Todo país es un experimento. El costarricense es uno de naturaleza republicana fundado en principios y valores democráticos y, valga decir, de los más prolongados, exitosos y sostenibles que se conocen. Sonará reiterativo decirlo, pero ser una república democrática desmilitarizada con seguridad social universal y educación pública obligatoria, gratuita y costeada por el Estado, con una matriz eléctrica altamente renovable, con notoria reforestación y crecimiento económico en los últimos 35 años, es algo único en este mundo y muy difícil de replicar.

El Estado, como las personas, somos perfectibles. Aunque obremos de manera imperfecta, siempre podremos aspirar a la perfección. Dicho en otras palabras, las personas y las instituciones públicas podemos aspirar a la excelencia.

Uno de los cuatro acuerdos toltecas sugiere ser impecables en el uso de la palabra. Las palabras crean nuestras obras. Un poco antes de que se manifieste lo que hemos de decir, tiene que haber un proceso de pensamiento resultante de una intención. Obrar de buena fe y obrar de manera eficaz tienen en común que provienen de intenciones íntegras.

Al respecto, el quehacer de la gobernanza democrática y de las personas que la ejercen de manera periódica turnándose en la función pública, debe apoyarse en, al menos, tres elementos esenciales para enriquecer y hacer avanzar el experimento nacional. El primero es tener claridad sobre el sueño realizable, aquel escenario futuro que genera entusiasmo en una masa crítica de la ciudadanía que se siente convocada a sumarse al esfuerzo colectivo de forjarlo. El segundo es tener claridad de para qué se quiere el poder formal, o sea, ser capaces de comunicar con efectividad cómo el ejercicio del poder nos catapultará más cerca de aquel sueño. El tercero es tener claridad de a qué jugamos, o sea, cuáles son las reglas en las que se asume el poder, cuál es la identidad cultural de la nación que se representa y cómo se pretende enriquecer el experimento patrio.

Se suele escuchar la frase de que cada pueblo tiene los gobernantes que merece. También podría decirse que cada pueblo tiene los gobernantes que alcanza a elegir. Nos inclinamos por sugerir que cada pueblo tiene los gobernantes que necesita. El gobierno es el espejo del pueblo, y si en algo nos molesta su reflejo, debería llevarnos a indagar con espíritu crítico qué elementos de nuestra cultura no nos representan. Si el enojo y la desesperanza y la exclusión se han juntado para darnos el reflejo de las necesidades que por décadas fracasamos en satisfacer, es fútil gritarle al espejo en espera de cambios.

Como muestra de sueño realizable, estrategia política y comunicación efectiva, el presidente francés, Emmanuel Macron, dejó el pasado 25 de abril en la Universidad de la Sorbona, en París, un pliego de palabras escogidas de manera meticulosa para activar el sueño realizable de una Europa unida, autónoma y próspera. De ser exitosa su motivante visión prospectiva, quizás sus palabras serán recordadas como uno de los discursos políticos más importantes del siglo en Europa y el mundo. Un sano ejemplo de buena gobernanza a seguir.

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