La innovación tiene múltiples requerimientos. Entre ellos, debemos considerar las circunstancias geográficas, históricas, climáticas, políticas y materiales que afectan el proceso innovador. También, debe considerarse el talento detrás del mismo. No querríamos reinventar la rueda o inventar el agua tibia, como vulgarmente decimos, y eso exige información, pensamiento metódico y experimentación.

No se puede innovar en el vacío, ni tendría sentido innovar algo que ya existe, o cuyo resultado produzca algo peor a lo existente. Por ejemplo, imaginemos inventar un nuevo vehículo que sea más contaminante y que empeore la congestión vial. ¿Es eso innovación?

La innovación implica gestión. Quiere decir que de manera orgánica no evolucionaremos hacia mejores aparatos y herramientas tecnológicas a las que tenemos hoy. Se requiere de una intención clara de avanzar por ese rumbo y adoptar las actitudes y aptitudes necesarias para operar en la economía de lo que no existe. Suena incierto porque lo es: no hay innovación donde hay certeza.

Una premisa interesante desde el punto de vista de la innovación social es identificar necesidades que afecten a mil millones de personas en el mundo, como plantea Peter Diamandis de la fundación XPRIZE. Satisfacer esas necesidades daría pie a emprendimientos de enorme impacto y, es muy probable, que también generen alto valor económico. Por ejemplo, pensemos en la necesidad de movilidad. ¿Se necesita trenes eléctricos para el transporte público en el mundo? Depende de si la movilidad es de personas, de vehículos, de bienes, de ideas, de datos o de servicios.

¿Qué tal si pensamos en la creciente y urgente necesidad de presencia, bienestar y propósito? Quizás en una época no muy antigua la humanidad no debía preocuparse por estos asuntos. Vivíamos con mucha presencia, sin divagar demasiado lejos del presente hacia el pasado o el futuro. También, teníamos estilos de vida que promovían el bienestar sin los excesos, adicciones y vicios de la actualidad. Además, vivíamos al servicio de los demás en nuestra comunidad. Al disminuirse la vocación de servicio se va erosionando el sentido de propósito y la cohesión comunitaria. Si no servimos a otros, no servimos para nada.

En tiempos de inteligencia artificial, la humanidad tiene enormes desafíos y amenazas que no existían apenas 18 meses atrás. Pero tenemos una sola exigencia: enriquecer y cultivar nuestra humanidad compartida. Cada proeza humana, cada destreza, cada idea, cada logro de alguno de nosotros, nos convoca a ser mejores personas. Crecer ese vital aspecto del ser nos ayudará a aumentar la productividad empleando las potentes tecnologías que hoy llevamos en el bolsillo.

Vea el episodio 220 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Gestión de talento para la innovación”.

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