Cada acontecimiento político-social en el país, con algún grado de interés mediático, parece contener y escalar hacia algún tipo de violencia alarmante. Pero la violencia costarricense parece ser incomprendida desde el asombro, como si observara un fenómeno desraizado de toda causa social. Se intuye que esa violencia es huérfana de responsables políticos y entonces, se lamenta con complaciente amnesia histórica y aprovechamiento de la polarización social para confirmar en el otro, un sesgo propio. Nos lamentamos: ¡Esto no es Costa Rica! Y, entonces: ¿Qué es?

En un barrio al sur de la capital, un grupo de niños jugaban fútbol en la calle. En los 90, en aquel sitio, no existían espacios para el juego. Los límites de las porterías eran improvisados, con piedras. El tiempo de juego era definido por la vuelta a casa de los mayores y cuando una madre cruzaba lento, todo se detenía. Los niños no eran ingenuos, sus padres padecían los efectos de la crisis de 1980 y la bonanza de los 70 era solo un rumor académico. Los mayores, eximidos de nostalgia, aconsejaban sobre el rédito del estudio y del trabajo, como la mejor forma de emancipación. Cualquier gol lo era, siempre que fuese tan rastrero y centrado, como no hubiera duda de que la bola pasara en medio de las piedras. Los niños de aquel barrio comprobaban que el éxito, requería aferrarse al suelo como metáfora de su realidad. La nostalgia se suprimió de esa generación por herencia, pero la apuesta por el futuro prevalecía.

Hoy, en cambio, se observa una exaltación por el presente, por el rédito inmediato, por el convencimiento del: “un día a la vez”. Entonces, se sabe que el pasado había desheredado a la nostalgia y la ansiedad hoy, habría desaparecido el futuro. El problema de la exaltación colectiva del presente es que resuelve la experiencia sin reconocimiento histórico; tampoco exige planificación, por lo que vacía de responsabilidad el acto; pero, sobre todo, reduce en demasía la tensión inherente entre el deseo y la necesidad, exaltando el primero debido a lo fugaz del instante, abandonando lo frugal de la necesidad, por esta razón, los delincuentes más jóvenes encuentran más sentido en obtener de inmediato un bien “soñado”, que corresponder al esfuerzo que supone nuestra deteriorada educación.

La misma sensibilidad es compartida por la Ruta de Educación, que ante la urgencia del presente (y aunque sus posicionamientos puedan ser pertinentes), supone en la planificación y en su fundamentación, un costo innecesario: “Ese es el tipo de análisis que no necesito desgastarme en elaborar cinco páginas de marco teórico para justificar porque tengo que hacerlo, son cosas evidentes […] entremos a resolver, por lo que la Ruta va así, sin anestesia, directo a los resultados esperados” (Müller, 2024, p.34). Luego, naturalmente, se exaltará el deseo: “La Ruta no es una Ruta, es una Ruta de sueño, pero no necesariamente es una Ruta tan ideal que sea inalcanzable”. (Müller, 2024, p.26)

Quizá la búsqueda de la sociedad costarricense, entrañablemente perdida, sí fue pensada desde la aspiración de lo inalcanzable y lo idílico: “Resolver los problemas “a la tica” quiere decir evitar que la sangre llegue al río” o bien: “Todo costarricense evita las extremosidades y busca, a la hora de la verdad, la convivencia” (Láscaris, 1975, p.113)

Hoy, tales convicciones se desean, un ápice verdaderas, y entonces, al observarnos, decimos: ¡Este dolor, no es Costa Rica! Sin embargo, los síntomas sociales observados no sólo son efecto de nuestras decisiones, sino que reviven las advertencias del pasado y encienden las alarmas sobre los riesgos del futuro:

[…] a la par de una gran concentración de la riqueza en manos cada vez mas pocas, la formación de una cada vez mas extensa clase proletaria; contrastando trágicamente con una enorme superproducción industrial y agrícola, una grave incapacidad para la adquisición y el consumo en los estratos populares; desocupación permanente, especulaciones fantásticas, crisis violentas; todo aquella con su secuela de vicios y males políticos, sociales y éticos. Ese, el punto de partida de los autoritarios. (Facio, 1975, p.191)

Así la violencia nacional pierde su carácter sorpresivo y se empieza a comprender al costarricense desde su ira y, además, su posible consecuencia:

[…] tal espectáculo de anarquía económica, de desequilibrio social, de inseguridad política, de trastorno moral, sugiere la necesidad de un ordenamiento, de una disciplina de una autoridad, ese, el clima sentimental del autoritarismo. (Facio, 1975, p.191)

La disciplina autoritaria, que supone la represión inmediata, lleva consigo el deseo desproporcionado de la ira y una expectativa irreal sobre lo deseado. Su consecuencia, tampoco sería inesperada:

Tal vez no convenga olvidar, que las pulgas dictadores, llegaban a ese puesto explotando un sentimiento religioso y nobilísimo del pueblo. En algunas ocasiones quitándole al pueblo sus medios de manifestación: las iglesias y las imágenes; y en otras ocasiones pactando con los poderes eclesiásticos. (Jiménez, 1984, p.332)

Max Jiménez advierte que no existe escrúpulo político, para quién aprovecha su posicionamiento cuasi divino, que brinda una sociedad que se sospecha defraudada y perdida. Y decimos: ¿Esto es lo queremos para Costa Rica?

En un barrio pequeño al sur de la capital, hoy los niños no juegan en la calle ni el parque, están encerrados en sus casas o se pasean en un centro comercial, además: … ¡Casi no hay niños!

Balbucea Juan Manuel y un lagrimón rebelde le acompaña las palabras. Pero no lo oye nadie. Está solo en la puerta de su casa. Y tiene las manos heladas y ensangrentados los ojos. En el soberbio cristal de la tarde el ultimo celaje saborea su agonía esplendorosa, Hacia el oriente la primera estrella revolotea su vuelo, precursor de la noche; y todo está quieto como si se preñara de silencio y muerte. Solo el viento pasa de vez en cuando, como un pájaro, para recordar con sus alas en movimiento que bajo la quietud del sueño de la tarde palpita la vida, en estos instantes como ausente. (Dobles, 1942, p. 281-282).

Referencias

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