Como biólogo con más de dos décadas de experiencia trabajando junto al pueblo indígena Xavante en el Brasil Central, he presenciado de primera mano la estrecha y armoniosa relación que estas comunidades mantienen con el mundo natural. Su cosmovisión y prácticas tradicionales ofrecen valiosas lecciones para la sostenibilidad y la conservación de los ecosistemas, lecciones que pueden ser enriquecedoras para países como Costa Rica, que también cuentan con comunidades indígenas.
Costa Rica, reconocida por su liderazgo en biodiversidad y ecoturismo, tiene la oportunidad de aprender de la experiencia Xavante e integrar estos conocimientos en sus propias estrategias de conservación. Al igual que los Xavantes, los pueblos indígenas costarricenses, como los Bribri, Cabécar, Brunka y Ngöbe, poseen un conocimiento ecológico tradicional (TEK) que es clave para la sostenibilidad ambiental. Por ejemplo, entre los Bribri, el TEK sobre las fases lunares y su influencia en la siembra de cultivos, especialmente el cacao, es transmitido oralmente de generación en generación, garantizando cosechas abundantes y sostenibles. Entre los Cabécar, el conocimiento profundo de las propiedades medicinales de las plantas del bosque tropical es crucial para su salud y bienestar, minimizando la dependencia de la medicina occidental. Sin embargo, aunque comparten una visión de interconexión con la naturaleza, los desafíos que enfrentan tienen particularidades propias, influenciadas por factores socioeconómicos y políticos específicos a Costa Rica.
El manejo sostenible de los recursos por parte de los Xavante ha permitido la conservación de especies cinegéticas gracias a la existencia de refugios de caza y regulaciones tradicionales que establecen zonas de restricción. Este TEK se manifiesta, por ejemplo, en la rotación de áreas de caza y la prohibición en determinadas regiones. En Costa Rica, los sistemas agroforestales de los Bribri y Cabécar, basados en el cacao, no solo fomentan la diversidad del hábitat, sino que también crean corredores ecológicos para la fauna, asegurando la conservación de especies clave. Estos ejemplos muestran que el conocimiento ancestral puede ser una solución eficaz para los desafíos ambientales contemporáneos.
El ejemplo de los Xavantes subraya la importancia de reconocer los territorios indígenas como componentes fundamentales de una estrategia de conservación integral. En Costa Rica, muchos de estos territorios indígenas albergan ecosistemas críticos, como selvas tropicales, bosques nubosos y zonas costeras, que están bajo presión debido a la expansión agrícola, la deforestación y el desarrollo de infraestructura. En el caso de los territorios Ngöbe-Buglé, la construcción de represas hidroeléctricas ha generado conflictos y desplazamientos, afectando su acceso a recursos hídricos y tierras ancestrales. La lucha de los Xavantes por preservar su territorio refleja los desafíos que también enfrentan las comunidades indígenas costarricenses, las cuales deben proteger sus tierras de amenazas similares, como la expansión de plantaciones de piña y banano, la ganadería intensiva, la infraestructura turística y la minería. Además, la falta de reconocimiento legal y la superposición de concesiones mineras próximas a los territorios indígenas complican aún más la situación, requiriendo un enfoque más coordinado y respetuoso de los derechos indígenas.
La situación de los Xavante también advierte sobre los riesgos de la fragmentación del territorio, un problema que afecta tanto a Brasil como a Costa Rica. Su experiencia destaca la urgencia de implementar políticas que promuevan la conectividad ecológica y el uso sostenible de la tierra. Esto implica fortalecer la participación de las comunidades indígenas en la toma de decisiones ambientales y fomentar modelos de conservación basados en la inclusión del conocimiento tradicional. Para lograr una colaboración efectiva, es fundamental establecer mecanismos de consulta previa, libre e informada, garantizando que las comunidades indígenas tengan voz y voto en proyectos que afecten sus territorios y recursos naturales. Además, es crucial fomentar el diálogo intercultural y el intercambio de conocimientos entre científicos, técnicos y líderes indígenas, promoviendo una visión holística y colaborativa de la conservación.
Al igual que los Xavantes han promovido el liderazgo de sus jóvenes en la defensa de sus tierras y recursos, Costa Rica debe invertir en la capacitación de las nuevas generaciones indígenas en conservación y sostenibilidad. Existen iniciativas prometedoras, como programas de educación ambiental en territorios indígenas costarricenses, pero es necesario reforzarlas y asegurar su continuidad a largo plazo. Esto podría incluir becas para estudios superiores en áreas relacionadas con la conservación, programas de capacitación en gestión de recursos naturales, el apoyo a proyectos comunitarios liderados por jóvenes indígenas e intercambios de conocimientos con otras comunidades. Al aprender de la sabiduría indígena y fortalecer la colaboración con estas comunidades, el país puede avanzar hacia un modelo de desarrollo más equitativo y sostenible, asegurando un futuro en armonía con la naturaleza y las culturas ancestrales.
Otra gran lección que me han enseñado los Xavantes es la importancia de reconocer que el desarrollo sostenible no puede darse en aislamiento. He aprendido de su visión holística que sus territorios deben estar conectados con el resto del sistema de áreas protegidas, asegurando la continuidad ecológica y el flujo de especies. Además, es fundamental identificar y proteger nuevas áreas estratégicas que puedan servir como fuentes de vida, garantizando la resiliencia de los ecosistemas y el bienestar de las comunidades que dependen de ellos.
Siguiendo el ejemplo de los Xavantes de Brasil y de los pueblos indígenas costarricenses, deberíamos rechazar las actividades que deterioran el medio ambiente y comprender que el desarrollo sostenible y la conservación de los ecosistemas no son obstáculos al progreso, sino la base esencial para garantizar el bienestar de las generaciones actuales y futuras. La integración del conocimiento indígena en las estrategias de conservación no es solo un acto de justicia histórica, sino una necesidad para enfrentar los desafíos ambientales del siglo XXI.
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