Marita se mece instintivamente en la mecedora de madera vieja y mimbre que yace casi olvidada el zaguán en su casa. Su semblante triste, se disipa entre la lluvia feroz de esa tarde. Sus ojos, esos que, curtidos por el dolor, parecen tener más calendarios que los 14 años que acaba de cumplir, están perdidos entre las pisadas de las personas que caminan por antonomasia hacia sus destinos; tan apresuradas, que no notan a esa niña que no carga libros, no hace cosas propias de su edad, sino que sostiene un bebé, su bebé. Esos transeúntes, son el reflejo finalmente, de un país en el cual las niñas que son madres parecieran invisibles la mayor parte del tiempo.
No basta un solo día en el calendario para recordar el rosario de retos pendientes con esta población. No basta marzo, ni bastará abril, ni ningún otro mes. Todos los días se debe asumir el compromiso colectivo de seguir trazando la ruta para garantizar a las menores que son madres, un panorama más justo y equitativo, donde sus derechos a la educación, a la salud, a vivienda digna, etc, sean cumplidos, junto a sus hijos e hijas.
Aún cuando en los últimos años, las cifras de niñas y adolescentes madres en el país han tendido a la baja, este tema sigue siendo una de las más grandes deudas que mantiene Costa Rica con la protección de los derechos de las niñas. Según datos de UNFPA Costa Rica, en el país, aproximadamente 14 mil adolescentes quedan embarazadas cada año y de ellas cerca de 500 son menores de 15 años.
¿Cuándo volveremos nuestra mirada hacia ellas? ¿Necesitaremos más titulares en los periódicos sobre sus tragedias y la de sus bebés para así volver nuestros ojos a esta realidad?
La mayoría de las niñas y jóvenes que son madres, han sido víctimas de abusos o relaciones impropias, quedando en cinta después de estar inmersas en relaciones con hombres adultos. Según datos de la Universidad Nacional de Costa Rica, para 2019 cerca de un 90% de los 14 mil nacimientos anuales de adolescentes madres en Costa Rica eran producto de relaciones impropias, esto, a pesar de que en 2016 se aprobó una esperanzadora ley con el objetivo de luchar con vehemencia contra este flagelo.
En este punto, resulta menesteroso entender que es preciso exorcizar a cada joven madre de la letra escarlata con la que muchas veces se le marca, para comulgar de forma común en no cubrir más a los responsables de sus abusos con el velo de la impunidad. Detrás de las frías cifras de pequeñas que hoy son mamás, están las historias de vida y de sueños, que no pueden ser interrumpidas, ni consumidos en medio de ciclos de pobreza o violencia.
Ciertamente, el Estado y múltiples organizaciones, han procurado un abordaje importante del tema a nivel de legislación y políticas públicas; pero, esta problemática no solo debe ser abordada a nivel estatal, es un asunto concerniente la sociedad en pleno.
Como Marita, a través de muchos espacios de la geografía, se dibujan las siluetas de niñas que han cambiado sus muñecas por bebés, aunque quizá desde nuestras burbujas, su realidad y sus lágrimas nos resultan lejanas. Los estudios nos dicen que esta situación tiene un especial impacto donde hay bajos niveles educativos, donde hay altos niveles de pobreza, o en regiones rurales, cantones fronterizos y costeros. Cada embarazo adolescente, se traduce en una afectación al desarrollo de las niñas y las mujeres, lo que tiene a su vez un impacto directo en el desarrollo del país.
La historia que inspiró estas líneas se repite con otros nombres, cuatro veces por semana en promedio, según el número de partos registrados en niñas y adolescentes en ese lapso en el país.
Sigue lloviendo y los transeúntes presurosos no reparan más que en su camino. Aún así, los ojos de Marita persiguen la esperanza, esa que la mantiene despierta, y que la hace soñar con un futuro más próspero para ella y su hija. Su bebé, con sus deditos, busca las manos de su mamá, esa que soltó demasiado rápido los juguetes para tomar una responsabilidad para la cual no estaba lista. Ellas ya fueron dejadas a su suerte una vez, ahora es nuestro turno de no darles la espalda nunca más.
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