Tuve la oportunidad de participar en el XIX Encuentro de Centros de Cultura que se dedicó a considerar “la conversión política y las universidades católicas como alma mater de ciudadanía”.

Fue una muy estimulante reunión con participación de católicos comprometidos con la doctrina social de la Iglesia en la que se expuso la situación de la democracia en nuestra región y en sus principales subregiones, la respuesta de la doctrina social de la Iglesia a las circunstancias que vivimos y el papel de las universidades católicas frente a esa situación.

Al final del segundo día me tocó participar en el panel “Educación, Ciudadanía y Cultura: tarea que requiere un renovado compromiso de todos los actores por una democracia sustantiva”.

Antes de mi participación sobre ese tema me permití compartir una reflexión que es el tema de esta columna.

Con más que razón estamos preocupados por la situación de la democracia liberal, de la democracia y el Estado de Derecho en América Latina. Al inicio de este siglo solo Cuba no era democrática. Hoy vivimos los regímenes despóticos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, en El Salvador y en Bolivia hay una clara tendencia al autoritarismo. Según el índice de democracia de The Economist solo Uruguay, Costa Rica y Chile son democracias plenas, la mayor parte de la población vive en democracias defectuosas y países tan grandes e importantes como México, Perú y Ecuador son catalogados como regímenes híbridos.

Pero, recordé a mis colegas en ese evento en Puebla, solo un 8% de la población del mundo vive en democracias plenas, y si nos comparamos con las regiones en las que las instituciones internacionales catalogan al mundo, solo Oceanía y Europa tienen un mejor resultado que América Latina en cuanto a su régimen político y jurídico.

En cambio, en crecimiento económico nuestro resultado es mucho más negativo, pues ha sido menor que el de todas las regiones salvo África y eso ha incidido en todos los otros indicadores.

Los latinoamericanos no podemos estar satisfechos respecto a nuestra producción, a la productividad, a la innovación ni a la eficiencia.

No hemos alcanzado los niveles de desarrollo previsibles hace 7 décadas y nos han dejado atrás otras regiones del mundo entonces más atrasadas. Este año creceremos al menor ritmo de todas las regiones que consideran los principales organismos financieros internacionales. El año pasado fuimos la penúltima. La previsión de crecimiento para el resto de esta década es decepcionantemente baja.

La mayoría de los intentos de integración económica que se vienen proponiendo desde hace más de 60 años han fracasado, y los más prometedores están estancados. El comercio intrarregional es el más bajo de las regiones excluyendo África.

Seguimos sufriendo inaceptables niveles de pobreza y somos la región más desigual.

Solo redistribuir no es la solución.

Con el nivel de ingreso por persona relativamente bajo de nuestra región, si fuese posible sin destruir la producción redistribuir en favor de las personas en pobreza los recursos de los más ricos para que la desigualdad no fuese mayor a la de la OCDE, ello no sería suficiente para satisfacer las justas aspiraciones de las familias pobres. Además, eso no es posible ni sostenible.

Es necesario producir más con los mismos recursos, y hacer que los recursos crezcan. Eso demanda importantes reformas para aumentar la eficiencia del gobierno y del sector privado, fortalecer el orden de la competencia, promover la innovación, generalizar el acceso a una educación secundaria de calidad y aumentar la matrícula en educación terciaria, capacitar la fuerza de trabajo y poder realizar una mayor inversión en infraestructura y en el sector productivo. También intensificar nuestro acceso a los mercados, incluyendo el comercio intrarregional.

Por supuesto que la democracia y el estado de derecho son importantes en sí y además contribuyen a mejores resultados económicos. Pero no son suficientes. Se requiere también favorecer la productividad.

Por supuesto que la fraternidad, la amistad social, el amor entre las personas son indispensables para una vida humana que logre la felicidad posible en la tierra. Pero el bienestar material también demanda una economía eficiente.

Por supuesto que debemos recuperar una relación armoniosa con la naturaleza, pero para alcanzarla con adecuados niveles de bienestar material requerimos que el sector productivo y el gobierno utilicen los recursos con eficiencia.

No lo olvidemos, también es importante la economía.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.