Llegamos antes de las 9 de la mañana, hora acordada previamente con las autoridades de migración costarricenses, nos dijeron que podríamos entrar a dicha hora en punto. En efecto, así ocurrió. Nos recibieron amablemente, el director del Centro de Atención Temporal para Migrantes (CATEM) y otra persona de la Dirección de Integración. Durante casi 40 minutos nos estuvieron explicando su labor y las restricciones de la visita: no podríamos ingresar al lugar donde duermen, si tomábamos fotos tendríamos que contar con sus autorizaciones, y lo más importante para ellos, que tuviésemos claridad de que estaban cumpliendo con su labor.
Para ese momento, aproximadamente las 9:40, nos quedaban 80 minutos para recorrer el lugar, hacer contacto con las personas detenidas, darles información y conocer un poco de sus historias.
En la misión participamos ocho personas, integrantes del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL), el Servicio Jesuita para Migrantes (SJM) y American Friends Service Committee (AFSC). Organizar la logística fue un desafío, sabíamos que encontraríamos personas de 13 nacionalidades, ocho idiomas, apenas cinco o seis hablaban inglés, ninguno español. El traductor de Google fue nuestro mejor aliado, y así, sentadas en el piso o donde pudimos, con un calor de 31 grados Celsius, empezamos nuestra tarea más importante: hacerles saber a estas personas que tenían derechos y que estábamos ahí para escucharles.
En mi caso, logré conversar con cuatro mujeres, algunas de Rusia y otras de Armenia, estaban acá con sus hijos e hijas con edades entre los 3 y 12 años. Me contaron como llegaron a Estados Unidos, a una de ellas la intentaron violar en México, todas habían salido de sus países por persecución política y no podían volver, incluso algunas tienen familiares en Estados Unidos. Una me comentó “mi esposo y mi hijo de 13 años están allá, queremos verlos, tenemos derecho a estar con ellos”.
“En Estados Unidos estuvimos detenidas en un cuarto cerrado por más de 20 días, nos maltrataron, nos esposaron, nos engañaron, no sabíamos que nos traerían a Costa Rica, estamos atrapadas, no podemos volver, hemos perdido la esperanza, por favor ayúdenos” estas fueron algunas de las frases recurrentes que escuché; luego seguí en comunicación con ellas vía Whatsapp y surgió nuevamente la pregunta que más estruja mi corazón ¿Pueden hacer algo por nosotras?
A las dos horas exactas nos invitaron a salir, pero las personas ahí detenidas querían seguir hablando, así que desde afuera de las instalaciones conversamos a través de una malla. ¡Cuánta necesidad de expresarse!
Estas personas no quieren quedarse en Costa Rica, no conocen nuestra cultura, la alimentación es muy distinta y muchas se han enfermado, el calor es insoportable, no hablan nuestro idioma, no tienen redes de apoyo. Algunos piden que otros países —más cercanos a su realidad— les brinden acogida, mencionaron a Canadá, Francia, Australia como opciones, pero no saben si esto es posible.
Y yo me pregunto: ¿Qué podemos hacer? Seguro que no podremos resolver sus vidas, pero sí podremos apoyarles para que tengan acceso a algunos derechos y puedan tomar las mejores decisiones. Estas personas tienen una gran necesidad de apoyo legal, acá en Costa Rica pero también en Estados Unidos, donde sus derechos fueron flagrantemente violentados y siguen sin tener una explicación sobre por qué no pueden solicitar asilo en dicho país.
Las personas tenemos que conocer estas historias, pero particularmente, tenemos que volver a ver su humanidad: son personas, tienen sueños, temores, aspiraciones y sobretodo, derecho a vivir en paz y con dignidad.
Mientras regreso al calor de mi hogar, y me esperan 8 horas de camino para llegar a casa y abrazar a mis hijos, pienso en cómo me siento, la respuesta es: indignada, frustrada pero no impotente. Sé que mi voz cuenta y la tuya también. Te invito a indignarte conmigo, a correr la voz, a exigir que cesen estas prácticas inhumanas, a volver a vernos como humanos. ¿Será mucho pedir?
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