La personalización de la política es el fenómeno en el que el electorado centra su atención en las características personales de una candidatura en detrimento de las plataformas partidarias o tendencias ideológicas. Este fenómeno tiene una serie de afectaciones al sistema democrático, pues al pasar al segundo plano los partidos y las ideologías, la contienda electoral se centra en la popularidad de quienes asumen candidaturas, lo que cambia por completo tanto los parámetros de elección, las agendas programáticas, la discusión pública e, incluso, la gestión gubernamental.
¿El problema? A diferencia de la política tradicional, donde la popularidad era un factor relevante, esta disputa se solía dar entre actores con formación y carrera política, lo que de alguna forma asegura una mínima base de conocimiento sobre aspectos relevantes como el funcionamiento del Estado, la democracia o las políticas públicas. Este fenómeno ha llevado a que las contiendas electorales abran espacio a personalidades que no necesariamente tienen esta base de conocimiento, o bien, sean ajenos por completo al mundo político.
Este fenómeno no surge de la nada, pues evidentemente hay un conjunto de circunstancias relacionadas a las estructuras partidarias y el deterioro de la relación “ciudadanía-clase política” que lo propician. La pérdida de credibilidad de los partidos, la desconexión entre las necesidades insatisfechas de la sociedad y las prioridades de la clase política, el auge de sistemas de gobierno centralizados, así como el deterioro de la calidad de vida de las clases medias y bajas, son algunas de las razones por las que aquellas plataformas tradicionales de organización política, como los partidos, pierden credibilidad ante la ciudadanía, por lo que recurren a elementos ajenos a la política tradicional para la atracción del electorado, como puede ser el colocar en candidaturas a celebridades o personajes de alta popularidad en campos ajenos a la política, o la exaltación de discursos ofensivos y políticamente incorrectos que suelen dirigirse hacia las instituciones judiciales, partidos políticos históricamente dominantes o minorías poblacionales, entre otros.
Un problema autoinfligido
El convertir la política en un sistema de gestión de intereses de grupos particulares minoritarios, que en no pocas ocasiones van en detrimento de la mayoría de la población, aisló a los partidos políticos de las necesidades de la ciudadanía. Y, aunque por años esto no supuso un problema para la clase política pues los ciudadanos, en primer lugar, no estaban tan conscientes de los vicios de esta, y por otra parte no tenían una forma de organización lo suficientemente efectiva que permitiera generar nuevos espacios y alternativas partidarias, la masificación del internet y las redes sociales rompieron un sistema cerrado de información donde los partidos, autoridades estatales y élites económicas controlaban el monopolio de la verdad y las narrativas.
Esto no es negativo por sí solo, pues el acceso a la información es vital para que los vicios de la clase política sean expuestos y se busque su corrección. Sin embargo, las estructuras partidarias no dejan de tener sentido dentro de un Estado democrático, pues sigue habiendo necesidad de algunos de los elementos que ofrecen estas estructuras, como la formación política o la organización ciudadana de cara al ejercicio del Poder. Estos elementos no pueden ser suplidos por la democracia directa o las figuras individuales, pues una persona nunca podrá sintetizar las demandas y el pensamiento de millones de personas, como sí puede hacerse en los espacios de diálogo, discusión y negociación que ofrece una estructura partidaria.
Aunque necesarios, estos espacios fueron desapareciendo dentro de los partidos. La contienda por los puestos de elección popular y cargos públicos dejó de darse y, en su lugar, quienes controlan dichos espacios de poder facilitan el acceso a estos a sus círculos cercanos de acuerdo a sus intereses personales. Es decir, el criterio para acceder a una candidatura o puesto político pasó de ser meritocrático a clientelar: quien le es más útil a los líderes políticos es quien mayor oportunidad tiene de acceder a ella.
Esto conlleva a una serie de prácticas antidemocráticas, como la eliminación de los espacios de formación política y de desarrollo intelectual, la marginación de las voces críticas y la sumisión de los aspirantes a una carrera política a los intereses dominantes. Roto el monopolio de la información, los partidos han sido incapaces de competir contra los nuevos actores y los nuevos liderazgos ajenos a la política y con mayor cercanía a determinados grupos poblacionales.
Recobrar la esencia o morir
No hay mucho margen de maniobra para los partidos políticos. En el ámbito internacional hemos sido testigos de cómo los partidos se han rendido ante la personalización de la política, y lejos de mejorar, países como Estados Unidos experimentan procesos electorales cada vez más decadentes en los que las problemáticas sociales pasan a un segundo plano. En Costa Rica, este fenómeno ha iniciado por la utilización de partidos “taxis”, carentes de una estructura que permita la generación de una oferta programática que busque dar respuesta a las necesidades ciudadanas y cuyos objetivos son enteramente electorales.
En síntesis: los partidos políticos están destinados a morir y dar paso a la democracia directa si no recuperan y remozan su esencia como 1) cohesionadores sociales representativos, 2) centros de pensamiento y estudio de la realidad nacional 3) espacios de formación política tanto para sus cuadros como para la ciudadanía y 4) generadores de políticas públicas con alto impacto en la realidad de las personas.
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