Estamos hoy sujetos al enfrentamiento de visiones culturales que atentan contra nuestros valores.
Y ese enfrentamiento se da en un cambio de época.
Sabemos del cambio vertiginoso que nos aturde, pero es necesario recordarlo para que nos podamos entender. Vivimos el radical cambio de una época que no acaba a otra que no termina de nacer.
En el ambiente de incertidumbre y desarraigo que surge de esa situación y que hace que los sentimientos estén a flor de piel, se generan miedo y frustración. Las pasiones y las posiciones se extreman, y surgen visiones simplistas que proponen falsas soluciones y crean enemigos imaginarios contra quienes descargar el enojo.
El progresismo identitario y el conservadurismo iliberal son visiones antagónicas, pero ambas atentan contra la sociedad tolerante, consciente de los derechos humanos, con afanes de racionalidad que paso a paso la humanidad ha venido construyendo.
Atentan contra los valores de la democracia liberal que, con pensamiento, sudor y sangre, gradualmente, paso a paso pero con avances y retrocesos, por milenios la humanidad ha ido formando. Son valores fundamentales de muy generalizada aceptación. En Occidente son los valores de la herencia judeocristiana, greco-romana, que con el encuentro de civilizaciones en América se enriqueció con la convivencia de razas y creencias, con el respeto fundamental a la igualdad intrínseca de todas las personas, a su dignidad, a su libertad, a igual trato ante la ley y con un deber de mutua solidaridad por la sociabilidad inherente a los seres humanos y la herencia común que heredamos.
Para los cristianos es el llamado a la fraternidad, a amarnos unos a otros.
La democracia liberal está asentada en un sistema electoral que refleje la voluntad de las personas, en el estado de derecho que proteja con normas generales los derechos patrimoniales, políticos y civiles de todos y en una cultura centrada en la dignidad y la libertad de todas las personas que controle el poder del estado.
Es un trágico error creer que esa maravillosa construcción milenaria esté llamada a desaparecer. No se debe caer en el embrujo que quiere hacernos creer que la democracia liberal que se abrió paso como resultado de esa evolución social es solo una ilusión de unas pocas sociedades, un espejismo de los últimos siglos.
La democracia liberal es más bien una construcción que es resiliente y exitosa por estar fundada en las más profundas aspiraciones de la persona: el bien, la verdad y la belleza. Puede sufrir retrocesos y es imperfecta y perfectible como institución humana, pero responde a nuestra naturaleza y eso le da fortaleza.
El progresismo ataca la cultura de la democracia liberal por ser creador de derechos identitarios que nos dividen en multitud de tribus antagónicas. Se presenta como defensor de los derechos de diversos grupos con lo que atrae aprobación ciudadana. Se viste de movimientos identitarios y se expresa con la creación de derechos diferenciados y específicos para cualquier grupo. Así se erosionan los derechos generales que occidente vino pacientemente descubriendo en favor de derechos que no tienen otro obligado más que la propia colectividad y que no son generales. Así se debilita la unidad de la sociedad en defensa de sus valores.
Por su parte el conservadurismo iliberal se expresa en nacionalismos exclusivistas, en denegación de oportunidades, en desprecio a la diversidad, en desconfianza de la ciencia y también promueve la subjetividad y el desprecio a las normas generales. Con sus acciones pretende arrebatar a las personas la capacidad de opinar y creer diferente, divide la sociedad en grupos antagónicos irreconciliables, entre verdaderos enemigos, y la debilita de manera que no puede defenderse de la fuerza del estado.
Ambas visiones irrespetan la verdad, son éticamente relativistas y exclusivistas. Son intolerantes, canalizan el enfrentamiento, promueven el antagonismo.
Son expresiones culturales que irrespetan la libertad y la dignidad de las personas. Y con su predominio se debilita, al menos temporalmente, la cultura democrática de tolerancia, de moderación, de negociación y búsqueda de acuerdos dentro de las reglas de la sociedad. Se potencia y se ostenta el ejercicio del puro poder. De la imposición.
Los fanáticos extremismos del progresismo “woke” y del conservadurismo iliberal atentan contra la cultura de la democracia, que se pierde cuando se desnaturaliza su sistema electoral o se pervierte el estado de derecho o se pierde la fuerza cultural de la sociedad.
En sus manifestaciones políticas ambas visiones terminan en los totalitarismos populistas de izquierda y de derecha. Con sus consecuencias de pérdida de libertad y empobrecimiento de las personas.
Debemos recuperar la cordura de la democracia liberal. La aceptación de las diferencias entre personas diversas, pero bajo el manto protector de la libertad y la igualdad esencial de todas las personas y la búsqueda de igualdad de oportunidades para todos.
Debemos recuperar la cordura de la democracia liberal y perseverar en la lucha sin ocaso en favor de la dignidad y la libertad de todas las personas.
Los cristianos debemos enfrentar los retos del progresismo y del conservadurismo iliberal con fraternidad, con verdadera amistad social, y cumplir nuestro llamado a amar a las demás personas como Jesús nos ama.
Debemos preservar el respeto a la verdad, aunque seamos ignorantes. Debemos defender el bien, aunque seamos pecadores. Debemos admirar la belleza, aunque seamos feos.
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