No en pocas ocasiones buscamos entender las condiciones diferenciadoras de Costa Rica en comparación con la región.  ¿Por qué este país ha sido capaz de ofrecer a su población condiciones de vida más favorables, con un modelo de desarrollo más equilibrado y justo?  Busqué algunas pistas en la lectura de Por qué fracasan los países, libro publicado en 2012 por los economistas Daron Acemoglu, y James A. Robinson, profesores de MIT y Harvard respectivamente.  Y sí que las encontré. 

Entonces me dije, voy a escribir un artículo.  Me senté un domingo temprano en la mañana y me levanté muy por la tarde; ¡qué tirada, se me fue la mano y escribí un ensayo!  Ahora menos gente lo va a leer, pensé.

¿Y si lo corto?   Estaba en estas meditaciones cuando se vino una nueva provocación del presidente del país, ese que se pasa superando a sí mismo en su incapacidad para gobernar.  ¿Es Costa Rica una dictadura o una tiranía?   

No me gusta actuar por reacción, yo creo en el dicho que a palabras necias, oídos sordos; pero si hay un buen momento para compartirles este, ahora ensayo, es ahora.  Aquí se los dejo. 

El éxito o el fracaso de los países

¿Por qué la situación política, económica y sobre todo la calidad de vida es diametralmente diferente entre Corea del Norte y Corea de Sur, o entre Botsuana y Zimbabue en África; o entre Nogales (Arizona) y Nogales (Sonora) en Norte América, siendo todos pares de vecinos?  A través de ejemplos concretos y un buen recuento histórico los autores demuestran que la diferencia no está en el clima, ni en factores culturales, ni en los recursos naturales, ni en la religión, ni siquiera en el acceso al conocimiento o a la tecnología.   La respuesta: la diferencia está en las instituciones.   

Según ellos, las instituciones se pueden dividir en dos tipos: las extractivas y las inclusivas.   Las extractivas se instalan cuando el Estado es débil y demasiado descentralizado, el mercado es estrecho y los medios de producción se concentran en pocas manos, se mantiene (muy a propósito) una pobre educación, se pone mucho énfasis en la explotación de recursos naturales, no hay seguridad jurídica ni estímulo a la innovación.   

Por otro lado, las instituciones inclusivas son las contrarias a lo dicho en el párrafo anterior, y sobre todo promueven la democracia, o sea, la participación de las personas y la libertad de opinión.

Como lo resume Gary S. Becker, premio Nobel de Economía, 1992 en los elogios al libro, «Los autores muestran de forma convincente que los países escapan a la pobreza solamente cuando tienen instituciones económicas apropiadas, especialmente en lo referente a competencia y propiedad privada.  Además, defienden una idea muy original: existe una mayor probabilidad de que los países desarrollen las instituciones adecuadas cuando tienen un sistema político plural y abierto, con competencia entre los candidatos a ocupar cargos políticos y un amplio electorado con capacidad de apostar por nuevos líderes políticos. Esta conexión íntima entre las instituciones políticas y económicas es el núcleo principal de su análisis, y ha dado como resultado un estudio de gran vitalidad sobre una de las cuestiones cruciales en la economía y la economía política.»  

Recordemos que Becker se dedicó a estudiar la relación entre la economía y el crimen.  Y como nota al margen de este texto, tal vez convenga mirar también por ahí, para aliviar la crisis de criminalidad que enfrentamos. 

¿Pero, de qué instituciones estamos hablando?  La institución extractiva por excelencia es la esclavitud; instalada oficialmente como parte del colonialismo y permitida por varios siglos contra millones de personas especialmente de África, quienes despojados de su valor como seres humanos fueron convertidos en  mercancías; se calcula que más de 12 millones fueron vendidos como esclavos a los europeos.   

El negocio era tan lucrativo que cualquiera que cometiera un delito, aunque fuera menor, recibía por castigo la esclavitud; los niños negros eran secuestrados mientras jugaban en la calle y hasta hubo grupos religiosos como el oráculo de Arochukwa en Nigeria, que se prestó a engrosar el reclutamiento: ¨a menudo esto implicada que la gente fuera ¨tragada¨ por el oráculo, lo que significaba, de hecho, que una vez que habían atravesado la cueva, se los conducía por el río Cruz a los barcos de los europeos que los estaban esperando.  Este proceso, en el que todas las leyes y costumbres se distorsionaban y se rompían para capturar cada vez más esclavos, tuvo efectos devastadores en la centralización política…¨, relatan Acemoglu y Robinson.

Por eso las familias africanas se alejaban de los puertos, las zonas más prósperas, dejaban abandonadas tierras y posesiones, no comerciaban; preferían la miseria a la esclavitud. 

