¡Hacia dónde va nuestro mundo?

De hecho, es una pregunta muy fácil de responder. Ahora los medios para contestarla están incluso más cerca que al alcance de un clic. Los jóvenes se burlan de los que decimos “hacer clic” y el doble clic ya es un mito, porque ahora la información está en la punta del dedo. Pero nunca hemos estado tan desinformados.

Lo que va a pasar con nuestro mundo es lo que ya pasó mil veces: la gente está enamorada de los actuales dictadores o aspirantes a dictadores, replican sus discursos, avalan sus motivos, creen sus mentiras, sostienen sus falacias, acreditan sus teorías conspiranoicas y defienden las supuestas razones por las que el tipejo autoritario de su preferencia tiene razón. Luego, después del desastre, con la peor de las resacas, esa misma gente estará diciendo “¡ups!”. O como decimos en Costa Rica: “¡Qué torta! Me la pelé…”.

Unos admitirán su error y cargarán con la culpa por el resto de la vida. Otros guardarán un silencio orgulloso. Otros dirán que los engañaron, los traicionaron, que nunca se imaginaron que eso iba a pasar, que cómo iban a saber y van a repetir estas excusas hasta convertirse en caricaturas. Otros dirán ridículamente que siempre estuvieron en contra del régimen y que siempre supieron que iba a ser un desastre. Otros se animarán a seguir defendiendo al régimen, incluso después de lo que haya cometido, porque para todo hay gente… O quizá vislumbran al nuevo aspirante.

Lo que va a suceder es el eterno error de apoyar a un tirano porque está en contra de otro. Todos los juicios morales que la gente aplica con tanto énfasis y tantos buenos argumentos a un régimen que odian, quedan anulados para el régimen que aman. Muchos que critican a un régimen no son verdaderos demócratas; la división de poderes, las contralorías y autonomías, incluso el proceso electoral en sí, les resultan detestables. Su problema no es que haya un dictador, su problema es que no sea el dictador que quieren.

Me pregunto cuándo entenderá la humanidad que la ideología de estos regímenes no es derecha ni izquierda ni socialismo ni liberalismo ni esto ni lo otro. La suya es una sola, siempre la misma: la supremacía fálica, la doctrina de yo la tengo más grande y por eso debo, puedo y quiero gobernar; la doctrina de fuerza que llevó al mundo a las conflagraciones del siglo pasado y que ya nos está llevando a las de este.

Las causas que digan defender los tiranos carecen de importancia; son solo instrumentos que escogen para mover a la gente a su favor. La única causa que realmente defienden es la suya: su poder, su ego, su legado. No es raro que terminen traicionando las causas que supuestamente defendían; a pesar de su mano dura y sus posturas firmes, son ambiguos, contradictorios y profundamente hipócritas. Suelen hacer en secreto lo que denuncian en público y, cuando agarran suficiente confianza, hasta deja de importarles que se sepa lo que hacen.

Todos los dictadores son lo mismo. Todos los dictadores quieren lo mismo. Todos los dictadores acaban haciendo lo mismo. Y todos pasan por esa etapa donde medio mundo los ama, desde los ciudadanos de a pie hasta los líderes de otros países. Es la etapa en la que más de un próximo tirano se encuentra en este momento, pero la gente dirá que estoy exagerando. Seguro decían lo mismo hace décadas… Hace siglos…

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.