Cuando hablamos de una figura autoritaria, ¿qué es lo primero en lo que pensamos? Tal vez usted quien me lee vaya a imaginarse a algún dictador totalitario, o algo por el estilo. Pero, ¿sabía usted que un líder autoritario puede ser a la vez un gobernante electo democrática y legítimamente, en el marco de un Estado de Derecho? Al hablar del concepto de autoritarismo, estamos tratando posiblemente uno de los términos con mayor extensión que hay, así como con un grado preocupante de desinformación a su respecto. Hoy en día, llamamos autoritario en su mayoría a lo que no es, y a lo que es, no lo nombramos como tal, especialmente en un mundo digital como el nuestro en el que las redes sociales tienen una influencia enorme para nuestra obtención y construcción de conocimiento.

Antes de empezar, vale la pena saber a qué nos referimos con ‘’autoritarismo’’. En breves términos, podemos entender una actitud acumulativa del poder en el que se abusa de una posición de autoridad. No obstante, el concepto es más que eso, dado que si bien puede tener una definición concreta o universalmente más o menos comprendida, en la práctica se puede gestar, desarrollar o manifestar de manera variada según el contexto histórico, político y social. Por ello, debemos hacer el esfuerzo por analizarlo desde la aplicación de sus características a diferentes casos.

Decía una de las figuras más influyentes de la Ilustración, Jean-Jacques Rosseau, en El contrato social, que existe una diferencia entre un tirano y un déspota; el primero es una especie de usurpador quién toma la autoridad sin derecho a ella, pero el segundo, aparte de esto, se pone encima de las leyes. Así, todo déspota es tirano pero no todo tirano es déspota. Esta distinción es sumamente trascendental a la hora de comprender la naturaleza impositiva de los regímenes autoritarios, ya que como decía, hay algunos que son dictatoriales, pero otros no. En este sentido, hay autoritarios que pueden actuar en un marco constitucional. Pues, el autoritarismo no es precisamente un sistema de gobierno, sino una manera de gobernar un sistema. No es tanto un Estado, sino un individuo que busca controlar el Estado con una serie de características específicas que nos permiten clasificarlo en esta categoría.

Al desglosar la composición de un autoritario, podemos notar que tiene un complejo de salvador y discurso populista, basado muchas veces en el revanchismo reaccionario. En determinados casos, el autoritario toma el poder desde que pasa de ser un desconocido, a una figura altamente venerada, a partir de una campaña cargada de promesas, que tal vez no sean realistas o ideológicamente coherentes con su pensamiento político, pero le garantizan asegurar un apoyo de un pueblo según las diferentes problemáticas de su contexto. Así, como buen ególatra gesta un culto a su personalidad, en el que se posiciona como el centro de su movimiento político, de manera que las personas ya no estén apoyando a un partido o agrupación a partir de principios ideológicos, sino que apoyan a un individuo desde un enfoque de, por así decirlo, lealtad al mismo como producto de su promesa incondicional de resolver todos los problemas.

No obstante, el líder populista no siempre termina siendo autoritario, pero todo autoritario es populista. La diferencia está en que el populista no autoritario, al llegar al poder, respeta la democracia y entiende que su rol está definido por un sistema de pesos y contrapesos, que por más que quisiera no podría cambiar. Esto último es algo que el populista autoritario sí hace con tal de asegurar el control del poder, de manera que destruye el Estado Social de Derecho, e incluso, ataca la división de poderes. Pero más allá de ataques, hay todo un proceso que le permite llegar a su objetivo.

Los líderes autoritarios también tienen otra característica: la persecución de la oposición, la censura a la libertad de expresión, las campañas de desinformación, y el sometimiento del pueblo hacia ellos, de manera que no les puedan desobedecer a base del terror o la manipulación. Hay casos de autoritarios como Nicolás Maduro o Daniel Ortega en los que lo anterior es claro y evidente, por lo que no me referiré a ellos dos pues, como digo, lógicamente son líderes autoritarios, pero en otros casos, tales como los de Nayib Bukele y Javier Milei, es también claro y evidente, pero con una dosis de justificación, excusas y manipulación incluida, de manera que logran encubrir sus actos.

En el caso de Bukele, utilizó la crisis de seguridad para justificar un régimen de excepción (que como sabemos elimina derechos constitucionales y pasa facultades del Legislativo al Ejecutivo), que junto a la destitución ilegal del Poder Judicial, la erosión de la inversión en educación, entre otras acciones, han puesto en un hilo el sistema democrático. Este líder ha sido muy astuto a la hora de gestar su campaña de culto a la personalidad por sí mismo, para asegurar el apoyo del pueblo, de cuyo sufrimiento por las maras se aprovechó. En vista de la situación democrática crítica en El Salvador, decidí enlistarme en un programa para ser observadora en las elecciones, y pude ver el comportamiento de un régimen autoritario y dictatorial en potencia. La censura, el populismo, y sobre todo, la manipulación a los ciudadanos es tal, que Bukele perfectamente puede llegar al Palacio Nacional a decir que ‘’somos el único país democrático unipartidista’’ o que ‘’la oposición quedó pulverizada’’, y que las personas celebren lo que dice. ¡Inaudito y antidemocrático!

Por otra parte, veamos a Javier Milei, quien desde el discurso de odio, ha llevado a cabo un programa de desmantelamiento de los ministerios, los servicios públicos y las instituciones democráticas. Desde su Ley Ómnibus, busca establecer un régimen de excepción con posibilidad de extensión para hacerse de facultades del Poder Legislativo y reducir la cantidad de diputados. También, impone la fuerza contra quienes se manifiestan, como sucedió hace poco contra estudiantes argentinos, cierra el canal televisivo mediante el cual las personas pueden darse cuenta de lo que pasa en el Congreso, prohíbe a los funcionarios públicos hablar con la terminología que deseen al no dejarles utilizar el lenguaje inclusivo, entre otras medidas. Mientras todo esto pasa y el pueblo argentino se encuentra en niveles históricos de pobreza, Milei y sus seguidores se jactan de defender la libertad, cuando lo único que hacen es demostrar qué no es.

La amenaza del autoritarismo en Latinoamérica, incluida en Costa Rica, es cada vez más grave. Es hora que quienes defendemos la democracia reivindiquemos su significado. Debemos recordar que la democracia no es solo la nula existencia de una dictadura, sino la presencia de un sistema de representación y participación cívica, que permite a las personas ejercer sus derechos, dialogar con sus líderes y vivir con calidad. Debemos saber notar cuándo hay una amenaza autoritaria frente a nosotros, sea de izquierda o derecha, dejar los fanatismos de lado, y defender nuestra democracia.

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