En mi juventud —más específicamente, en mis años colegiales— la literatura y la música eran herramientas fundamentales, atrevidas y necesarias para este servidor. Me servían para expresar lo que, según la experiencia compartida de muchos, representa una de las etapas más difíciles que un ser humano puede atravesar. Lo que no podía decir de ninguna otra forma, lo decía a través de esas formas artísticas que dilataron mi caída a la sociedad (o como solíamos llamarle en la secundaria con un tono de sublime terror: “el mundo real”), cada vez más encerrada en un entorno digital, menos necesitado de apreciación y más hambriento de inmediatez.
No pretendo que se me tache de anti-tecnología, porque soy todo lo contrario. Soy un programador desarraigado, especializado en inteligencia artificial y aprendizaje automático, con una maestría en escritura creativa. Y aunque parecieran disciplinas inmiscibles, no lo son en absoluto. De hecho, la primera me ayudó a escribir mi ópera prima, y la segunda me ha permitido continuar una carrera llena de desafíos lingüísticos por doquier.
Mi reflexión, más bien, busca poner de manifiesto la urgente necesidad de crear más espacios de cultura y arte para nuestros adolescentes. La sociedad que habita esta geografía de cinco millones de personas parece cada vez más ajena a aquello que nos permite mirar la vida con un ojo crítico. Hoy tenemos menos clases de música, y las lecturas en las clases de español son llamadas “obligatorias”: una etiqueta absurda que revela no solo una falta de creatividad por parte del sistema educativo, sino que además contribuye a radicalizar un sentimiento anti-cultural entre los jóvenes. La etiqueta, no el sistema educativo. O bueno… lo dejo a discreción del lector.
Quienes somos padres tenemos la responsabilidad de nutrir en nuestros hijos —futuros portadores de la tea fulgurante de la sociedad— el amor por el arte y sus múltiples ramificaciones. Siempre en búsqueda de una verdad jamás absoluta, el arte nos permite intentar comprender esta sociedad cada vez más difícil de procesar.