Hay noticias que caen como un balde de agua fría. La reciente publicación sobre centros educativos privados que mantienen deudas millonarias con la seguridad social nos obliga, inevitablemente, a mirarnos en el espejo. Como padre de dos estudiantes del Instituto Educativo Moderno (IEM), me pregunto: ¿qué legado queremos proteger después de 50 años de historia? ¿Y qué exige hoy ese compromiso?
Lo digo sin rodeos, el IEM no es solo la escuela de mis hijos. Es una comunidad que ha logrado algo tan inusual como valioso, un modelo pedagógico humanista que entiende que la convivencia no se enseña desde un reglamento, sino desde la experiencia cotidiana; que la felicidad no es un accesorio, sino un indicador educativo esencial. Ese es el IEM que hemos conocido, y ese es el IEM que hoy debemos defender.
La esencia del IEM está documentada y construida a lo largo de décadas de investigación, innovación y trabajo académico. Desde su fundación, la escuela ha apostado por estrategias pedagógicas que fortalecen la autonomía, la lectura crítica, la convivencia pacífica y el desarrollo socioemocional. Todo aquello que hoy urge en nuestro país. Nada de esto surgió por accidente, fue producto de una visión educativa liderada por Teacher Leda, con raíces profundas en la psicología, la educación para la paz y la formación integral.
El modelo humanista del IEM entiende que enseñar requiere algo más que transmitir contenidos. Requiere escuchar, acompañar, formar criterio y, sobre todo, reconocer que cada estudiante es una persona completa, con emociones, ritmos, dificultades y talentos. Por eso, cuando mis hijos cuentan que en su aula se conversa sobre los conflictos, que se busca el ganar-ganar, que se promueve la lectura desde el disfrute y no desde la obligación, sé que están en un lugar que honra la pedagogía.
Y sí, eso se nota, en cómo resuelven diferencias, en cómo vuelven a casa con una mezcla de aprendizaje y alegría. Esa felicidad es medible. Esa felicidad es un logro educativo.
Precisamente porque valoro este modelo, es natural que el proceso de una posible venta a School of Excellence Costa Rica despierte inquietudes. Las familias no buscamos enfrentamientos; buscamos certezas. Sobre todo, porque muchos apostamos a una inversión de 11 años plazo. Aunque es un negocio privado, el IEM ha sido sostenido durante décadas por la confianza, la participación y el compromiso económico de cientos de familias. Y la confianza, cuando se erosiona, no se recupera fácilmente.
Como familias necesitamos transparencia, cumplimiento absoluto de las obligaciones laborales y respeto por el cuerpo docente y administrativo, que son el corazón del IEM. También necesitamos certeza de que los recursos aportados por las familias se administren con responsabilidad y visión de largo plazo.
Muchos coincidimos en algo simple y razonable, queremos que la esencia del IEM no se pierda. Aunque la propiedad sea privada, la sostenibilidad depende de una comunidad que no se compra ni se vende #IEMsomosSuGente.
Muchos de los profesionales que construyeron este modelo como docentes, psicólogos, directores, especialistas en convivencia y en innovación educativa, ya no están en la institución. Las salidas representan una pérdida que luego pagan los estudiantes. Mantener ese talento no es un gesto de buena voluntad, es una obligación. Es lo que garantiza continuidad, coherencia y calidad.
El IEM ha sido, durante medio siglo, un lugar donde aprender y ser feliz no son metas separadas. Hoy como familias nos toca asegurar que ese legado no se pierda en una transición administrativa. Porque sí, la felicidad también se aprende. Y en el IEM la hemos aprendido juntos. Que así siga siendo los próximos 50 años.
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