“Las democracias occidentales son decadentes, serán derrotadas por los disciplinados pueblos del este” (Adolf Hitler, 30 abril de 1945).

La política internacional está en un momento crucial, donde emergen nuevas ideas y paradigmas trascendentales que buscan establecer un nuevo orden internacional no centrado en Occidente. Los “disciplinados pueblos del este”, representados por Rusia y China, poseen la prerrogativa y una ventaja casi insuperable para influir en el curso histórico de la humanidad.

En contraste, el occidente colectivo había confiado ciegamente en que podría infligir una derrota estratégica a Rusia mediante la expansión de la OTAN, un objetivo que no se ha materializado. Ahora, en Europa, el discurso ha cambiado drásticamente, y a medida que el conflicto en Ucrania se prolonga, aumentan las tensiones y las retóricas belicistas. El ambiente se torna críticamente tenso, y la posibilidad de una guerra sistémica se vuelve cada vez más plausible.

En la academia, en filosofía y relaciones internacionales, este fenómeno no es excepcional; la contienda de ideas está apenas en sus inicios. El orden internacional actual, de naturaleza liberal, muestra signos de decadencia. Surge, por ejemplo, una nueva corriente de pensamiento político y teoría de las Relaciones Internacionales: la cuarta teoría política, propuesta por el filósofo ruso Alexander Dugin. En contraposición al fascismo, al socialismo y al liberalismo, esta nueva corriente representa un paradigma emergente que apenas está tomando forma.

Para comprender a Putin y anticipar lo que le depara a la humanidad en esta década, sería intelectualmente sensato familiarizarse con las ideas de este filósofo. En la actualidad, más que nunca, esta lectura resulta apremiante, ya que, queramos o no, la guerra y los cambios en el sistema internacional son la norma, un principio histórico que, si lo consideramos de manera optimista, posee el potencial de impulsar la perfección ético-moral de la humanidad.

Por ejemplo, para el filósofo clásico Immanuel Kant, las guerras son un principio o una regla histórica que la humanidad inevitablemente repetirá hasta que, en algún momento, cuando alcancemos el hastío, ocurrirá un giro ontológico que nos permita vernos unos a otros no como rivales, sino definitivamente como iguales. Esto no solo en términos retóricos, como sucede hoy bajo el amparo de los derechos humanos y el derecho internacional, sino como un principio pragmático inquebrantable. Frente a esto, surge la pregunta: ¿es necesario llegar al extremo de una guerra termonuclear para comprenderlo?

Porque esta guerra no será como las anteriores; será rápida y brutal. En un abrir y cerrar de ojos, literalmente, la civilización, el mundo entero, puede perecer. Aunque podamos procurar creer lo contrario, lamentablemente no hay marcha atrás. Los discursos son irreconciliables: para Rusia, perder la guerra significaría exponer su seguridad, mientras que para Europa sería igualmente catastrófico. Por consiguiente, la vía de la guerra se convierte en la única opción capaz de reorganizar el balance de poder entre las potencias.

Es importante recordar que esta guerra, al igual que la anterior, surge de un sentimiento de venganza. Desde la perspectiva de Putin, la disolución de la URSS como sujeto del derecho internacional representó la mayor tragedia geopolítica del siglo XX. Al igual que en el caso de Hitler, la caída, la pérdida de identidad, el desprecio y la humillación de su nación lo impulsaron a buscar la recuperación de la grandeza que Rusia una vez ostentó.

El occidente colectivo es consciente de esto, y con respecto a Rusia, intentan aplicar la misma estrategia que utilizaron con Hitler y la Alemania Nazi: transformar una confrontación ideológica en un conflicto armado con el fin último de establecer el liberalismo como la única visión global dominante, como el paradigma fundamental del orden internacional. En otras palabras, buscan imponer a Rusia, y a cualquier otra potencia revisionista, su visión sobre cómo organizar la vida práctica a nivel internacional, sin considerar su identidad o la esencia de su cosmovisión.

¿Podrán lograrlo nuevamente esta vez? Hoy en día, parece resonar a lo largo de la historia aquellas últimas palabras de Hitler antes de suicidarse el 30 de abril de 1945, las cuales expresó a su general Wilhelm Mohnke. En medio de la impotencia por no poder concretar su venganza final, afirmó que algún día, los pueblos del este rivalizarían y desafiarían finalmente el poder y la influencia de los países occidentales sobre el resto del mundo.

Esto es lo que representa el conflicto ucraniano y el frente abierto en el Oriente Próximo, en Israel, y muy probablemente, el próximo frente será una invasión de China a Taiwán. El mundo cambiará para siempre; es inevitable. Se trata de un principio histórico, no de un error, no como reza ese dicho cliché de que la ‘humanidad no aprende de la historia, sino que la repite’. Desde una perspectiva filosófica, es humano, demasiado humano.

Es cada vez más evidente, y no hace falta ir muy lejos para percatarse de ello. Una de las voces que ha dejado esto en claro recientemente es la del presidente de Francia, Emmanuel Macron, al afirmar que una guerra "no es una ficción, no está lejos".

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