Cuando era niña, cada diciembre veía la caricatura, “Sí, Virginia, existe Santa Claus” que ofrecía la programación infantil de un canal de televisión nacional. Era la tierna historia de Virginia O´Hanlon una pequeña que inició una investigación para demostrar la existencia de Santa, pese a las burlas de sus compañeritos quienes afirmaban que, creer en este personaje era cosa de niños tontos.

En mi mundo infantil, era el Niño Jesús quien traía los regalos el 24 de diciembre. Mi mamá me había explicado que, los padres, según sus posibilidades, mandaban la plata al Niño para que trajera los regalos. Por eso, algunos niños recibían juguetes caros y otros recibíamos regalos más modestos. Eso le puso candado a cualquier berrinche o exigencia.

En ese tiempo aprendí que la traída de los regalos de navidad no era homogénea. En los países de habla inglesa era San Nicolás y en España eran los Reyes Magos. Pero en América Latina, era el Niño Jesús quien chambeaba haciendo entregas por estas vecindades. Entonces, por algún tiempo pensé que, el Niño era patrimonio exclusivo de nosotros. Después, supe que en algunas regiones de los países germánicos también existía la figura de Christkind para el mismo propósito. En la gozosa infancia darse cuenta de la existencia de mundos diferentes, reales o ficticios, no causa conflictos.

Existió, sí, San Nicolás fue un obispo cristiano. Cuenta la leyenda que su generosidad lo hacía depositar dinero, de forma anónima, en las medias que la gente colgaba para secar. Es el patrono de las iglesias ortodoxas de Rusia, Grecia y Turquía. El 6 de diciembre las iglesias católica, anglicana y ortodoxa celebran su día. De la vida de este personaje han partido muchas historias fantásticas. Pintadas de variantes, nombres, lenguas y países, Father Christmas, Père Noël, Babbo Natale, Sinterklaas, la historia de este último fue llevada por migrantes holandeses a Estados Unidos, hasta transformarse en Claus y llegar a Virginia O´Hanlon.

En América Latina la leyenda del Niño Jesús, portador de regalos ha coexistido con la figura del Santa Claus vestido de rojo y montado en un trineo volador que nos llegó a través de la cultura de masas. Ambas han hecho las delicias de los pequeños de diferentes generaciones. Las sociedades están en constante cambio. La mezcla elementos culturales es inevitable, atravesada por múltiples factores, procesos migratorios, intercambios comerciales, avances tecnológicos o dominaciones económicas y culturales.

Sobre las costumbres y tradiciones de cultura católica en el texto periodístico, “El reno y el camello” (2006) Umberto Eco lamenta que en algunas escuelas italianas ya no se ponga el pesebre para no ofender la sensibilidad de niños de otra religión. Apunta, “la escuela no debe borrar las tradiciones, sino más bien respetar todas. Si quiere lograr que convivan pacíficamente niños de distintas étnicas, debe permitirle a cada uno entender las tradiciones de los demás”. Cuenta que, su padre, gran devoto del pesebre, tomaba mucho tiempo a principios de diciembre para construirlo, a pesar de no ser practicante.

En el libro De la estupidez a la locura (2018), Umberto Eco señala que, se fijó la Navidad en diciembre porque coincidía con la fiesta precristiana del Yule o solsticio invernal para asimilar tradiciones y celebraciones anteriores. Y nos recuerda que el catolicismo ha englobado ritos y mitos paganos; recibió una gran influencia de la filosofía griega, neoplatonismo en los padres de la iglesia y el pensamiento de Aristóteles, redescubierto a través de los árabes y, además; es inconcebible sin el monoteísmo judío. En Latinoamérica, todo lo anterior, se conjugó con las espiritualidades de herencia indígena y africana para aportar mayor riqueza y complejidad.

Las tradiciones y símbolos navideños no dejan de ser objeto de críticas. En ciertos círculos de Latinoamérica, se juzga que no es una festividad autóctona y que es inexacta. Este argumento resulto inaudito, dada las profundas y antiguas raíces que posee y su carácter sincrético a través de los siglos. La inexactitud es algo característico de las leyendas de Navidad, pobladas de seres maravillosos, y que, alimentadas por mitos antiguos, dieron nuevas historias, nacidas en la oralidad de los pueblos en climas desérticos, templados, polares o tropicales.

La naturaleza es un elemento medular de la Navidad. Las historias de esta festividad siempre están inundadas de sus elementos. Según la leyenda, San Bonifacio, obispo anglosajón, enviado a hacer su servicio a los pueblos germánicos, fue el iniciador de la tradición del árbol de navidad. Esta propició la presencia de la vida, la alegría de natura en el centro del hogar, junto al fuego de las velas que iluminaban las tinieblas del crudo y helado invierno de esas tierras. Y en una dimensión simbólica, recuerda que el nacimiento de Cristo da luz y vida a todas las cosas.

El pesebre católico es una hermosa representación de la vida, cuyo centro es la imagen de la divinidad de lo femenino, María Madre, mujer dadora de vida, por tanto, cercanísima a la naturaleza. Dice Umberto Eco que, para esta idea solo una figura como San Francisco de Asís. El santo que, además, democratizó y popularizó los cánticos navideños y los llevó a las voces olvidadas de los habitantes de los pueblos, quienes en sus lenguas vernáculas y desde su realidad comenzaron a cantar junto al pesebre. Concluye el maestro italiano que, “el pesebre es lo más humano y menos trascendente que se podía inventar para recordar el nacimiento de Jesús y cuanto más se puebla más se celebra la vida de todos los días”.

En este momento histórico en que existe una visceral búsqueda por la homogenización de todo, y que pone en conflicto a las diferentes culturas, en vez de propiciar la integración y la colaboración, resulta oportuno el mensaje de Francisco I en la audiencia con los artistas del Concierto de Navidad 2023. Dice que el mensaje de la Navidad puede transmitirse según la tradición, con timbre propio, con estilos diferentes, a partir de culturas y lenguas diferentes, pero sin ceder al consumismo. “El Evangelio de Navidad es único, pero no se puede cantar de manera uniforme. En cambio, la tendencia del modelo consumista es lo contrario, homologar, estandarizar. Pero el arte es diferente, y los villancicos deben cantarse con ese arte que nace del corazón”.

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