Pessoa, en la voz de Ricardo Reis, escribió que "sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo". Este verso, cual declaratoria de intención de la pasividad cuasi voyeur del aficionado en la tribuna ubicada en la Torre de marfil, fue, para Saramago, razón suficiente para escribir El año de la muerte de Ricardo Reis: su respuesta a la indolencia del sabio frente al espectáculo del mundo.

El nobel enmarca su relato en 1936, y el espectáculo del mundo que observa el poeta es la Europa de entreguerras: el ascenso del nazismo de Hitler, la consolidación del fascismo de Mussolini, el inicio de la Guerra Civil española y la dictadura de Salazar en Portugal. La Europa de régimen de guerra y carrera armamentista. La de discursos grandilocuentes y vacíos. La de la permanente crisis económica. La Europa de las masas humilladas: perdedores de las carreras imperialistas. La Europa de la ira acumulada, que fue caldo de cultivo para el ascenso de aquellos gobiernos autoritarios, regímenes fascistas.

Para los que llegaron tarde a la peli, “ellos”, los fascistas, “fueron derrotados” en la catástrofe demencial de la II Guerra mundial. El “nunca más” se convirtió en estandarte de la ciudadanía democrática; y palabras como “libertad” y “derecho”, buscaron dignificar al ser humano… al menos en la puesta en escena. Claro, Núremberg fue paradigmático; pero aún seguimos En busca de Klingsor.

A esta altura sabemos que “ellos” no desaparecieron. La serpiente vivió en las habitaciones más oscuras de los sectores reaccionarios de las sociedades: élites en decadencia, mandos militares, capitales y oligarcas, clérigos y jerarquías religiosas, medios de comunicación pertenecientes a grupos de poder... obviamente, esa siempre fue la naturaleza del fascismo: fundamentalmente un discurso antiliberal y conservador de élite, que instrumentalizó a las “clases medias”, que sólo son la plebe de estos patricios. En paralelo, la serpiente incubaba su huevo en los rincones más profundos de la impotencia y la frustración ciudadana. Era cuestión de tiempo para que la rastrera se asomara.

En 1995, Umberto Eco nos decía que no pensáramos que el fascismo volvería en forma de los gobiernos totalitarios europeos previos a la segunda guerra mundial; no, las circunstancias históricas son diferentes; inclusive, y esto es evidente, los gobiernos fascistas del siglo XX tenían sus características propias, producto de sus circunstancias y “mitos fundacionales”. Pero, a pesar de las particularidades de contexto, los fascismos -indistinto el tiempo- se sujetan a aburridos arquetipos y narrativas identificables, como decía Eco, el fascismo, tiene “una forma de pensar y de sentir”, lo que él denominó Ur-Fascismo, o fascismo eterno.

Hablando mal y pronto, podemos bosquejar, siguiendo a Eco, una serie de características que permiten dibujar el perfil de un movimiento fascista: el discurso hipernacionalista, las políticas y actos racistas, la construcción de un enemigo externo (un otro inmigrante, siempre, responsable de “la crisis”), la falsa noción de la existencia de una tradición (vinculada con cierto paraíso perdido que deben recuperar), el antiintelectualismo feroz (¡Viva la muerte, muera la inteligencia!), con su evidente veta antiilustrada, la maquinaria de guerra y un constante estado de represión y vigilancia. Además —y este es muy importante— el antagonismo, descrédito y posterior anulación o sometimiento del congreso: los fascismos son por definición antidemocráticos, claro está, sólo puede haber un representante del pueblo, y este es el hombre de la providencia

Para la lectora y el lector atento, lo anterior es fácilmente reconocible en nuestro mundo, con sus matices, claro está; pero, ¿sabemos cómo contrastar este vendaval neofascista imperante? Con todas nuestras categorías, métodos, teorías, papers, casos de estudios… ¿Realmente, detrás de todas las elocuentes palabras sabemos cómo contrarrestar o, al menos, mitigar el deterioro estrepitoso de la democracia y la normalización de la agenda de grupos neofascistas? No sé si nos dimos cuenta muy tarde, pero ya “ellos” se establecieron en la escena política, legitimados por muchos actores sociales, e inclusivo determinando los marcos narrativos y el debate político. De esta arremetida no salimos cantando Bella Ciao.

