electo presidente de Costa Rica.
Asistir fue una experiencia tonificadora y de gran ayuda para mi futuro político.
Fue una oportunidad para un novel político costarricense forjado en la academia y en la vida empresarial de zambullirse en un torrente de ideas y experiencias de pensadores y actores políticos. De escuchar mensajes de Octavio Paz, Václav Havel y Lech Walesa. De compartir con políticos avezados y nuevos que luchaban por rescatar al Perú de la miseria económica y la desesperanza política en que lo habían sacrificado los mitos socialistas y las fantasías empobrecedoras de las izquierdas latinoamericanas, disque revolucionarias.
La verdadera revolución era el camino de la libertad. De la democracia liberal con fuertes y efectivos estados de derecho y con mercados abiertos, competitivos y eficientes. La verdadera revolución era liberarnos de los gobiernos despilfarradores, de los gobernantes abusadores y clientelistas, y de los ciudadanos sometidos.
Empezaba a perfilarse en la campaña peruana la candidatura de Alberto Fujimori que pocos días antes no marcaba en las encuestas, y eran evidentes desde meses atrás las dificultades en el Frente Democrático, la coalición que apoyaba la candidatura de Mario. Se enfrentaban en ese Frente Democrático los integrantes de los partidos tradicionales -Acción Popular del Expresidente Fernando Belaunde Terry y Popular Cristiano de Luis Fernán Bedoya Reyes- con los dirigentes del Movimiento Libertad, la nueva organización política de Vargas Llosa.
Además, se producían también enfrentamientos entre los candidatos al poder legislativo del Frente Democrático, pues el sistema de listas con voto preferente promovía la competencia entre ellos. Cada participante en las listas al congreso quería obtener mayor apoyo personal para situarse en ubicación en la lista con mayor posibilidad de ser electo.
Pero por encima de todas las dificultades, angustias y necesidades de la campaña presidencial, Mario Vargas Llosa estaba empeñado a pocas semanas de la elección en promover la libertad de las personas, y la eficiencia de la economía competitiva para alcanzar bienestar para sus compatriotas y para bien de todos los países.
Después de la II Guerra Mundial Latinoamérica era la región más prometedora del mundo en desarrollo.
Pero el panorama era muy diferente cuatro décadas más tarde.
No solo Perú vivía tiempos difíciles en nuestra región.
La de los ochenta fue la década perdida.
Los sueños de integración económica de los cincuenta y los sesenta se habían quedado en meras declaraciones políticas sin aperturas comerciales, salvo el avance del mercado Común Centroamericano que se vio truncado por la ineficiencia del proteccionismo y de los gobiernos.
Los milagros económicos en Europa y Japón y el avance vertiginoso de los Tigres Asiáticos con altas y sostenidas tasas de crecimiento económico nos habían dejado relegados.
Los golpes militares habían dominado a la región, y la democracia solo florecía en Costa Rica, Colombia y Venezuela, citados de norte a sur y por su tiempo de vigencia.
Con gran facilidad brotaban caudillos populistas.
Mario Vargas Llosa con su clara percepción de la realidad que vivíamos entendió la hora y las necesidades políticas, económicas y sociales.
Entendió que la solución era la Revolución de la Libertad. Y la convocó en medio del fragor de la lucha por recuperar a su país. Mario no solo fue un enamorado de la libertad. También tuvo apasionada vocación para hacer que otros se enamoren de la libertad.
Para mi aquella convocatoria fue una inyección de confianza y determinación.
Desde mi juventud me había apasionado la política, convencido de la necesidad de participar en ella para buscar el progreso de los ciudadanos.
Había estudiado derecho para entender el lenguaje del estado, y economía para conocer la producción y la participación de las personas en ella.
Y con mis profesores me enamoré también de la libertad.
Mis tesis de economía El Mito de la Racionalidad del Socialismo y la de derecho, el Orden Jurídico de la Libertad habían sido publicadas y me había desde entonces enfrentado con los defensores del socialismo y del intervencionismo estatal.
Muy joven al regresar con mi PhD en economía para integrarme al gobierno del Profesor Trejos Fernández en el que participaban algunos de mis profesores universitarios, había sido Director del Banco Central, Ministro de Planificación y de la Presidencia y me había tocado participar en resolver problemas causados por gasto público dispendioso y por políticas monetarias expansivas.
En 1970, después de mi participación en el gobierno del presidente José Joaquín Trejos me había dedicado a tareas académicas en la Universidad de Costa Rica y a desarrollar empresas agropecuarias e industriales en Centro América. Pero siempre opinando en temas económicos y colaborando en las campañas políticas.
Como presidente de ANFE (la Asociación Nacional de Fomento Económico) -que hasta donde sé fue la primera asociación de generación de pensamiento liberal en América Latina- había participado en el diseño de políticas públicas para abandonar el modelo proteccionista de sustitución de importaciones que nos había llevado a ser la primera nación en entrar en la crisis de deuda externa y cesación de pagos de nuestra región a inicios de la década de 1980.
En 1982 al celebrar FLACSO su vigésimo quinto aniversario había participado en una conferencia y posteriormente lo hice con la publicación de mi ensayo “Centroamérica: Crisis estructural y crisis de la libertad individual” (FLACSO, “Centroamérica: Condiciones para su integración”) en las que defendí la tesis de que los problemas políticos, sociales y económicos que atormentaban a nuestros pueblos eran en realidad un mismo problema, el problema de falta de libertad. En lo político falta de libertad para participar. En lo social falta de libertad para la acción. En lo económico falta de libertad para escoger.
