Cuando trabajaba como técnico de mantenimiento eléctrico en una institución pública, no me era ajeno el tener que explicar a alguien por qué no podía efectuarse algún trabajo o al menos no de la forma en que la persona lo solicitaba. Por ejemplo, instalar un tomacorriente para un horno de microondas. Una petición muy común para no tener que caminar hasta el comedor más cercano. En ocasiones, podía resolverse fácilmente; en otras, los asuntos técnicos lo ponían cuesta arriba. Podía ser que no hubiera espacio en la caja de breakers y esto desencadenaba una seguidilla de preguntas típicas. ¿Y si se alimenta el nuevo toma desde otro ya existente? No, porque ya ese circuito quedaría saturado y el breaker empezaría a “tirarse”. ¿Por qué? Porque el breaker es de veinte amperios y el consumo del microondas sumado a los otros aparatos ya supera eso. ¿Y si se cambia el breaker por otro más grande? No es conveniente. ¿Por qué? Porque la idea es que la corriente de los circuitos de tomas no sobrepase los veinte amperios. ¿Y por qué? Diay, para que no se quemen los chunches. Ah, ya… Pero, oiga, ¿y si ponemos una regleta? Así también puedo conectar el coffee maker…
Y podía surgir la temida pregunta: ¿por qué a los de la oficina X sí les pusieron microondas? Bueno, porque allí las condiciones son distintas, hay espacio en la caja o hay menos aparatos conectados… En fin, una cantidad de las personas, quizá la mayoría (me gusta creer eso), entendían y aceptaban las razones. Como dice el dicho, tampoco es teoría de misiles.
Pero no faltaba el que no entendía o no quería entender o sí entendía, pero no quería aceptar las razones y daba por hecho que teníamos pereza de hacer el brete, que nos caía mal, que lo estábamos discriminando, que teníamos preferencia por la oficina X, que ahí sí se hizo el brete porque trabaja fulano, que es de la argolla, o fulana, que está muy rica, etc.
Ahora que vivo inmerso en el ámbito literario y trabajo en una editorial del Estado, he conocido los numerosos mitos en torno al funcionamiento de las editoriales, los certámenes y la edición de los libros. Que solo publican a los amigos, que el certamen está amañado, que no publican ese “tipo” de cosas, que el editor le va a destrozar el texto, que le van a aplicar la censura…
Cierto que en todos lados hay amaños, argollas, favores y gente cochinilla. Nadie puede negarlo. Sin embargo, no hay nada como conocer un ámbito desde adentro para comprender sus dinámicas, derribar sus mitos y, lo más importante, saber cuándo efectivamente hay razones demostrables y bien fundamentadas para algo y cuándo se trata de un verdadero amaño.
Ver los toros desde la barrera nos empuja a dos extremos: por un lado, la inocencia; por otro, el pensamiento conspirativo. Tengo la teoría no comprobada de que la sociedad costarricense tendía más a la primera opción. Ya saben, el tico que pecaba de inocente, que creía en los mitos nacionales, que pegaba banderas y lo cuenteaban como si nada. Pero, en tiempos recientes, ha comenzado a volcarse mucho más a la segunda. Desconfiar de los discursos oficiales y tradicionales no es malo per se; bienvenido el pensamiento crítico. Lo malo es cuando lleva a confiar en otra clase de mitos mucho más radicalizados y peligrosos. Eso no es tener pensamiento crítico; solo es cambiar el cuentazo que se traga. Es, a fin de cuentas, volver a caer en la inocencia.
El apagón educativo, los ataques a la prensa, el embate que sufren las universidades, el desprecio actual por los hechos y, en particular, por la verificación de los hechos, son una manera de impedir a la gente la comprensión del mundo en que vive. Y una persona que no comprende su mundo es más vulnerable a los engaños. La educación, pilar del que tanto se enorgullecía Costa Rica, permite a la gente no solo conocer a fondo y desde adentro ciertos ámbitos, sino también comprender otros desde afuera, por rebote, gracias al desarrollo de una capacidad de análisis y una cultura general.
No podemos ser expertos en todo. Hay una medida en que podemos comprender los campos ajenos, pero siempre llega un punto donde la materia en cuestión nos evade por su complejidad o su especificidad. En este caso, la comunicación es fundamental. Y no lo digo como cliché. ¿De qué otra forma vamos a comprender lo suficiente para aceptar o cuestionar las decisiones de un experto en un ámbito que no dominamos? ¿Cómo explicarle a alguien que no sabe de electricidad por qué no se le puede instalar su horno de microondas?
Tres valores me parecen indispensables para una buena comunicación de este tipo:
- Empatía: la base de todo, comprender la situación y las necesidades de la otra persona como si fueran las de uno mismo; solo así podemos saber qué sienten, qué pierden y qué ganan los demás con nuestras acciones.
- Claridad: un buen comunicador sabe tomar algo complejo y expresarlo en términos asequibles para más personas. Un buen comunicador logra que otro entienda lo que, en principio, no debía entender. Un buen comunicador puede explicar hasta la teoría de misiles. El error de muchos profesionales es enredar las cosas más de la cuenta.
- Verdad: el fin de la comunicación debería ser siempre obtener una verdad en limpio; no obstante, muchos solo quieren ganar la conversación, lucirse con trucos argumentativos, vencer al otro, ojalá humillarlo. Pero ganar una conversación sirve solo para aliviar el ego herido; es un placebo para el orgullo. La verdad, en cambio, nos sirve a todos, incluso a los que le temen.
Desde luego, hay gente que no acepta razones de ninguna forma. Son los que van a poner el microondas como sea, aunque hagan un chispero o tiren el breaker. Con los radicales y fanáticos no hay mucho que hacer; el margen que dejan para entenderse con ellos es muy pequeño. Pareciera que la única salida es marginarlos y minimizar lo más posible el daño que causan. Pero, ¿y si ya eran marginados desde antes de radicalizarse? ¿Por qué tanta gente nos pedía hornos de microondas en su oficina para no tener que ir a los comedores? ¿Comedor muy pequeño, mal diseño, malas condiciones, desaseo, ruido, hostigamiento, exceso de trabajo, problemas de salud mental, sedentarismo o pura chineazón?
De nuevo, la respuesta se obtiene con la empatía para entender la verdad de los otros y comunicarse claramente.
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