Llegamos tarde

Veo con cierta candidez —lo poco que me queda—, a los 200.000 manifestantes convocados en Múnich, el pasado sábado 1 de febrero, para protestar contra AFD (partido neonazi), una agrupación que tiene posibilidades reales de ser parte de una coalisión de gobierno, siempre y cuando la CDU abogue, cobardemente, por su realpolitik; pero esa es otra historia... veo la imagen de los manifestantes, y pienso que llegaron — llegamos— tarde.

Tarde, me refiero a que allá por los 2000, en mi adolescencia, ya aparecían unos fulanos en la DW, hablando de los grupos neofascistas y filonazis que se organizaban y que comenzaban a tener cierta incidencia en el debate a nivel popular.

Tarde, me refiero, porque, ya sabíamos, desde los 2000, las grietas sociales, y los grandes perdedores, como consecuencia de las políticas neoliberales noventeras. La élite política-capitalista (que es lo mismo), permitió (creó) las condiciones para que se acumulara ira para el día de la ira.

Tarde, me refiero, porque nunca, en estos 20 años -al menos-, se abordaron los problemas estructurales que nos llevaron a este estado de crisis continua, de exclusión forzada, de incertidumbre generalizada, producto de esa misma agenda político-económica-social, que obviamente, es fundamentalmente ideológica.

Tarde, me refiero, porque todas esas condiciones se convirtieron en caldo de cultivo para cualquier sociópata neofascista, de ambos lados del Atlántico, (Trump, Bolsonaro, Orban, Le Pen, Milei, Meloni, Wilders, Salvini, Abascal, Bukele…), apareciera, con su oportunismo característico, no solo como “interlocutores atentos” de ese colectivo marginado; sino también, como mesías de los mismos... los mismos que fueron relegados y menospreciados por la élite política de la que vengo haciendo referencia. Nace la oportunista internacional reaccionaria, que capitalizó la ira acumulada, con su retórica vacía, manipuladora y efectiva. El pueblo, claro, nunca está al lado del pueblo.

Tarde, me refiero, porque, al menos, en las últimas 2 décadas, desde algunos ámbitos de "reflexión y resistencia", se hizo palpable la incapacidad de forjar un proyecto que diera esperanza a esos colectivos -¿Te convido a creerme cuando digo futuro?-. Muchos de estos grupos, matizando posiciones, haciendo componendas y concesiones, perdieron capacidad de incidencia y respuesta. Otros, debatiendo en torres de marfil académicos, cuales obispos de Constantinopla, embriagados de categorías, se perdieron en sus laberintos, ninguneando, de paso, a esa misma masa que elegiría a esos fascistas. Sí, llegamos tarde; pero espero equivocarme.

Dicen que Mark Twain escribió que “la historia no se repite, pero rima”; dicen que dijo, no me consta; pero sí doy testimonio que, anulado el pensamiento, vaciado el significado de democracia y tergiversada la “memoria histórica”, es inevitable que escribamos otra estrofa de barbarie.

En este escenario, ¿a qué podemos apelar? ¿cómo resistir? ¿desde dónde construir?

El Espectáculo del mundo 2.0

La noria sin sentido, de este ridículo espectáculo del mundo, sigue dando vueltas. Su eje es impulsado por las aguas podridas de la historia: el vertedero de descomposición civilizatoria donde estamos anegados. La serpiente eclosionó, y parece que sólo nos queda citar a Saramago y a Eco mientras nos sentamos, junto a Reis, a observar esta deriva: de la estupidez a la locura.

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