El infierno tiene puertas de madera y paredes con fotos familiares. Afuera parece paz, pero adentro todo duele. Hay hogares que se convierten en laberintos sin salida, y cuando el alma se rompe tan temprano, cuesta toda una vida repararla.
Existe una deuda silenciosa con muchos niños y niñas que crecen en entornos violentos, negligentes o marcados por el abandono. A pesar de los esfuerzos institucionales, cientos de casos siguen ocurriendo en silencio, bajo la fachada de la familia. Por eso, cuando el amor no basta para proteger, la ley debe intervenir.
El artículo 159 del Código de Familia: protección, no castigo
Este artículo regula la suspensión de los atributos de la responsabilidad parental y lejos de ser un castigo, se configura como un mecanismo de protección ante realidades que amenazan el desarrollo integral de la niñez.
Entre los 3 y los 7 años, el desarrollo emocional y psicológico de los menores es especialmente vulnerable. En esta etapa no se comprende lo que ocurre, pero sí se siente con intensidad. El hogar que debería formar… también puede fracturar.
Inciso a) — El consumo de drogas: una niñez entre ruinas
El inciso a) contempla la suspensión cuando hay uso habitual de drogas o sustancias estupefacientes por parte del padre o la madre. Jurídicamente, procede cuando ese consumo interfiere con la sana convivencia y el cuidado de los hijos.
Pero desde la mirada de un niño de 3 a 7 años, no hay comprensión sobre la adicción. Lo que sí hay es abandono, gritos sin razón, promesas rotas y días impredecibles. El hogar se vuelve un campo minado emocional, y con los años, eso se traduce en adultos con ansiedad permanente, necesidad de control y un profundo miedo a lo inesperado. Relacionarse con otros se vuelve un reto, porque lo inestable se volvió su normalidad.
Inciso b) — Cuando el amor duele
Este inciso se refiere a la mala conducta notoria, abuso del poder o incumplimiento de los deberes parentales. Es decir, cuando el progenitor actúa con violencia, negligencia o evade su rol de cuidado.
El niño en esta etapa no racionaliza que su madre o padre está fallando: cree que él merece ese trato. Aprende que quien lo debe cuidar también puede herirlo. Esta distorsión del afecto se arrastra hasta la adultez, generando personas con una autoestima frágil, miedo a expresarse, necesidad de aprobación, o que terminan en relaciones donde se confunde el amor con el control.
Inciso c) — Víctimas sin golpes
Este inciso aborda los casos de violencia doméstica o intrafamiliar. No es necesario que el menor reciba el golpe para ser considerado víctima. Presenciar el maltrato constante entre los adultos de su entorno, tiene un impacto igual o incluso mayor.
La violencia se convierte en lo cotidiano. Así, ese niño puede crecer creyendo que el afecto viene acompañado de gritos, empujones o amenazas. En la adultez, esto se manifiesta en relaciones tóxicas, dificultad para confiar, temor al compromiso o, en algunos casos, en la repetición del patrón.
Inciso d) — La herida de la omisión
Este inciso habla de la omisión de denuncia ante relaciones impropias, es decir, cuando el adulto responsable no actúa ante situaciones de abuso o riesgo.
Legalmente, la inacción también es violencia. Emocionalmente, el niño siente que su dolor no importa, que nadie lo defendió.
Esa herida de invisibilidad puede dejar huellas duraderas: adultos que no saben pedir ayuda, que no reclaman lo justo o que normalizan abusos en lo laboral o personal, por temor a incomodar.
La violencia vicaria: armas disfrazadas de amor
Dentro del mismo inciso se incluye la figura de la violencia vicaria, que ocurre cuando uno de los progenitores utiliza a los hijos para dañar al otro. Se les obliga a tomar partido, a vivir en un conflicto que no les pertenece.
Esta manipulación deja marcas profundas: adultos que cargan culpas ajenas, que viven con el peso de sostener emocionalmente a todos, que tienen dificultades para confiar porque aprendieron que el cariño siempre venía condicionado.
Una deuda con la niñez
Cada inciso, aunque legalmente distinto, tiene un origen común: la ruptura del cuidado. Y en una etapa tan sensible como la infancia, especialmente entre los 3 y los 7 años, ese quiebre deja huellas que no se borran fácilmente.
El cerebro infantil lo registra todo: el tono de voz; los silencios; las ausencias; los cambios bruscos.
Lo que no se entiende, se siente. Lo que no se sana, se hereda.
Por eso, este artículo no es solo un conjunto de normas: Es la voz de quienes aún no pueden hablar. Es un llamado de alerta. Es una herramienta para actuar a tiempo, antes de que un niño herido se convierta en un adulto roto.
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