La violencia de género es una sombría realidad que sigue afectando a nuestras sociedades, cobrando vidas y dejando cicatrices emocionales indelebles. En este contexto, es crucial analizar el fenómeno desde una perspectiva psicológica y criminal para comprender las complejas dinámicas que subyacen a estos crímenes. En particular, los llamados "crímenes pasionales" revelan profundas distorsiones en la percepción de la libertad y la propiedad sobre el cuerpo y la vida de otra persona.
La psicología criminal nos brinda herramientas para entender las motivaciones detrás de los actos violentos, especialmente aquellos perpetrados en el contexto de relaciones íntimas. En los casos de feminicidios, la figura del agresor se presenta como alguien que siente amenazada su supremacía sobre su pareja, considerándola como su propiedad y justificando así su derecho a ejercer control sobre su vida. Estas distorsiones cognitivas y emocionales revelan una profunda falta de empatía y respeto hacia la autonomía y la dignidad de la otra persona.
La justificación de estos crímenes por parte de la sociedad refleja una normalización preocupante de la violencia de género y una perpetuación de los estereotipos de género nocivos. La idea de que una mujer "pertenece" a su pareja o de que el amor justifica la posesión y el control es profundamente errónea y peligrosa. En realidad, nadie tiene derecho a controlar o ejercer violencia sobre otra persona, independientemente de la naturaleza de su relación.
La psicología forense también nos revela cómo algunos agresores intentan manipular el sistema legal utilizando estrategias como alegar demencia o limitaciones mentales para mitigar sus condenas. Sin embargo, es importante reconocer que la violencia de género no es un acto impulsivo o irracional, sino el resultado de actitudes arraigadas de dominación y misoginia que requieren una respuesta contundente y colectiva.
Al examinar la violencia de género desde una perspectiva psicológica y criminal, nos enfrentamos a una verdad incómoda pero esencial: la violencia no tiene excusa ni justificación. Es fundamental desafiar las narrativas que normalizan la posesión y el control en las relaciones, y promover un entendimiento profundo del respeto mutuo y la autonomía individual. Nadie tiene derecho a ejercer violencia sobre otra persona, y aquellos que justifican o perpetúan estos actos son cómplices de una cultura de opresión y desigualdad.
La lucha contra la violencia de género requiere un compromiso colectivo para desmantelar las estructuras de poder desiguales y promover una cultura de respeto y equidad. La educación, la sensibilización y el acceso a recursos de apoyo son herramientas fundamentales en este proceso. Solo a través de un esfuerzo conjunto y sostenido podemos construir un mundo donde todas las personas puedan vivir libres de violencia y opresión.
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