Muchos de nosotros recordaremos, como si fuera ayer, el olor penetrante que invadía el aire durante la época seca. Era el olor de la broza del café en descomposición, que emanaba de los ríos contaminados. El viento nos traía el aroma, amargo y dulzón, lo quisiéramos o no. Nos recordaba que teníamos ríos cerca. Ríos contaminados que convenía tener lejos.
Hoy, nuestros hijos menores no reconocerían ese olor. Es más, probablemente con asco, reclamarían una explicación ante nuestra sonrojada respuesta: “Mi amor, es que unos señores que producen café tiran los residuos al río y, de paso, lo envenenan”. Desde hace unos 15 años, quienes vivimos alejados de los ríos nos hemos beneficiado de una legislación y unos controles que han producido meses de verano sin olor a la brosa del café.
Sin embargo, nuestros ríos siguen contaminados como consecuencia de los residuos que producimos en nuestras casas, cocinas e inodoros. Quienes podemos alejarnos de la inmundicia, hemos construido muros y nos hemos distanciado. Así no vemos, ni olemos, esa realidad repugnante. Y, obviamente, nos olvidamos de quienes no pueden construir muros y reciben las crecidas del río con todo y excrementos, toallas sanitarias usadas y residuos pastosos no identificados.
Falta de transparencia
Algunos datos históricos muestran que, en 2007, la cobertura del alcantarillado sanitario con tratamiento de agua residual alcanzaba a menos del 4% de la población costarricense. Ante esta situación, se inició el Programa de Agua Potable y Saneamiento (PAPS), con el propósito de recolectar, disponer y tratar adecuadamente las aguas residuales generadas en el Gran Área Metropolitana (GAM) y algunas zonas rurales. El costo del PAPS se estimó entonces en $320,1 millones y recibió financiación internacional por $243 millones. El Estado costarricense debía aportar la diferencia.
El informe de cierre financiero del proyecto indica que, a julio de 2024, no se había completado su alcance original, pero que el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillado (AyA) se comprometía a garantizar su continuidad y culminación. Sorprendentemente, el 27 de noviembre pasado, la junta directiva del AyA decidió cerrar la Unidad Ejecutora del PAPS. Según Delfino.cr, el avance de la obra en la GAM es de un 80% y el costo para finalizar las obras se estimó en $261 millones.
Cuando se intenta entender el origen de ese monto, al consultar la página web del AyA, se ve que el último informe de avance disponible corresponde al mes de octubre de 2020. Por lo tanto, no es posible verificar esta información en relación con el avance del proyecto. Esta falta de transparencia por parte del AyA contrasta con la importancia de la obra. Se estima que el proyecto habría brindado cobertura y tratamiento de alcantarillado sanitario a aproximadamente medio millón de personas en la cuenca del río Grande de Tárcoles, entre otros beneficios, como reducir la contaminación de los ríos de la GAM, favorecer la biodiversidad, aumentar el valor de las propiedades colindantes con los ríos, reducir los malos olores y mejorar la calidad de las aguas costeras, la salud pública y el paisaje.
Un único ser viviente
La distancia que hemos instalado entre nosotros y los ríos nos está jugando una muy mala pasada. Esa distancia nos impide reconocer el valor de recuperarlos. Es necesaria una gran sensibilización de las comunidades beneficiadas por un proyecto como el PAPS para que las personas entiendan las ventajas de contar con ríos más limpios cerca de sus casas. Es más, esta sensibilización figura como un objetivo del proyecto. Sin embargo, la única información disponible en línea sobre el proyecto es un panfleto lleno de cifras que sirve más para informar a una persona ingeniera que para convocar a un miembro de la comunidad.
Valdría la pena hacer una encuesta para evaluar cuántas personas beneficiadas conocen sobre el proyecto. Es altamente probable que sean muy pocas. Habría sido muy valioso, además, dar a conocer el trabajo que realizan algunas organizaciones por la mejora de las cuencas de los ríos, sembrando árboles y recolectando los residuos sólidos que se han acumulado, entre otras actividades. Se ha perdido una oportunidad valiosísima para sensibilizar a la población, que debería reaccionar ante la ausencia de un adecuado tratamiento de sus aguas residuales domésticas.
Existen muchas historias de éxito de ciudades o regiones que han logrado mejorar la calidad del agua de sus ríos. En Buenos Aires, París y Londres, ciertos terrenos que se ubican frente a estos cursos de agua ofrecen oportunidades de esparcimiento y de desarrollo comercial. Ofrecen también una vida más equilibrada, ante la posibilidad de disfrutar del paisaje y convivir con plantas y animales.
El emperador y filósofo Marco Aurelio, escribió en sus Meditaciones: “Concibe el mundo como un ser viviente, que contiene una sola sustancia y un alma única”. Muchos siglos antes de que surgiera el concepto de sostenibilidad, Marco Aurelio nos alertó sobre la necesidad de convivir de manera armoniosa con la naturaleza y de sentir, con todos los sentidos, nuestro entorno. Esta idea, que fue formulada en el siglo II de nuestra era, parece aún más pertinente y necesaria en nuestros días.
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