En setiembre del año pasado, el diario mexicano El Universal publicó una nota asegurando que el gobierno costarricense negociaba con el narco como estrategia para paliar la ola de violencia que azota aún al país. La nota fue publicada a pesar de que no mencionaba los nombres de las fuentes con las que el periodista había investigado. El artículo tampoco aportaba evidencia documental que sustentara unas acusaciones gravísimas. A pesar de esto, la dirección del diario, uno de los más reputados de México, decidió publicar el artículo.
¿Por qué deberíamos los lectores dar por cierto lo que el diario afirmó sin que se nos presentaran pruebas? Es claro que El Universal publicó el texto de la forma que lo hizo amparándose en su prestigio y reputación como medio serio y confiable. La dirección del periódico tuvo claro que los lectores entenderíamos que no publicarían una nota como aquella a menos que fuera verosímil.
Hago este preámbulo un tanto extenso para contextualizar algo que estoy seguro ninguno de ustedes necesita les explique. El prestigio, pero sobre todo la reputación y con ella la credibilidad de un medio, son sin duda alguna de sus activos más importantes. Tampoco debo recordarles que, como todos los activos intangibles, estos requieren de muchísimo tiempo para construirse y acumularse, pero de muy poco para perderse.
Ustedes decidieron enviar a Israel periodistas de sus medios a reportear sobre el conflicto entre este país y Hamas, aparentemente como parte de un grupo más grande de reporteros latinoamericanos. Teniendo como trasfondo el enfoque de las notas que han presentado hasta ahora, contrastadas con la realidad de esta guerra en el terreno (29.000 palestinos fallecidos, dos terceras partes de estos mujeres y niños), y la evidente falta de balance informativo, creo que los televidentes y lectores nos merecemos, como mínimo, un poco de transparencia.
Podríamos empezar por aclarar algunas cuestiones básicas:
- ¿Es el viaje de sus equipos el resultado de gestiones llevadas a cabo por el gobierno israelí, incluyendo su embajada en Costa Rica?
- ¿Cubre el gobierno israelí, directa o indirectamente, total o parcialmente, los gastos del viaje de sus equipos a Israel?
- ¿La aceptación del viaje implicó en modo alguno el condicionamiento del enfoque periodístico o la aceptación tácita o expresa de restricciones al enfoque o contenidos de las notas?
- ¿Se les impuso a sus equipos alguna otra condicionante que afecte la independencia editorial mientras se encuentren en territorio israelí o a su posterior regreso a Costa Rica?
Si bien es cierto el conflicto en Palestina es en cierta forma “lejano” a la realidad costarricense, es imposible volver la vista hacia otro lado e ignorar cuestiones sumamente serias que deberían resultarnos insultantes como seres humanos:
- Las crecientes sospechas de la existencia de crímenes de guerra por parte de las fuerzas regulares israelíes.
- Las acciones deliberadas del ejército israelí que han destruido infraestructura civil en toda la franja de Gaza.
- La normalización por parte del ejército israelí del ataque a hospitales.
Olvidando por un segundo los juicios que se puedan emitir al respecto de lo que está sucediendo en Palestina, la falta de transparencia en cuanto a las circunstancias que rodean la presencia de sus medios en aquellas tierras mina seriamente su reputación y credibilidad.
No quisiera extenderme hablando de la gravedad de la realidad nacional, pero si quisiera recordar las palabras que el 9 de febrero del 2020 fueron proferidas en medio de alaridos de una bravata que tenía meses de estarse sucediendo: “Somos un tsunami y sí, vamos a causar destrucción. Vamos a causar la destrucción de las estructuras corruptas de la Nación y Canal 7”. Ese tsunami no ha parado, lejos de ello. Para colmo de males, no pocos medios y “medios” han decidido subirse a este tsunami sin entender que la destrucción anunciada alcanzaría muchas otras más cosas más allá de La Nación y Telenoticias.
Hay demasiado en juego en nuestro país para permitirnos el lujo de dañar la credibilidad de nuestra prensa y que la termine remplazando una banda de aduladores y mercenarios con cámaras, micrófonos y teclados.
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