La llegada de los españoles a América representó lo que los autores llaman una coyuntura crítica, un gran evento o circunstancia capaz de cambiar el rumbo; ese fue el nacimiento de las instituciones extractivas en ciudades de Perú, México y Guatemala, donde encontraron grandes poblaciones con alto nivel de desarrollo y abundancia de metales preciosos, ¡todo un golpe de suerte para la corona Española!  Suficiente oro y mano de obra disponible para sostener por varias generaciones sus vidas suntuosas, extrayendo valor de los conquistados.  Las instituciones extractivas generan círculos viciosos, políticos y económicos de cada vez mayor extracción y desigualdad, entonces,  después de la independencia, el mismo sistema extractivo se mantuvo, con instituciones como la encomienda, la mita, o el repartimiento, intentos del poder político para extraer valor de la población a favor de las élites locales, que sustituyeron a los monarcas.

Otra institución extractiva por naturaleza es el ejército, en constante producción de armas y guerras; otra la iglesia, y por qué no, el matrimonio que ha sido por siglos, una institución extractiva en perjuicio de las mujeres.  

La democracia y las instituciones inclusivas

Sabemos que, desde siempre, el poder político y económico han estado íntimamente vinculados.   Según los autores, los países que hoy son más ricos son los que en algún momento de su historia de los últimos 300 años lograron crear instituciones inclusivas, ya fuera por la gracia de buenos liderazgos o por haber aprovechado una coyuntura crítica.

No se convierten en sociedades perfectas y benévolas, pero sí empezaron a experimentar círculos virtuosos, procesos de realimentación positivos, en la dirección contraria a las extractivas.  Un interesante ejemplo de institución inclusiva descrita en el libro y que generó movilidad social fue la Commenda, en Venecia, Italia.  Consistía en la asociación entre un capitalista que se quedaba en tierra, y un joven emprendedor quién no tenía dinero, pero aportaba su tiempo y su energía asumiendo el riesgo de los peligrosos viajes en altamar para promover el comercio; era un ganar-ganar.

Contrario a los sitios ocupados y explotados por los españoles en Latinoamérica, los ingleses se encontraron el norte de América con descentralización y dificultad: eran territorios extensos, de clima inclemente; se cuenta que el capitán John Smith envío una carta a su empresa patrocinadora, la compañía Virginia Company pidiendo un cambio en su modelo de colonización, según él, no había posibilidad de obligar a los indígenas que trabajaran para ellos, ni que le proporcionaran comida, entonces pidió que le enviaran ¨unos cuarenta carpinteros, labradores, excavadores bien provistos¨.    O sea, había que generar el valor, no solo extraerlo. 

Las tierras se repartieron entre los colonos, lo que garantizaba acceso a los medios de producción y, se dice que en los tempranos 1600 ya se realizaban asambleas que daba voz y voto a todos los hombre adultos.

La Inglaterra del siglo XIX, creó instituciones políticas inclusivas, frágiles al inicio, pero que pusieron límites al ejercicio y usurpación del poder, o concentración de la riqueza en pocas manos.   ¨La cuestión del sufragio universal es una cuestión de cuchillo y tenedor, de pan y queso, al decir sufragio universal me refiero a que todo hombre que trabaje en esta tierra tiene derecho a llevar un buen abrigo en la espalda y un buen sombrero en la cabeza y a tener un buen techo para resguardarse en su casa y una buena cena en la mesa¨.  (J.R. Stephens, 1838).

¿Y Costa Rica?

Nos hemos acostumbramos a buscar el origen de la diferencia de Costa Rica y la justificación de la consolidación de su idiosincrasia, en lo sucedido en la década de 1940, cuando se crearon muchas instituciones inclusivas importantísimas:  la Universidad de Costa Rica en 1940, la Caja Costarricense del Seguro Social en 1941 (las Garantías Sociales se agregaron a la Constitución en 1949) y se promulgó el Código de Trabajo en 1943; la abolición del Ejército en 1948, el Tribunal Supremo de Elecciones y el ICE en 1949.   En 1950 las mujeres podían votar.   

Pero, siguiendo la tesis de Acemoglu y Robinson, esas fueron realimentaciones positivas de las instituciones inclusivas previas.  ¿De la colonia?  Sí, Costa Rica se parece más a la historia de John Smith y sus colonos británicos que a la de Hernán Cortés en México o Francisco Pizarro en Perú.   Las investigaciones etnohistóricas más aceptadas, reconocen que en el momento de la conquista la población de Costa Rica no era numerosa, sino más cercana a la cifra de 27.000 habitantes, sin grandes concentraciones de mano de obra o de metales preciosos.  

¿Y qué pasó en el Siglo XIX?  En 1821 llegó la independencia de España, nuestra coyuntura crítica.  Y es ahí cuando aparece nuestro héroe: Juan Mora Fernández,  el primer Jefe de Estado que dirigió el país durante nueve años, en tres períodos, de 1821 a 1833.   A diferencia de los líderes en la época, él no era un militar, ni clérigo, ni abogado, era un maestro de escuela y comerciante.  Mora fue también diputado, senador, vicejefe, y presidente de la Corte Suprema de Justicia, fue secretario del Ayuntamiento de San José  y juez de primera instancia y participó en la comisión redactora del Pacto de Concordia, que decía en su Capítulo I que “se  reconoce y respeta la libertad civil, la propiedad y demás derechos naturales y legítimos de toda persona y de cualquier pueblo o nación”.

