Hace unos años, durante mi labor como pediatra en la zona de Talamanca, recibí a un niño que marcó profundamente mi carrera y mi perspectiva sobre la salud infantil. Era un caso de tétanos, una enfermedad que, gracias a los programas de vacunación, es extremadamente rara en Costa Rica. Su familia, extranjeros que habían elegido las playas de nuestro país como su hogar, no entendía cómo había ocurrido. Según ellos, el niño tenía todas sus vacunas al día y así lo confirmaba, supuestamente, una tarjeta de vacunación firmada por un médico que luego descubrimos había falsificado. Fue solo cuando la situación se volvió crítica que la madre confesó la verdad. El niño nunca había sido vacunado. Lo que había comenzado como una decisión personal y familiar, impulsada por información errónea y desconfianza en las vacunas, terminó poniendo en peligro la vida del niño y desafiando uno de los pilares de la salud pública costarricense.

Curiosamente, esta historia me vino a la mente al escuchar el último disco de Bad Bunny, que ha resonado muchísimo en las redes sociales en los últimos días por la forma en que el artista utiliza varias de sus canciones para realizar una crítica social contundente. Habla sobre la gentrificación, la pérdida de identidad y la desigualdad que afecta a Puerto Rico. En particular, resalta cómo la llegada de extranjeros con poder adquisitivo ha desplazado a los locales, encarecido la vida y transformado comunidades enteras. En Costa Rica, vivimos una problemática similar en las zonas costeras, pero con un impacto adicional y alarmante: la llegada de ideas y prácticas antivacunas.

Nuestro país ha sido históricamente un modelo en América Latina por su exitoso programa de vacunación, el cual ha logrado eliminar enfermedades como la poliomielitis y el sarampión. Sin embargo, el crecimiento de comunidades que rechazan la vacunación está debilitando este éxito. Muchas de estas familias, provenientes de países donde el movimiento antivacunas tiene una fuerte presencia, llegan con ideas erradas sobre los riesgos de las vacunas y deciden no vacunar a sus hijos. Al hacerlo, no solo exponen a sus familias a enfermedades prevenibles, sino que también ponen en peligro a toda la comunidad. Esto representa un retroceso que Costa Rica no puede permitirse. Si estas prácticas continúan expandiéndose, corremos el riesgo de que enfermedades que considerábamos erradicadas vuelvan a ser una amenaza.

Así como el cantante puertorriqueño utiliza su plataforma para concienciar sobre la situación en su país, nosotros, debemos hacer lo propio para proteger la salud de nuestra niñez. Esto implica educar, informar y desmentir mitos sobre las vacunas. Implica también fortalecer la confianza en el sistema de salud y en los programas de inmunización, mostrando con datos y testimonios reales los beneficios que han traído a generaciones de costarricenses. En lugar de estigmatizar, debemos acercarnos, entender sus preocupaciones y responder con evidencia científica y empatía. Las vacunas no son solo una decisión personal; son un acto de solidaridad con la que protegemos también a aquellos que por diversas razones no se les pueden colocar. Recuperar la confianza en las vacunas es una responsabilidad compartida que requiere la participación de escuelas, medios de comunicación, líderes comunitarios y figuras influyentes.

Es hora de que nosotros también hagamos ruido, tal vez no con canciones, pero definitivamente con acciones prontas y concretas. Así como defendemos los ríos, las playas y la casa de la abuela, lo mismo debemos hacer por los más pequeños. De lo contrario, la situación va a empeorar y vamos a estar deseando haber tomado más fotos de las épocas en las que teníamos esas coberturas vacunales envidiables.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.