El pasado 10 de octubre, durante su más reciente conferencia de prensa, nuestro presidente, Rodrigo Chaves, nos reveló un secreto gastronómico predecible: ha comido carne de lagarto y cocodrilo. Obviamente, aclaró que no lo hizo en Costa Rica porque es prohibido. Comenta que lo ha hecho en otros países, sin revelarnos en cuál, por lo que no podremos especular ni fantasear sobre cómo lo comió: si fue estofado, sancochado, frito, a la plancha o pasado por huevo; si fue como entrada o de plato fuerte.
En cualquier caso, debió ser una experiencia entrañable porque declaró que, junto a su ministro de ambiente, Franz Tattenbach, está analizando la posibilidad de autorizar la caza controlada de estos reptiles. No solo por la carne, claro está. También por el cuero y porque es importante que contemos con “el balance correcto entre la conservación y el manejo del ambiente”.
También aprovechó la conferencia de prensa para poner en duda la validez de los estudios técnicos que han evaluado una posible sobrepoblación de cocodrilos en el país realizados hasta la fecha. Con la prepotencia que le caracteriza, no se refirió a un estudio de 2023 realizado por especialistas de la Universidad Nacional (UNA) y de la Asociación de Especialistas en Crocodílidos-CA, que es muy claro al respecto. Repasémoslo.
¿Existe una sobrepoblación de cocodrilos en Costa Rica?
El citado estudio indica que no hay sobrepoblación de cocodrilos ni altas cantidades de individuos en las zonas analizadas, especialmente de adultos, que son los que potencialmente podrían atacar al ser humano. También indica que una de las dos especies existentes en Costa Rica, el Crocodylus acutus o cocodrilo americano, es una especie “en peligro de extinción”, según la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Esta es la especie que tantos hemos observado desde el puente sobre el río Tárcoles, absolutamente maravillados y transportados a un mundo jurásico. Miles de turistas, nacionales y extranjeros, se detienen en este sitio, que ofrece la posibilidad de estar tan cerca, pero nos mantiene todavía tan lejos de estos reptiles. Sin embargo, no siempre hemos tenido esta oportunidad. Según algunos expertos, en los años sesenta del siglo pasado, las poblaciones de cocodrilos habían sido diezmadas debido a su caza indiscriminada y no fue sino gracias a la declaración de CITES que las poblaciones se han recuperado.
¿Por qué los ticos, que nos jactamos de ser tan verdes, no reconocemos la recuperación de una especie en peligro de extinción como un “logro país” o como una flor en el ojal? En algunos países latinoamericanos como México y República Dominicana, el aumento en el número de cocodrilos americanos se percibe como un tema clave para el equilibrio ecológico. ¿Por qué insistimos en que es necesario revertir la curva?
Los cocodrilos y nosotros
Desde los años noventa del siglo pasado, nuestras actividades han invadido las áreas habitadas por los cocodrilos: playas, estuarios y ríos. Nosotros nos hemos acercado cada vez más a ellos y ellos se han multiplicado. Algunas personas han aprovechado el espectáculo sensorial que para algunos resulta espeluznante y se acercan en sus balsas o botes para alimentarlos, a cambio de un poco más de propina. Esto hace que el cocodrilo pierda el miedo natural al ser humano y que asocie nuestra presencia con una oportunidad para alimentarse. Es decir: nosotros hemos creado el problema, no el animal.
Como se puede ver, la evidencia científica indica que no se justifica ningún tipo de cacería de cocodrilos, ni por su estatus de especie en vías de extinción, ni por los números de individuos contabilizados. En promedio, cada dos años hay un incidente fatal asociado a estos animales y en la mayoría de los casos ha ocurrido durante épocas del año en que las hembras protegen a sus hijos.
¿Es necesario un mejor manejo de la situación? Por supuesto que sí. Las personas deberían tomar medidas para evitar cualquier incidente letal en su relación con estos reptiles. Esto se logra con una comunicación mejor y más efectiva y siguiendo las mejores prácticas recomendadas por expertos. No se trata de sacar las armas para irse de caza con la idea de hacerse una nueva cartera o saborear algún platillo exótico. No se vale lavarse las manos y asumir que la responsabilidad está en manos de otros, para venir a llorar después, con lágrimas de cocodrilo, cuando se haya producido el daño ambiental.
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