La cultura se redefine, constantemente, por las interacciones sociales y la información que recibe de los medios de comunicación. Son estos los que guían el ejercicio cultural, político y las prácticas cotidianas de consumo de bienes y de símbolos de la población, por supuesto que ahora los medios de comunicación han ampliado su espectro con las redes sociales.
La persona costarricense promedio, por ejemplo, no se percata de que el colapso del puerto de Caldera lo paga con el incremento del precio de los productos que consume. Y esto ocurre por las decisiones (con intereses) que toma el gobierno de turno. La población costarricense promedio no se percata de que el presidente Chávez puede tener intereses al extender la concesión a una empresa relacionada con su familiar y asesor presidencial, Calixto Chávez. Tampoco tiene claro el despilfarro de más de 400.000 dólares, aparentemente, pagados con fondos públicos por un contrato con el comunicador Christian Bulgarelli, nada de esto es vox populi.
El consumo simbólico de bienes inmateriales: entretenimiento, iconos, conocimientos, imágenes e información, a través de los medios de comunicación, marca la pauta cultural de amplios sectores sociales, que encuentran en esos espacios mediáticos una verdad casi inapelable, aunque cargada de las enormes asimetrías representadas en los distintos consumidores, que pretenden homogenizarse a través de la publicidad y el entretenimiento. Uno de los ejemplos más definitorios de este fenómeno lo encontramos en el fútbol, donde convergen distintas clases sociales y donde desde el más pobre hasta el más rico se homogenizan para un solo grito, el de gol. No en cambio cuando se trata de reivindicar derechos que pierde una clase, pues estaría en detrimento de la clase hegemónica, que terminaría viendo a la primera con desidia y hasta desprecio.
Por otra parte, la globalización de las comunicaciones altera no solo la “verdad” de los acontecimientos, sino también las formas del ejercicio ciudadano, que ya no representan un cúmulo de derechos y deberes consagrados constitucionalmente, sino que se orientan a prácticas pseudopolíticas, más relacionadas con informaciones personales o grupales, pero sin una orientación crítica de la realidad política en que viven.
Las enormes fisuras sociales aumentan la desigualdad y son ocultadas por los grandes medios de comunicación tradicionales, que están en función de los candidatos neoliberales, que son la mayoría y los cuales proponen, para incentivar el empleo, un incremento de la productividad, pero de fondo se busca mejorar la productividad de las grandes transnacionales o de los grandes empresarios costarricenses. Aun cuando lo digan los programas de gobierno, en la realidad se sigue golpeando al pequeño productor, al campesino, se siguen importando productos agrícolas porque son negocios creados que no van a soltar. No hay incentivos al productor nacional y eso promueve cada vez mayor afluencia de las periferias hacia la capital, con claro deterioro del proceso urbanístico.
La comunicación y los medios que la producen y reproducen están encaminados a elevar los niveles del consumo, en cualquiera de sus fases (como lo expresa Néstor García Canclini, antropólogo argentino) no a dar a conocer esta realidad que golpea a los sectores más vulnerables, no en vano se afirma que vivimos en una sociedad basada en la producción de bienes materiales e inmateriales, que alimentan las desigualdades sociales, la exclusión y la pérdida de cohesión en los estados nacionales.
El Estado-nación ha dejado de ser un espacio en donde puedan emerger otros actores políticos para reivindicar derechos, voces acalladas tradicionalmente, para integrar una lucha encaminada a revertir a ese interlocutor ausente o apagado por la parafernalia del consumo, sin consciencia de su posición en la sociedad y todo esto ha sido y es promovido a través de los grandes medios de comunicación, cualquiera que sea el instrumento.
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