Somos capaces de imaginarnos escenarios de prosperidad mucho más robustos y abundantes que la realidad actual. Las expectativas son limitaciones. Más bien, deberían ser utilizadas como constreñimientos dentro de los cuales se desarrollará el proceso creativo que desemboca en la innovación y en el emprendimiento de proyectos de alto calado.
La filosofía política podría parecerle árida y aburrida a algunos. En realidad, es un ejercicio muy antiguo de la humanidad por destilar constreñimientos de diseño dentro de los cuales experimentar e innovar nuevas formas de organización de la vida en sociedad. Después de casi 250 años de experimentos republicanos, y ante la variedad y ferocidad de amenazas que atentan contra la democracia, podría ser un buen momento de volver a filosofar sobre para qué queremos utilizar el poder político.
El poder político podría utilizarse para concebir una verdadera revolución ciudadana, como quizás fue la de 1948. Aquella no fue una revolución armada. En términos de conflictos violentos durante el siglo XX, apenas califica como “crisis severa”. El gran impacto fue en permitirle a una familia campesina imaginarse, por primera vez en la historia del país, que un hijo suyo podía ser algo más que campesino.
A 75 años de haberse promulgado el texto reformado de la Constitución Política que consagró aquella revolución, puede constatarse que, todavía, se sostiene un contrato social por medio del cual el Estado crea oportunidades y las pone a disposición de la ciudadanía. Luego, cada persona, en la medida de sus posibilidades, realiza enormes esfuerzos, sostenidos y prolongados, por transformar esas oportunidades en frutos y escenarios prósperos que benefician a sus familias y a la sociedad en general.
Destacó la palabra “todavía”, pues el debilitamiento intencional del medio ambiente, del sistema de seguridad social y de instituciones insignes de la centenaria educación pública podrían provocar el rompimiento de ese contrato social. ¿Querría tenerse el poder político para restaurar o reinventar ese pacto del ciudadano con su Estado cuando, ya sea por acción u omisión, ese mismo poder provocó su ruptura? Sería equivalente a convencer a nuestra madre de que nos permita repararle el jarrón que no está quebrado, y luego dejarlo caer al suelo para justificar lo acordado.
Es pertinente preguntarse si la seriedad y la profundidad de palabra y pensamiento de naciones desarrolladas es causa o consecuencia de haber alcanzado el desarrollo. Quizás ambos sean elementos de una espiral virtuosa que se retroalimenta entre generaciones: a mayor esfuerzo hecho por una generación por sacar adelante a su país, mayor ventaja la que tienen las generaciones más jóvenes para dar un salto cualitativo en su evolución nacional.
Cabe recordar que la biología de la especie humana fue diseñada para que sus individuos cooperen y se apoyen de forma mutua desde la solidaridad para lograr una mayor probabilidad de sobrevivir a los riesgos y amenazas existenciales que atentan contra la humanidad. Quizás esas amenazas fueron, en retrospectiva, más críticas de lo que parecen ser hoy. También es cierto que la inmensa mayoría de las peores crisis globales que afronta el planeta entero son causadas por el ser humano.
No dejemos caer el jarrón, si no está quebrado, aunque tengamos mucho deseo de repararlo.
Escuche el episodio 235 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Constreñimientos de diseño político”.
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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.