En esta época, decir que uno prefiere buscar información o aprender algo leyendo en lugar de ver un video es casi un sacrilegio. Sin embargo, esa es mi verdad.
Desde pequeña, era inquieta y preguntona; cuestionaba absolutamente todo. Mis papás, ambos lectores voraces, me tiraban hojas de periódico al piso, donde normalmente estaba, y yo empezaba a preguntarles palabras. Imagino que su esperanza era que me callara un rato y los dejara leer tranquilos. Claro que eso nunca ocurrió. Lo que sí pasó, fue que antes de cumplir los cinco años, aprendí a leer y el mundo que se abrió ante mis ojos fue maravilloso.
Mis papás, luego de que aprendí a leer, tuvieron un descanso porque, si me daban un libro, me quedaba quieta y se podían desentender por horas, con solo pequeñas interrupciones para que me explicaran qué significaban las palabras que no entendía. La facilidad para escribir y la imaginación que se desarrollan si uno empieza a leer desde pequeño son premios adicionales al placer de poder leer un buen libro.
Leer también potencia el sentido crítico, porque no se trata sólo de leer por leer, sino de entender lo que se leyó y cuestionarse qué le parece a uno. Ahí, el involucramiento de los adultos que escogen ser padres resulta fundamental, y en eso fui tremendamente afortunada, pues, siendo ellos lectores ávidos, esa era la norma.
Recientemente, escuché a la hispanista y pedagoga sueca Inger Enkvist en el programa “Nuestra Voz”, hablar sobre la importancia de la lectura en el desarrollo de los niños. Sus palabras me transportaron a mi infancia, recordándome cómo aprendí a leer gracias al ejemplo de mis padres y su dedicación a la lectura. Enkvist destacó cómo la lectura, especialmente en familia y en las escuelas, puede fomentar hábitos lectores saludables desde una edad temprana.
Este recordatorio me hizo reflexionar sobre cómo mi propia experiencia se alineaba con sus consejos. Pero también me hizo reflexionar sobre lo lejos que estamos de esos hábitos en nuestro decaído sistema educativo, donde ni siquiera a los maestros les gusta leer y se permiten la osadía de que sus estudiantes pasen de nivel sin siquiera aprender a leer y a escribir.
La lectura temprana no solo abre las puertas a mundos maravillosos, sino que también tiene implicaciones profundas y duraderas en el desarrollo de un niño. Enseñar a leer fomenta la imaginación, la creatividad y la capacidad crítica; provoca también la paciencia, porque hasta el final entenderá uno de qué se trataba el camino: todas ellas habilidades esenciales en un mundo de inmediatez y saturado de información y desinformación.
Porque un niño que lee se convierte en un adulto que piensa, cuestiona y puede contribuir de manera significativa a la sociedad, en vez de dejarse llevar ciegamente por los acontecimientos o las personas. En esta época de falsificaciones a la carta, esa habilidad resulta muy útil. Puede que no uno comparta un punto de vista, pero si está bien escrito y fundamentado, no hay razón válida para desacreditarlo.
Por otra parte, la lectura desarrolla habilidades lingüísticas y cognitivas que son fundamentales para el éxito académico y profesional. Los niños que leen regularmente tienen un vocabulario más amplio, mejor comprensión lectora y superiores habilidades de escritura. Estas competencias no solo son cruciales para el desempeño escolar, sino que también son altamente valoradas en el mercado laboral.
Ahora bien, aprender a leer no es suficiente para desarrollar el amor por la lectura. En mi caso este vino de la mano de un truco que no sé a cuál de mis papás se les ocurrió, pero me parece genial, así que por acá se los dejo.
Ambos me leían un cuento antes de dormir y siempre procuraban que la historia quedara en un punto álgido. Me apagaban la luz, me daban un beso y me decían: “Mañana seguimos” … y se iban sabiendo que la curiosidad iba a poder más y, apenas salían, yo encendía la luz y seguía leyendo. Así se desarrolló en mí un hábito que perdura hasta la fecha y es lo que hace que prefiera algo escrito a un vídeo, porque simplemente proceso más rápidamente el primero.
De modo que, sea por placer o para aprender, cuando uno abre un libro se embarca en un viaje con los personajes de la aventura. A veces con ellos se llora, se ríe, se sueña, a veces nos identificamos, a veces los odiamos, pero cuando se cierra un libro, siempre quedan escenas, enseñanzas, frases o personalidades grabadas en nuestra mente para siempre.
En resumen, enseñar a los niños a amar la lectura es un regalo invaluable que les proporcionará herramientas esenciales para navegar y prosperar en la vida. Es una inversión que rinde frutos a lo largo de toda su existencia, enriqueciendo sus mentes y corazones, equipándolos con la capacidad de pensar críticamente y empatizar con los demás.
Por eso, fomentar el amor por la lectura desde una edad temprana es uno de los mayores legados que podemos dejarles.
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