¿El liberalismo excluye nuestro arraigo en la comunidad?

Mi hijo Andrés me pasó un artículo en The New Yorker sobre el nuevo libro “Cosmic Connections: Poetry in the Age of Disenchatment” (Conexiones cósmicas: la poesía en la edad del desencanto) del filósofo canadiense Charles Taylor. Su lectura me llevó a pensar en las relaciones entre el individualismo —que surge con el enciclopedismo o ilustración y que fundamenta tanto del liberalismo contemporánea— con la doctrina social de la Iglesia y con la escuela liberal austriaca.

Para este filósofo católico del Canadá francófono la concepción actual del ser proviene de la ilustración y prioriza la autonomía de la persona, la racionalidad y los derechos individuales. Considera que con ello se arrebata a nuestra identidad el sentido de pertenencia a una comunidad y de propósito común con otras personas.

Esa separación, señala Taylor, produce la alienación moderna, ya que al separarnos de las relaciones humanas perdemos el sustento de pertenencia y el sentido de nuestra existencia. Se atenúa la participación del ciudadano en la política y el deseo de estar solo le produce soledad.

Taylor otorga mucha relevancia a la condición de relación de la persona con los demás. Hombre y mujer somos seres relacionales. Y para él, contra esa condición relacional atenta la visión liberal que nos ha influido grandemente en la concepción de sí mismo del hombre occidental actual.

Pues bien, la oposición que Charles Taylor establece entre el individualismo como autonomía de la persona, el racionalismo y los derechos humanos frente a la concepción de la vida humana como vida en relación, como pertenencia a la comunidad y como propósito común con otros, me lleva a pensar en la solución que al tema dan el catolicismo y desde otra vertiente Friedrich Hayek, siguiendo Hayek los aportes desde el siglo XVI del iusnaturalismo español de la Escuela de Salamanca y de los filósofos moralistas escoceses del siglo XVIII.

Respuesta del catolicismo

El cristianismo, el judaísmo y el islam superan ese enfrentamiento haciendo compatibles la concepción de la dignidad de la persona creada por Dios con su naturaleza social y relacional.

La concepción católica de la dignidad de toda persona como creación de Dios, así como el mandamiento de Jesús a amarnos unos a otros como Él nos ama, a amar y rezar por nuestros enemigos y a perdonar las ofensas, magnifican nuestra naturaleza social, convirtiéndonos en verdaderos hermanos uno de los otros.

Así como el Dios Trinitario es una relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, así la existencia humana no tiene sentido si no es en relación con las demás personas.

La doctrina social de la Iglesia recalca la obligación de la persona a la solidaridad, a la opción preferencial para los pobres, que la naturaleza social y la herencia cultural e histórica determinan. El papa Francisco desarrolla su visión social y económica como una consecuencia de la obligación moral a la solidaridad y cristiana al amor. Por eso en su prédica promueve la amistad social y la cultura del encuentro que tienen importantes y efectivas consecuencias políticas.

Además, cada vez con mayor claridad se establece que esa nuestra existencia “en relación con” es también en relación con toda la naturaleza, con el mandamiento de “cuidar la Casa Común” como lo denomina el papa Francisco y como ya lo señala la biblia desde su primer libro, el Génesis: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra».

Esta visión religiosa ha tenido una profunda influencia en la formación de la cultura occidental y por ese medio en las concepciones y acciones políticas, aún en sociedades laicistas.

Respuesta de la escuela liberal austriaca

Frente a esa confrontación de Taylor entre individualismo, racionalidad y derechos humanos, por una parte, y vida de relación de comunidad y con finalidades compartidas por otra, también se da la respuesta de Hayek que las armoniza desde una concepción evolucionista y no ética, antropológica ni teológica. Esta respuesta es de especial importancia para los no creyentes.

La manera como el pensamiento de Friedrich Hayek ayuda a compatibilizar esas dos importantes visiones y sus consecuencias en la acción política actual parte de considerar las reglas de convivencia como el resultado de la acción humana pero no intencional que surge de la interacción de las personas, de sus relaciones en sociedad. Por tanteo y error las personas en ejercicio de su libertad y su creatividad van introduciendo nuevas maneras de hacer las cosas, o nuevas cosas al intercambio. Las nuevas actividades que resultan exitosas van siendo copiadas, y así de la innovación humana pero no del diseño racional impuesto por una persona o por un grupo, se van generando las normas y conductas que la sociedad experimental y de manera no programada van creando. La relación entre las personas es fuente fundamental del conocimiento y del desarrollo de las sociedades humanas. Las personas individuales dependen de sus relaciones con otras.

De esta manera se armoniza según el liberalismo de la Escuela Austriaca la libertad y la personalidad individuales, con las ventajas de la vida de relación en sociedad.

Ambas armonizaciones, la del catolicismo y la de Hayek, dan sustento al lema de la Revolución francesa que las une: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Desdichadamente las confrontaciones políticas desde el siglo XIX han dado origen desde polos de vista opuestos a la confrontación entre Libertad y Fraternidad.

No se le puede discutir a Taylor que las realidades actuales opuestas a la democracia liberal con su estado social de derecho son parcialmente efecto de la pérdida de la influencia del catolicismo y de las concepciones naturalistas como las de la Escuela Austriaca.

Pero la fuerza de la fraternidad y de la fuerza creadora de las interrelaciones en sociedad son una esperanza para recuperar una acción política más humanista. Y son fuerzas que forman parte de nuestra cultura occidental que debemos reavivar.

La defensa de la democracia liberal en la hora actual, en mi opinión, depende de rescatar la importancia, trascendencia y vigencia en acciones y políticas concretas de la Fraternidad y la de importancia de las interrelaciones humanas para generar bienestar.

Para los católicos esta es una responsabilidad que en especial nos convoca.

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