Recientemente leí, en The Guardian, un artículo interesante de Jasper Jolly, el cual invita a reflexionar acerca de cuán problemática es la minería, metálica y no-metálica, asociada a la producción y operación de los vehículos eléctricos. Luego de exponer sus pros y contras, al final advierte que la conclusión es ambigua y que las cifras todavía no son suficientemente claras para tomar decisiones definitivas, sobre todo en los países en desarrollo.

Todos los tipos de vehículos necesitan energía para su fabricación, construcción, operación y desecho. Esta proviene, en proporciones variables y según el país, del carbón mineral, petróleo, gas natural, energía nuclear, hidroeléctrica y geotermia. Las energías solar, eólica y biomasa son marginales y casi no cuentan, por ahora, en el proceso. Adicionalmente, la materia prima de sus insumos principales (metales, no-metales, aleaciones, compuestos) provienen de la minería e hidrocarburos: duraluminio, acero, cobre, silicio, vidrio, baquelita, caucho sintético, plásticos y otras cosas. Si bien es cierto que, de estas actividades y materiales algunos desechos pueden ser reutilizados o reciclados bajo el concepto de la economía circular, otros no por restricciones tecnológicas y económicas. Toda esta actividad genera impactos positivos y negativos a la sociedad, al ambiente y ecosistemas y una larga huella adicional que se sale, por ahora, del tema y espacio de este artículo. Hay una inmensa literatura para investigar al respecto, mucha de ella objetiva y científica; sin embargo, la hay también influenciada por sesgos, opacidad, ideología y lobbies.

Enchufe de recarga, vehículo híbrido (electricidad-gasolina). Foto: Coy-Mora.

La diferencia sustancial de este balance-debate, cuya contabilidad todavía no es clara, es que los vehículos eléctricos (en menor proporción los híbridos) tienen más potencialidad que los de combustión interna dentro de la economía circular, suponiendo que esta sea eficiente y conservativa, particularmente en el caso de los minerales de base con los que se fabrican las baterías: litio, selenio, cadmio, níquel, cobalto, plomo, manganeso, grafito, zinc, tierras raras, etc. La información disponible sugiere que, luego del reciclaje, los desechos de las baterías de un carro eléctrico (50 a 90 kWh; pesan entre 300 a 500 kg) podrían descender hasta alrededor de 30 a 50 kg en 2030. Una ganancia adicional es que una parte considerable de los motores (la que genera la combustión interna, escape, sistema de enfriamiento, etc.) no se requiere para su operación. De acuerdo con las fuentes disponibles, el reciclaje podría reducir alrededor del 38% de las emisiones de CO2 y 35% del costo de extracción minera adicional de los materiales que constituyen las baterías. Pero también, casi todos los materiales con los que se fabrican los vehículos a combustión interna deberían entrar en los ciclos de la economía circular. La ventaja fundamental de los vehículos eléctricos e híbridos es que pueden operar sin quemar combustible, siempre y cuando la energía de recarga sea renovable, lo cual no es la regla general, paradójicamente. Por otra parte, los sistemas operativos de estos vehículos son más complejos electrónica y tecnológicamente y requieren de mano de obra especializada para su mantenimiento, reparación y recambios.

En el caso ideal, de adoptar la opción eléctrica para la movilidad, si se considera que las fuentes de los minerales requeridos fuesen sostenibles y su extracción y procesamiento ambiental y socialmente adecuados (suposiciones factibles, pero actualmente dudosas), el proceso de cambio definitivo no será realista a corto plazo, pues requerirá de una evolución tecnológica lenta y una gran inversión financiera, pública y privada. Por el momento, el costo de producción de los vehículos eléctricos es 25 a 40 % mayor, para la misma potencia de torque, que los de combustión interna. La autonomía, en kilómetros de carretera plana y sin aire acondicionado de los primeros, es de alrededor del 25% al 35% de la de los segundos. La incomodidad de las recargas, en trayectos largos, también es para tomar en cuenta.

Pero el parque automotor de combustión interna, sencillamente, no podrá cambiarse con tan solo algunas decisiones políticas, por presión de los lobbies minero y anti-petrolero, ni por la insistencia de los ambientalistas radicales. Tómese en cuenta que la inmensa mayoría de los propietarios de los vehículos no tiene recursos para cambiarlo únicamente porque es la moda; tampoco es suficiente ofrecer subsidios que, de todas maneras, provienen de nuestros impuestos. Para ello, debe considerarse un proceso de transición gradual, inteligente y sin presión ideológica. Como se aprecia, el escenario está lejos de ser sencillo. La falta de claridad de la información es también un problema, pues las fuentes objetivas, sin sesgos derivados de los lobbies, incertidumbre epistémica e ideologías radicales, no abundan.

