El siglo XXI amaneció democrático y confiado en América Latina. Los costarricenses nos sentíamos orgullosos por el avance del siglo que se iba y llenos de esperanza en el que comenzaba.
De la América Latina en la que en los ochenta solo éramos naciones democráticas Colombia, Venezuela y nosotros pasamos a que solo Cuba no lo fuera al cambio de siglo.
En el Festival de Cambio de Milenio en la esplanada de esculturas del Museo de Arte Costarricense el 17 de diciembre de 1999, después de señalar algunos de los avances del siglo XX, dije:
“… los últimos 100 años de nuestra historia han sido cien años de continuo crecimiento, de constante aprendizaje y desarrollo. Han sido cien años de retos, de cambios y desafíos, que fueron asumidos por nuestros padres y abuelos con entereza, con previsión y responsabilidad. Este fue el siglo de reafirmar nuestros valores. Los valores de la libertad y de los derechos humanos, de la paz, de la tolerancia activa, de la justicia y de la solidaridad social… reafirmamos esos valores porque resolvimos nuestras diferencias mediante el diálogo y la concertación. Siempre salieron fortalecidas la democracia y la libertad porque el bien común se antepuso al bien particular.”
Y con base en ese justificado orgullo señalé:
Por eso recibimos con los brazos abiertos al nuevo milenio. La familia costarricense ve el cambio de milenio como una oportunidad para hacer realidad sus sueños.”
Hoy en América Latina y entre nosotros el clima de la opinión ciudadana es muy diferente.
El intenso cambio de época que vivimos ha facilitado que se apoderen de nosotros la frustración, la incertidumbre, el desarraigo y con esos sentimientos florecen los antagonismos, se afilan las enemistades y se aprovechan los falsos mesías para ofrecer y convencer con soluciones fáciles y rápidas pero mentirosas, y para lograr sus personales triunfos aumentando los enfrentamientos y la polarización, privilegiando el odio antes que el amor.
Lo que ha venido pasando en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua y en menor medida en Bolivia, El Salvador y en otras naciones nos debe alertar, nos debe movilizar para apoyar a nuestros hermanos que sufren en sus afanes de libertad, paz, justicia y progreso y nos debe preparar para enfrentar exitosamente los retos actuales.
En esas naciones no se dieron de frente los cambios que las han llevado a vivir la opresión de sus crueles dictaduras. Salvo en Cuba los regímenes actuales no nacieron ni de revoluciones armadas ni de golpes de estado militares, surgieron de elecciones libres. Y desde el poder los gobernantes con apoyo de sus pueblos fueron debilitando el estado de derecho y la cultura democrática.
Esos gobernantes consiguieron apoyo ciudadano con discursos de odio y con espectaculares enfrentamientos con la prensa, con los partidos políticos, con los órganos parlamentarios y judiciales, con otras naciones, con los ricos, con las organizaciones internacionales, a quienes acusaron de corrupción y señalaron como los culpables de las fallas de los gobiernos y las insatisfacciones de los ciudadanos. Muchas de esas fallas, muchos de los señalamientos tenían sustento. Pero la confrontación generalmente no resolvía los problemas.
Las violaciones a los derechos individuales y a la institucionalidad del estado de derecho fueron carcomiendo las iniciativas y la eficiencia de los mercados y las acciones de la sociedad civil, que desdichadamente no han logrado los niveles de innovación y productividad que en nuestra región deberíamos haber alcanzado.
Cuando esas acciones de sus gobiernos resultan en deterioro del bienestar de las familias, los gobernantes populistas autoritarios recurren a incautarse de empresas para distribuir sus bienes y a aumentar sin sustento las transferencias del gobierno a los ciudadanos para lograr su apoyo, lo que hace aún más ineficiente el uso de los recursos de esas naciones.
Habíamos previsto esas posibles acciones contrarias a la democracia liberal cuando se dieron las medidas contra la institucionalidad del gobierno del presidente Fujimori en Perú en la década de 1990. Se aprobó con iniciativas de mi gobierno la Cláusula Democrática en las Cumbres de América, y la Carta Democrática Interamericana.
La primera de esas iniciativas se dejó de lado invitando a Cuba a la Cumbre de Panamá de 2015 y la Carta Democrática no se pudo aplicar por las relaciones de interés que lograron establecer gobiernos populistas con otras naciones.
En todo este proceso de establecimiento de gobiernos populistas autócratas sus líderes fueron expertos en la simulación. Simularon representar al pueblo, simularon encarnar sus problemas, simularon cumplir con la democracia mediante elecciones que fueron cada día más ilegítimas conforme perdían sus gobernantes apoyo popular.
Pero cuando las condiciones de servidumbre y miseria de sus habitantes se profundizaron, para mantener su poder recurrieron a la violencia cruel y la violación grosera de los derechos de las personas a la vida, a la libertad, a la propiedad. Para amedrentar a los dirigentes que no se logra comprar se les somete mediante el terror.
Se dan desde entonces asesinatos a pacíficos manifestantes, encarcelamientos sin ninguna causa, torturas, expatriaciones, pérdidas de la ciudadanía, persecución a las autoridades religiosas, confiscación de la propiedad de los adversarios, de medios de comunicación, de universidades, de los bienes de organizaciones de voluntariado.
Surge entonces el terrorismo de Estado. Ya no importa simular ser democráticos respetuosos de los derechos humanos. Al contrario, hay que amedrentar, que aterrorizar.
A la simulación del bien la sucede la ostentación del mal.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.