Un par de años antes de la convocatoria de Vargas Llosa a conocer, apoyar y a enriquecerme con la Revolución de la Libertad que él encabezaba había publicado “Al Progreso por la Libertad: una interpretación de la historia de Costa Rica”.
Señalo en su introducción la hipótesis de que “a los costarricenses nos caracteriza y diferencia algo que ha sido, por una parte, la capacidad de prever aquellas situaciones conflictivas que el desarrollo nos podía deparar; y, por otra, la actitud de buscar soluciones institucionales que, sin perder el principio de libertad en la sociedad, nos permitan enfrentar tales situaciones.” Y dediqué el libro a analizar las condiciones de la sociedad previsora que nos había encaminado al desarrollo en el siglo XIX y la primera mitad del XX, su caída y transformación en una sociedad intervenida por el predominio del “soberbio propósito de dirección central en manos de unos pocos políticos sabios” y las reformas institucionales que proponía para retomar la ruta de la sociedad previsora.
Pero había perdido la lucha interna de mi partido. Buena parte de los ataques contra mi precandidatura se habían dirigido a convencer a nuestros partidarios de que por promover la libertad yo era un liberal sin corazón, indiferente a las condiciones de vida reales de las familias en pobreza. Y claro aquella realidad político electoral me había afectado.
La Revolución de la Libertad vino a fortalecer mis convicciones. El vigor y la entrega de Mario Vargas Llosa y sus cercanos colaboradores en su campaña por la libertad y el progreso de su país, las participaciones de tantos brillantes políticos y académicos, las memorables intervenciones de Israel Kirzner y Jean Francois Revel me ayudaron grandemente a convencerme de la necesidad de no cejar en la defensa racional pero apasionada de la libertad, la libertad en la ley, la libertad en la democracia y el estado de derecho, la libertad con mercados abiertos y competitivos, la libertad con gobiernos eficientes y responsables, la libertad política, la libertad social, la libertad económica.
Luego Dios me dio oportunidades para disfrutar la relación con Vargas Llosa en otros ámbitos.
Mi relación más familiar con él la disfruté cuando estábamos viviendo en la ciudad de Washington donde daba clases en George Washington University. Invitamos a cenar a Mario y Patricia que visitaban esa bella capital con nuestros hijos Andrés y Vanessa que también entonces vivían en esa área. Llegaron cargados de su colección de las novelas de Mario a pedirle su autógrafo, lo que con exquisita bonhomía y gran paciencia les concedió.
Durante mi presidencia tuvimos el gusto de recibir a Mario en Costa Rica. Desde hacía muchos años había sido devoto lector de sus novelas, y acababa de terminar de disfrutar y sufrir La Fiesta del Chivo. No había destronado a la Guerra del Fin del Mundo como su novela de mi preferencia, pero esa magnífica y terrible descripción de la tiranía me había conmovido. Me costó muchísimo poder entender cuando Mario me dijo que había eventos reales aún peores que había encontrado en su investigación sobre Trujillo, pero que no los había incluido porque habrían quitado credibilidad a su novela.
En 2010 recibí una llamada de mi hermano Álvaro Rodríguez Echeverría entonces Superior General del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Roma. Acababan de entregar a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura, y Álvaro conocedor de mi amistad y admiración por él, me llamaba conmovido por su discurso Elogio de la Literatura y la Ficción.
Mario inició ese discurso así: “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio …”
Muy justificadamente Álvaro estaba impresionado y agradecido, expresó a nombre de los Hermanos de la Salle ese gran reconocimiento de Vargas Llosa en tan solemne ocasión al hermano Justiniano, su primer maestro.
Gentilmente Mario contestó a Álvaro. Entre otras cosas le manifestó:
Sus líneas me conmovieron profundamente y me recordaron los años felices de mi infancia, en Cochabamba y en Lima, que pasé en los colegios de La Salle de ambas ciudades. Fue un acto de justicia recordar al Hermano Justiniano, un hombre sabio y santo, que me enseñó a leer y gracias a ello, me abrió las puertas maravillosas de los libros y sus aventuras interminables. Me alegra mucho que mis palabras de gratitud hacia el colegio de La Salle hayan llegado hasta quienes, en la Institución de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, dedican su vida a una vocación tan admirable. Estoy seguro que muchos miles de antiguos lasallistas tienen el mismo recuerdo agradecido y nostálgico de su paso por el Colegio de La Salle.”
La lucha por la libertad y la democracia no puede amainar. Y Mario Vargas Llosa la siguió sin desmayo. Sus valiosos ensayos y el establecimiento de la Fundación Internacional para la Libertad son elocuentes pruebas.
Es un privilegio poder hacer publica mi gratitud a Mario Vargas Llosa por hacer más bella mi vida con sus creaciones literarias y por fortalecer mi amor a la libertad.
Hoy, en conmemoración de su vida, llamo a todas las personas de buena voluntad a redoblar la lucha en favor de la dignidad y la libertad de todas las personas. Sufrimos muy graves amenazas y debemos redoblar esfuerzos
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