En este cambio de época que vivimos una de las transformaciones más evidentes es el debilitamiento del comercio internacional que cada día es menos regulado por normas y más por la arbitrariedad.
Somos una nación que depende del comercio internacional
Este cambio nos afecta profundamente. Somos una nación muy pequeña, con pocos habitantes y nuestro poder no es ni el volumen de producción ni la fuerza de las armas.
Desde hace cuatro décadas cambiamos nuestro modelo de desarrollo y volvimos a la senda de la apertura al comercio internacional que fue tan exitosa para sacarnos de la pobreza colonial.
Lo hicimos en un mundo en el que se aceleraba la globalización.
Entramos al GATT (Acuerdo General de Comercio y Tarifas) que poco después se convertiría en la OMC (Organización Mundial del Comercio) y con ello el comercio internacional se veía regulado cada vez más por un sistema de normas que limitaban la simple imposición de la fuerza de los poderosos. Se estableció un mecanismo de solución de conflictos comerciales que permitió a nuestro pequeño país ganar reclamos por violaciones al comercio internacional a los poderosos EEUU y a la Unión Europea.
Al amparo de esa globalización hemos sido muy exitosos en atraer inversión directa extranjera y en tecnificar y diversificar nuestra exportación de bienes y servicio que ha crecido vertiginosamente en bienes (7,3% anual de 1990 a 2023) y se ha desarrollado de manera aún más acelerada en servicios (un 11,8 % anual durante ese periodo). Las exportaciones tradicionales de bienes (café, banano, azúcar y carne) que en 1990 eran todavía un 41,5 % del total son ahora apenas un 10%
Claro que no todo ha sido miel sobre hojuelas. Los sectores tradicionales que configuran el régimen de comercio definitivo han soportado la carga impositiva que se ha exonerado a los sectores del régimen especial de Zonas Francas, y aunque el efecto en la generalidad de la economía ha sido muy beneficioso, hemos caído en una dualidad productiva que limita nuestro crecimiento. El régimen de comercio especial ha crecido aceleradamente pero el definitivo aún representa alrededor de un 85% de la producción.
Un mundo diferente
En este mundo en que en occidente pierden apoyo la democracia y el estado de derecho y aumenta el nacionalismo; en este mundo en que se debilitan las instituciones internacionales, también se afecta el comercio internacional.
Ahora enfrentamos un mundo diferente al que se consolidaba hace tres décadas.
En una reciente edición la revista The Economist resalta que “El orden económico mundial está rompiéndose”.
El sistema de solución de controversias está paralizado desde hace casi cinco años porque Estados Unidos impide que se nombre a los integrantes del órgano de apelaciones. Esto deja sin soporte el sistema de comercio normado, pues cualquier país que viola sus obligaciones y es demandado ante la OMC con solo apelar la resolución puede seguir campantemente con su violación.
Los países poderosos se han vuelto más proteccionistas.
Dada la confrontación geopolítica y comercial entre China y los Estados Unidos estos países a partir de la administración del presidente Trump cada día aumentan las restricciones al comercio con aranceles y -ante el peligro de una confrontación- también establecen privilegios para la producción en sus respectivas naciones.
Ciertamente muchas de las medidas iniciales de Estados Unidos se originaron en subsidios de China. Pero no fueron justificadas para compensar esos subsidios, ni buscó ese país la vía de la OMC de solución de controversias. Simplemente la Administración Trump argumentó en forma general que en China había subsidios, e impuso aranceles a una cantidad de artículos. Después el presidente Biden ha aumentado los impuestos a las importaciones de China y con él los Estados Unidos encontraron el camino de los subsidios a la producción como una vía para reindustrializarse y aumentar los niveles de empleo y también como una ruta para promover energías renovables y disminuir la carbonización.
Cuando los grupos empresariales ven abiertas las puertas para obtener beneficios que los aíslan de las competencias, rápidamente las aprovechan y además ensanchan esas puertas para cada vez tener más beneficios.
El 4 de febrero de 2022, pocos días antes de la invasión de Putin a Ucrania con su atrabiliaria violación de la territorialidad de una nación independiente, se habían reunido en Beijing los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping. Emitieron una declaración que rompe con la universalidad de los derechos humanos establecida por las NNUU desde su carta fundacional y declara la independencia de cada estado para definir su concepto de democracia y respeto a los derechos humanos, y declaran “la amistad sin límites” de sus naciones.
Lo que inicialmente apareció por una razón proteccionista a la producción local para promover empleos en áreas que estaban siendo afectadas por la competencia internacional, se ha ido convirtiendo en restricciones a la importación de bienes extranjeros y en subsidios a la producción local con miras a la defensa militar, y en algún caso a la protección del ambiente. El comercio pasa de ser guiado por la búsqueda de eficiencia a ser regido por razones de seguridad nacional.
Como si estas restricciones y subsidios fueran peccata minuta, además se utiliza cada vez con mayor intensidad la imposición de sanciones a compañías extranjeras y a sus dueños y gerentes por una diversidad de razones.
Ese es el mundo de las relaciones, los intercambios internacionales de bienes, servicios, capitales y movimientos financieros en el que debe ahora con inteligencia y prudencia navegar nuestro país.
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