En su reciente columna, Thomas Friedman plantea una idea provocadora: Estados Unidos no debe limitarse a proteger los beneficios sociales del pasado, sino construir las industrias del futuro. Propone, incluso, un nuevo tipo de identidad política: el "demócrata Waymo", en referencia a los taxis autónomos desarrollados por Google. Para Friedman, ese es el tipo de industria que puede reactivar el sueño americano: una que mezcle manufactura avanzada, inteligencia artificial, electrificación y rediseño urbano.
Lo que queda es empleo, pero no riqueza.
El llamado de Friedman es claro: hay que dejar de romantizar el pasado industrial y, en su lugar, apostar por la creación audaz del futuro. Pero al leer su columna desde Costa Rica, es difícil no preguntarse: ¿y nosotros, para cuándo?
De Back Office a protagonistas: una oportunidad desaprovechada
Costa Rica ha sido una historia de éxito en atracción de inversión extranjera directa (IED), trayendo al país empresas líderes en manufactura avanzada, BPOs, dispositivos médicos, ciberseguridad y ahora, semiconductores. Sin embargo, este éxito no se ha traducido en el desarrollo de una base productiva nacional conectada con las industrias del futuro.
Recibimos los componentes del futuro. Ensamblamos partes del futuro. Operamos servicios para las plataformas del futuro. Pero no estamos diseñando ni codificando ese futuro.
Sin instituciones que estimulen, no hay innovación
En Estados Unidos, las grandes revoluciones tecnológicas han sido posibles gracias a instituciones como Defense Advanced Research Projects Agency (DARPA), la National Science Foundation (NSF) , los laboratorios nacionales, y programas público-privados que asumen riesgos. Allí, la contratación administrativa está diseñada para fomentar nuevas soluciones. Las universidades se articulan con el sector productivo. Las políticas fiscales permiten descontar la inversión en I+D.
En Costa Rica, nada de eso ocurre. Las empresas nacionales que quieren innovar deben financiarlo con sus propios recursos, sin deducciones, sin apoyo técnico, sin esquemas de compra pública que premien el riesgo. Incluso la banca exige garantías tradicionales que son incompatibles con las empresas basadas en propiedad intelectual.
Una IED desconectada del ecosistema local
La IED que llega a Costa Rica no está generando un ecosistema de innovación nacional. Las grandes empresas operan en sus propios entornos, con cadenas de valor globales, sin vincularse con proveedores nacionales. Manuel Tovar mediante el Ministerio de Comercio Exterior de Costa Rica (COMEX) ha sido efectivo en atraer inversión, pero el MEIC no ha logrado articular una estrategia para desarrollar la industria nacional asociada a los sectores prioritarios.
El resultado es una paradoja: atraemos empresas del futuro, pero seguimos con un aparato productivo del pasado.
El sector privado también tiene responsabilidad
Pero no toda la culpa es del Estado. El empresariado costarricense también ha fallado. Hay poca colaboración entre empresas. No se generan consorcios. Las empresas medianas rara vez actúan como clientes de riesgo para soluciones locales. La relación con la academia es mínima. Se prefiere comprar lo probado y barato en el exterior antes que co-desarrollar una solución nacional.
Si ni el Estado incentiva ni las empresas apuestan, la innovación queda relegada a nichos heroicos y esfuerzos individuales.
El riesgo de la desindustrialización del conocimiento
Costa Rica corre el riesgo de caer en la "desindustrialización del conocimiento": un fenómeno en el que el país produce profesionales calificados que nutren operaciones de IED, pero no desarrolla su propio tejido productivo basado en conocimiento. El valor agregado se va. Las patentes se van. Las decisiones se toman afuera. Lo que queda es empleo, pero no riqueza.
¿Qué hacer?
Costa Rica necesita una estrategia de largo plazo que articule:
- Una política industrial moderna.
- Una agenda de innovación con presupuesto y reglas claras.
- Un modelo de contratación pública que premie la creatividad.
- Un sistema de financiamiento adaptado al riesgo tecnológico.
- Una cultura empresarial que valore el desarrollo de capacidades propias.
No se trata de sustituir la IED, sino de complementarla con una estrategia que fortalezca la industria nacional y le permita integrarse a las cadenas de valor globales no como proveedora de talento barato, sino como generadora de soluciones.
La propuesta de Friedman es clara: los países que quieran generar buenos empleos deben construir industrias nuevas, no solo proteger beneficios viejos. En Costa Rica seguimos celebrando la llegada de cada nueva empresa extranjera como si fuera suficiente. Pero si no invertimos en nuestra capacidad de innovar, diseñar y construir, terminaremos siendo ensambladores del futuro de otros.
¿Y nosotros, para cuándo?
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