Blas Dotta salió a caminar por Chepe y sus prolongaciones y al cabo de un tiempo escribió un libro de crónicas en el que nos habla sobre las glorias de Sagrada Familia, las fronteras del futuro y las cápsulas internas de la ciudad.

Carmen Araya se propuso investigar cómo las élites se fugaron de la ciudad, cómo Chepe pasó de ser la París en miniatura a la ciudad de los pulseadores y cómo la dinámica de los vendedores ambulantes y el comercio informal inauguró una estética circense de la posibilidad y la necesidad.

En el último episodio de la Telaraña, Jurgen Ureña conversó con Blas y Carmen acerca de esos y otros temas.

La ciudad y sus heridas.

La ciudad y sus Cristos.

Decía Pedro Saborido que en el conurbano bonaerense se suele reinventar la espacialidad: un conjunto de irreverencias arquitectónicas consistentes en añadir piezas y piezas a una misma casa. Uno abre una ventana, según dice, y aparece un primo rasurándose. Y como en un cuadro de Escher, al girar una puerta es perfectamente plausible encontrarse a la abuela al revés, caminando por el piso mientras lleva una cacerola con lentejas.

No se trata de algo exclusivo del conurbano bonaerense.

Acá también pasa.

Cuando uno viaja a Cartago y hay mucha presa en la Florencio del Castillo, regularmente, Waze recomienda agarrar por Patarrá. Se pasa, entonces, por Linda Vista, un barrio donde hay decenas de decenas de casitas que se equilibran en el barranco. Desde la calle se ven escaleras escherianas que bajan y forman recovecos imposibles y se ven poliedros platónicos que se encaraman unos sobre otros.

Se trata de formas disparatadas, infinitamente más audaces que las que uno contempla, digamos, en alguno de esos asépticos y anodinos condominios de clase media alta.

Ahora... No pretendo bajo ninguna circunstancia mistificar la pobreza.

Volviendo a Argentina: Enrique Santos Discépolo recuerda que el peronismo acabó con el tango en tanto acabó con todo ese malvivir de conventillos y pobreza que nutrió su lírica durante décadas.  Y eso está muy bien: es más importante el bienestar de la gente que el tango. O sea, sería infinitamente mejor que las personas de Linda Vista pudieran vivir en asépticos, anodinos y confortables condominios de clase media alta y que no se vieran en la necesidad de reinventar la espacialidad en medio de tantísimas carestías.

Pero quiero subrayar nuevamente el tratamiento formal.

Eso es lo que me interesa.

Y me interesa porque, también, se relaciona con aquella formidable mansión de Manzanita en León XIII: se trata de extraordinarias reelaboraciones simbólicas de la superchería neoliberal sobre la superación personal.

Algo así como lo que hablaban Blas y Carmen.

Tanto las casitas de Linda Vista como la mansión de Manzanita rompen con los paradigmas del paisaje urbano josefino: las azoteas con terraza, de acuerdo con ciertos prejuicios, únicamente deben estar en La Sábana/Escazú o en Escalante/Curri, y las arquitecturas audaces le atañen solamente a las firmas arquitectónicas más consolidadas.

Yo no sé si nuestras ciudades son horrorosas o no. Pero así como Braudel mostró que en los márgenes de las ciudades del Ancien Régime se conjuraba el capitalismo, a lo mejor, en esas reinvenciones espaciales de Linda Vista y el conurbano bonaerense se configura, se disputa y se resuelve una idea de lo urbano. Una idea que puede ir de Mad Max a la Arcadia de los pulseadores.

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