Costa Rica estaba lejana de los centros de poder y no tuvo una gran participación en la efímera historia de la República Federal de Centroamérica (1821-1839).   Mientras eso sucedía, Mora Fernández, sin saberlo, promovía la creación de las primeras instituciones inclusivas del país.   

Mora tiene el título de “Padre del periodismo” de Costa Rica, pues en 1824, emitió un decreto que decía que  “La base principal de un Gobierno libre es la ilustración y los progresos de ésta puede proporcionarlos la edición de periódicos manuscritos”; de esa forma invitaba todos los ciudadanos a que crearan un periódico en forma manual.  La primera imprenta llegaría hasta 1830.  

Al ser maestro antes que presidente, dio a la enseñanza pública gran importancia práctica y declaró obligación del Estado propagarla, fomentando la creación de escuelas primarias en todos los centros de población del país.  En 1824 también decretó la creación de la Casa de Enseñanza de Santo Tomás, que impartía lenguas, lectura, escritura, filosofía, derecho civil y canónigo y teología.  En lo político, para evitar las ausencias de los diputados al Congreso, decretó que a la tercera ausencia, se multase al diputado con un cargo de entre 50 y 500 pesos, y se le destituyese y declarase indigno de la confianza pública (¡qué visión de hombre!). 

Él definió el futuro económico del país al impulsar el cultivo del café, y lo hizo decretando que cualquiera que cultivara café por 5 años en ¨tierra baldía¨ podía reclamarla como propiedad suya, o sea creó otra institución inclusiva, al anticipar el peligro de la concentración de la producción.  En 1826 creó el Hospital San Juan de Dios y el 1828 la Casa de Moneda.   

Una de sus hermosas frases fue “El ejecutivo desea que el estado sea feliz por la paz, fuerte por la unión y que sus hijos corten cada día una espiga más y lloren una lágrima menos”. ¡Cuánta sabiduría en una sola frase!  Esa debería ser la oración con la que empecemos nuestra jornada cada nuevo día.  

Las ondas expansivas o los círculos virtuosos de Mora, abrieron los espacios para otros personajes inyectaran más instituciones inclusivas al sistema, por ejemplo Emilia Solórzano, esposa de Tomás Guardia y autora intelectual de la abolición de la pena de muerte, en 1882, mismo año en que Víctor Manuel Dengo, un emprendedor, recibió el permiso para desarrollar la actividad eléctrica en San José, ciudad que se iluminó en agosto de 1884 sin combustibles fósiles, sino con la primera hidroeléctrica

Entonces, podemos afirmar que los líderes de Costa Rica Mora Fernández, Mora Porras, Calderón Guardia o Figueres Ferrer durante los siglos XIX y XX aprovecharon coyunturas críticas, eligieron la democracia y crearon instituciones inclusivas, cuya virtudes hemos podido disfrutar hasta hoy.  Por eso, al conocer la historia, el argumento de que Costa Rica es una dictadura o una tiranía, se cae ad portas.

Pero ¿en el Siglo XXI, estamos alimentando ciclos virtuosos? Pareciera que no.  ¿Son nuestros líderes actuales generadores de instituciones inclusivas o extractivas?  No veamos a las personas, veamos sus comportamientos y decisiones:  El ataque constante a la democracia y las instituciones del Estado es clara señal del camino de la extracción.  Buscar la explotación intensa de los recursos naturales y reducir el valor del trabajo de las personas son clarísimas alertas.  Debilitar los presupuestos de educación, salud, seguridad y protección de la biodiversidad es la receta para la aparición de más instituciones extractivas que inevitablemente llevarán al país al fracaso. 

Estamos perdiendo la inercia de las instituciones inclusivas que nos han hecho el país distinto que hemos sido y excepcional que podemos ser.  Antes de que sea tarde, debemos regresar al poder a las personas de la talla de Juan Mora: amantes de la educación, la salud, de la naturaleza, de la equidad, de la vida; como lo decía el economista chileno Manfred Max-Neef, quienes reconozcan que el ejercicio político y económico no puede estar sobre el bienestar de las personas, ni olvidar la reverencia por la vida.

Es urgente no solo defender la democracia y sus instituciones inclusivas, sino modernizarlas, recargarlas y crear nuevas que sean capaces de producir impulsos fuertes para los próximos ciclos virtuosos.   Leamos correctamente las lecciones del pasado, aprovechemos esta como una coyuntura crítica, de lo contrario, estaremos cada día cortando una espiga menos, y llorando una lágrima más.

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