Por otra parte, la producción de petróleo en el mundo y el consumo de los combustibles en Costa Rica siguen creciendo, sostenidamente y por razones obvias. Es el momento para recapacitar acerca de la forma racional y realista para desacelerarlas y, con ello, también reducir las emisiones de gases, vapores y partículas a efecto de invernadero. También es claro que, para ello, Costa Rica deberá embarcarse en inversiones de gran magnitud y sin retorno evidente. No somos nosotros quienes contaminamos al planeta desaforadamente, como sí es el caso de los países miembros del G-20, quienes practican la indolencia, indiferencia y menosprecio hacia las consignas que ha propuesto nuestro país, que nos han costado caras y que nos han distraído de las prioridades nacionales más urgentes (e.g. muertes y deterioro producidos diariamente por el narcotráfico, accidentes de tránsito, sicariato, femicidios, pobreza, incompetencia y retrasos en la inversión pública para la infraestructura: carreteras, puentes, hospitales, etc.). Si todos los costarricenses decidiéramos caminar e irnos a vivir en las cavernas de Barra Honda, a partir de hoy, el clima en nuestro país y en el mundo, ni se dará cuenta.

Tomen en cuenta los defensores a ultranza de la eliminación de los vehículos a combustión interna, que la opción hacia los acumuladores de energía eléctrica está llena de cuestionamientos y que la demanda de minerales, para alimentar la industria de las baterías, se cuadruplicará hasta alrededor de 3 millones de toneladas en 2030. A cambio de esto continuará la depredación que los países del “primer mundo” ejercen sobre los países que poseen el mineral, a cambio de un rédito minúsculo e impactos ambientales y sociales inmensos, aparte de que es dudoso que esas “regalías” se distribuyan equitativamente entre la población. Es factible llevar a cabo la minería de manera responsable y sostenible; sin embargo, en la actualidad es una actividad cuestionada, dependiente del diésel y no siempre ajustada a los mejores estándares ambientales y sociales.

Todos los dueños actuales y futuros de teléfonos celulares, tablets, laptops, vehículos, etc. deben estar conscientes de que poseen, posiblemente, el producto del trabajo de personas en condiciones laborales desfavorables, aunque por lo general es cómodo despreocuparse cuando no suceden en nuestro patio, es decir, en los “desiertos” chilenos, bolivianos y australianos y en las selvas del Congo. Acerca de los impactos negativos, ambientales y sociales de la industria petrolera y minera, hay una inmensa literatura para consultar.

Queda por resolver la paradoja ambientalista hacia la que las dos administraciones anteriores nos empujaron: ¿De dónde supliremos la energía requerida para el transporte eléctrico y el desarrollo industrial en Costa Rica? Se ha satanizado la construcción de plantas hidroeléctricas y el desarrollo futuro de la geotermia de alta entalpía está severamente limitado porque nuestros volcanes y reservorios principales se encuentran en parques nacionales; es necesario plantear la necesidad de modificar la legislación actual.

En el mejor de los casos los factores de planta son de hasta 0,50 en las plantas eólicas y 0,20 en las solares en Costa Rica, lo cual complica la introducción sus producciones, aleatorias, en el sistema interconectado de transmisión y distribución eléctrica. Las fuentes principales de energía eólica se encuentran en divisorias continentales, igualmente ubicadas en áreas protegidas. La energía solar tiene, además, las dificultades adicionales de que Costa Rica se encuentra bajo la nubosidad crónica de la Zona de Convergencia Intertropical, por lo que para generarla se necesitan áreas extensas que compiten con la producción agropecuaria y de que la energía de consumo nocturno debe acumularse, también… en baterías de litio, plomo, etc.

No existe duda: La transición energética es un paso fundamental para la humanidad y requiere romper paradigmas  más allá de los mitos, realidades y zonas grises. Dado que los vehículos de combustión interna consumen, en promedio “mundial” alrededor de 17.000 litros de combustible durante su vida útil, cerca de 12,5 toneladas, la reducción del consumo de los combustibles fósiles en el mediano a largo plazo (25-50 años) es una meta. La inclusión de nuestro gas natural es clave como combustible de sustitución paulatina del diésel y la gasolina, y para reducir las emisiones (aproximadamente 35% y 55%, respectivamente) y la inmensa factura petrolera, entre otras cosas. La evolución natural debe conducir hacia el transporte eléctrico colectivo y de carga, sobre todo por ferrocarril, desplazado por el gravísimo error histórico cometido durante la administración Figueres Olsen. Las bicicletas son una excelente opción, siempre y cuando los ciclistas respeten al peatón y el señalamiento vial, y los choferes el código de tránsito.

Como conclusión, la política pública nacional no debe centrarse per se en la promoción de los vehículos eléctricos ni la descarbonización, sino dirigirse hacia el transporte público ferroviario eléctrico y multimodal, el cual posee implícitos e intrínsecos, los beneficios ambientales, sociales y económicos que la tecnología ofrece. Esto se alcanzará solamente mediante orientaciones y decisiones racionales, no ideológicas, de la mano de buenas prácticas ambientales, económicas y sociales, aprovechando adecuadamente nuestros recursos naturales y con claridad de que los objetivos del desarrollo sostenible nos instan a no rezagar a nadie.

Hay mucho para pensar.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.