En los últimos días, el mundo ha sido testigo de eventos climáticos extremos. Costa Rica ha sido golpeada por sistemas de baja presión, con lluvias sin precedentes en todo el territorio nacional. También, regiones de España como Valencia, Cataluña y Málaga han sido impactados por la catastrófica DANA, que ya ha cobrado la vida de, al menos, 216 personas.
Y mientras algunas regiones del mundo están cubiertas de agua, en otras sucede todo lo contrario. Hace apenas unas semanas éramos testigos de los incendios forestales en Perú y Colombia y de las peores sequías en el Amazonas brasileño. Todos estos eventos climáticos provocan pérdidas materiales, daños en viviendas, carreteras, puentes y edificios, pérdidas económicas y de medios de subsistencia e incluso muertes directas. Sin embargo, existe otra consecuencia de la que se habla poco: la proliferación de enfermedades transmisibles como producto del cambio climático.
Proliferación de enfermedades
Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el cambio climático exacerba algunas amenazas para la salud pública y crea nuevos desafíos. Se estima que, en el futuro, como consecuencia del cambio climático, ocurrirán en el mundo alrededor de 250.000 muertes adicionales por año.
Con el aumento de las temperaturas globales, ciertos insectos, como los mosquitos, están expandiendo sus hábitats a regiones donde antes no podían sobrevivir. Esto ha provocado una mayor propagación de enfermedades transmitidas por estos vectores, como el dengue, el zika, el chikungunya y la malaria.
Las áreas que antes eran demasiado frías para estos insectos ahora les permiten sobrevivir y reproducirse, lo que aumenta el riesgo de brotes en lugares que antes eran seguros. En América Latina, por ejemplo, los mosquitos Aedes aegypti han colonizado nuevas áreas de mayor altitud, exponiendo a millones de personas a enfermedades que estaban limitadas a regiones tropicales.
Inundaciones como las que se han producido en Guanacaste durante la última semana provocan también el desborde de los tanques sépticos y otros sistemas de tratamiento de aguas residuales, lo que tiene como consecuencia la contaminación en el suministro de agua potable. Esto propicia brotes de enfermedades transmitidas a través del agua como hepatitis A y leptospirosis, entre otras enfermedades diarreicas.
Adicionalmente, los efectos del cambio climático obligan a muchas personas a permanecer en refugios temporales, en un estado de hacinamiento que provoca la transmisión de enfermedades respiratorias y un limitado acceso a las condiciones óptimas de higiene.
La ameba come cerebros
Más allá de la proliferación de las enfermedades comunes, el cambio climático también propicia la aparición de enfermedades provocadas por agentes infecciosos que son difíciles de diagnosticar, como virus, bacterias y parásitos.
Tal es el caso de las amebas de vida libre como la Naegleria fowleri, conocida popularmente como “ameba come cerebros”. Esta ameba es un protozoario capaz de vivir y replicarse en el ambiente sin necesidad de un hospedero. El contagio por este microorganismo causa una infección grave llamada meningoencefalitis amebiana primaria (MAP), con una tasa de mortalidad de aproximadamente un 97%.
La ameba ingresa por la nariz, atraviesa la membrana nasal y sigue el nervio olfativo hasta el cerebro, donde se incuba en un tiempo promedio de cinco días. Los síntomas empiezan con una rápida aparición de una cefalea frontal intensa, fiebre, vómitos y náuseas que empeoran hasta provocar rigidez de nuca, alteración del estado mental, alucinaciones, coma y finalmente, la muerte.
La infección con esta ameba está asociada con las inmersiones en agua dulce natural contaminada con la ameba. Usualmente suelen ser cuerpos de agua tibia como las aguas termales, o bien, estancamientos de agua en zonas cálidas.
El cambio climático ha provocado una alta variabilidad de estos ambientes naturales y hoy en día la distribución de este patógeno es altamente variable. Según un estudio de National Geographic, la presencia de esta ameba en cuerpos de agua se ha desplazado cada vez más hacia el norte del trópico y en zonas cada vez más altas. Esto se asocia al hecho de que las zonas en las que anteriormente no se encontraba se han transformado en sitios más calientes.
Diagnóstico y actualización profesional
La inversión en actualización profesional es sin duda una medida de adaptación al cambio climático. Cada vez más, resultan necesarios los profesionales que consideren el cambio y la variabilidad climática en su día a día, de manera que puedan ofrecer soluciones acordes con nuestra época.
En el caso de las enfermedades transmisibles, los análisis epidemiológicos deben considerar cada vez más los factores climáticos. Hemos dejado atrás los tiempos en que se conocía a ciencia cierta cuáles enfermedades pertenecían a cada región. Un ejemplo de esto se remonta a febrero del 2020, cuando gracias a la rápida acción y ante todo a la aplicación de conocimientos actualizados en epidemiología, considerando variables climáticas de diferentes profesionales de la Caja Costarricense del Seguro Social y de la Universidad de Costa Rica, salvaron la vida de una niña de 4 años que se había contagiado con Naegleria fowleri, en la provincia de Cartago.
Además de un asunto ambiental, el cambio climático supone una crisis de salud pública. Su impacto en el aumento de la prevalencia y distribución de enfermedades es un llamado de atención para que gobiernos, organizaciones y población civil tomen cartas en el asunto. Aplicar medidas de mitigación y adaptación al cambio climático no solo protege al ambiente, sino que, además, protege y promueve la salud e integridad de todas las personas.
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